La próxima presidenta de México, Claudia Sheinbaum, asumirá sus funciones presidenciales el próximo 1 de octubre, con grandes retos y oportunidades, entre los que se encuentra la continuidad o una nueva etapa en la política exterior de México.
En un primer razonamiento resulta indispensable retomar y reforzar algunos elementos indispensables y básicos como lo constituye aplicar una política exterior de Estado, en un mundo interconectado entre regiones, países y temas interdependientes, panorama completamente ajeno a la política exterior del periodo presidencial que hoy se consume.
Es preciso cerrar esa amarga página de la ”mejor política exterior es la interior”, que no dice nada ni condujo a nada positivo, a reserva de haber sido un lema populista, para consumo de la política interna y la ideología y los intereses políticos de un hombre, del presidente.
La política exterior del mandatario mexicano (y no de Estado), ha estado supuestamente sustentada en los principios de la política exterior de México, establecidos en el Artículo 89 Constitucional, particularmente en el principio de no intervención, cuya aplicación fue permanentemente discrecional, por razones ideológicas y de empatía hacia mandatarios de América Latina y el Caribe (y no Estados), léase por ejemplo hacia los mandatarios de Cuba o Venezuela, países donde se violan permanentemente principios democráticos y de derechos humanos, así como hacia exmandatarios de Argentina, Bolivia, Ecuador o Perú, por mencionar algunos, a quienes el presidente mexicano proporcionó en su momento apoyo político en cuestiones internas, en clara violación precisamente al principio de no intervención, que dice salvaguardar.
La falta de interés y desconocimiento del mandatario mexicano sobre las cuestiones diplomáticas y de política exterior, conllevó una persistente miopía hacia los intereses nacionales de México en el exterior y soslayó verdaderas y necesarias alianzas regionales e internacionales. En este entorno, diversas candidaturas mexicanas para ocupar cargos en organismos internacionales no contaron con el apoyo necesario internacional para su éxito, derivando en rotundos fracasos.
La resistencia presidencial de realizar giras internacionales y de su participación en encuentros regionales, ha derivado en la pérdida del reconocimiento que México debe tener en el contexto internacional. La actual política exterior resultó ser amorfa y sin metas tangibles.
De acuerdo al Embajador Juan Carlos Mendoza en su obra “Cien años de política exterior mexicana”, nos dice que la “política exterior es el ámbito en el que se definen y ejecutan las acciones y decisiones que toma el Estado para la defensa de sus intereses y la promoción de sus objetivos en el escenario internacional. El Embajador Mendoza agrega que “La política exterior debe ser planificada para garantizar la seguridad del Estado frente a otros Estados; defender sus intereses nacionales; y para contribuir a encontrar en el escenario internacional los requerimientos que el modelo de desarrollo no puede obtener en su propio territorio”.
En este escenario, es necesario dar un giro hacia una verdadera política exterior de Estado y hacia una diplomacia profesional. La cuestión es si la nueva presidente seguirá la actitud complaciente con los autoritarismos o buscará una mayor proyección internacional que respondan a los intereses nacionales y no a visiones acotadas e ideológicas.