La designación de embajadores y cónsules generales corresponde al Presidente de la República, entre los diplomáticos de carrera, o bien, mediante nombramientos “políticos”, asignados por el propio Presidente, a personas que son ajenas al servicio exterior de carrera y que muchas veces no están exentas de la recompensa ideológica y política.
Los diplomáticos de carrera ingresan al Servicio Exterior Mexicano (SEM) por exámenes de oposición, a una carrera en la cual están sujetos a exámenes y evaluaciones permanentes para ascensos. Hoy, un diplomático de carrera puede tardar en llegar al rango de embajador alrededor de treinta años. Muchos no llegan a esa meta antes de jubilarse.
Si bien el Artículo 89 constitucional faculta al Presidente para nombrar a los agentes diplomáticos y cónsules generales con la aprobación del Senado, la Ley del Servicio Exterior Mexicano también ordena que dichos nombramientos deberán hacerse preferentemente entre los miembros del SEM de carrera, lo que no siempre se cumple y es común observar que embajadores de carrera son desplazados por embajadores políticos.
Si bien es cierto que el Presidente necesita nombrar a algunos embajadores de confianza en países de su interés y en función de temas específicos, también es verdad que muchas veces estas designaciones responden a compromisos políticos, familiares y partidistas, incluso, en no pocas ocasiones de protección política para algunos personajes cuestionados e innombrables.
En el sexenio que concluye ha habido un irresponsable y desaseado nombramiento de embajadores políticos, cuya sordidez no sólo ha correspondido al primer mandatario, sino también al Senado que los ratificó, ante la presión de la bancada oficialista y el autoritarismo presidencial. Dichas designaciones respondieron a la voluntad del primer mandatario y no a una adecuada evaluación de los perfiles y capacidades de las propuestas y necesidades de México en el exterior, ante una cancillería escurridiza.
Algunos nombramientos han resultado disparatados, sin cubrir con los estándares mínimos de conocimiento e interés diplomático. Una muestra, en el continente americano los nombramientos políticos ocuparon en promedio el 90 por ciento de las embajadas mexicanas durante el sexenio, algo escandaloso, como también se observa en nuestras embajadas emblemáticas en Europa.
En algunas embajadas mexicanas, como en Cuba, Nicaragua o Venezuela, se puede percibir que la actividad diplomática en esas representaciones, de nombramiento político, ha estado más preocupada por complacer los designios ideológicos del mandatario mexicano y los intereses políticos personales de los presidentes de esos países y no de los objetivos nacionales de México. Vergonzoso, ante verdaderas tiranías que se han sostenido en el poder mediante la represión y procesos antidemocráticos.
Nos encontramos a las puertas de una nueva presidencia y una nueva legislatura. La duda es saber qué tanto interés tendrá la nueva presidente por la política exterior de México, o si dará continuidad a la caótica política exterior del presidente saliente.
No cabe duda que es necesario dar un vuelco a la política exterior, ante un arraigado egocentrismo presidencial y el abandono sexenal a ésta.
También me pregunto si el Senado podrá cumplir cabalmente sus funciones en materia diplomática y de política exterior, o continuará como un apéndice de la oficina presidencial; al respecto me declaro escéptico, en función de una mayoría oficialista, donde, de acuerdo a la experiencia, ha contado más una recalcitrante ideología partidista y el total sometimiento al ejecutivo que la política exterior.
En fin, una buena taza de café estimados lectores, siempre es buena para comenzar y concluir estas líneas, veracruzano (el café) … de la tierra de Yunes y Cuitláhuac muy de moda, hablando de embajadas… ¡Uy, toco madera!