Como estaba previsto, el domingo pasado se realizaron elecciones presidenciales en Venezuela, sólo con dos candidatos con posibilidad de ganar, el actual presidente Nicolás Maduro y el opositor Edmundo González, a quien los analistas, con amplia razón, atribuyeron amplias posibilidades de desplazar a Maduro. Ayer el Consejo Nacional Electoral de ese país anunció el triunfo del presidente actual.
Sin embargo, en un artículo anterior en este apreciable diario, “Venezuela entre Maduro y la Democracia”, señalé vehementemente el severo peligro que corrían los resultados electorales ante la dictadura.
Señalé que era muy obvio que se trataba de unas elecciones de Estado, por la visible intromisión y poder autoritario de la dictadura en el proceso electoral; que se percibía temor y desinterés de Maduro por abandonar el poder; dije que no solamente se trataba de los intereses y obsesiones de poder de un solo hombre como Maduro, sino también de la élite política, económica, militar y policiaca que le rodea, todos ellos vulnerables ante la justicia por violaciones a los derechos humanos, corrupción y vínculos con el crimen organizado, lo que no los hace tan fácilmente asequibles a abandonar el poder.
En este contexto, Maduro ha hecho trizas el orden democrático y la división de poderes, tan necesarios para las democracias y tan repugnantes para las dictaduras. El Poder Ejecutivo controla los Poderes Judicial, Legislativo y al órgano electoral.
Los venezolanos están frente a frente a un ámbito de represión y amenazas permanentes sociales y políticas y hacia el ejercicio del periodismo, con intimidaciones y persecuciones, así como una permanente estigmatización, insulto y ofensa del chavismo a periodistas y medios de comunicación.
El tema del crimen organizado no es menor en Venezuela, ni para los procesos electorales ni para el poder, lo que ha dado lugar a la formación del Cártel de los Soles, agrupación criminal integrada por políticos, militares, policía y crimen organizado, del que formarían parte, afirman especialistas en la materia, el propio Maduro y el militar retirado y político poderoso Diosdado Cabello. A esta situación el colectivo especializado InSight Crime, la ha llamado el “Estado híbrido”, integrado por la gobernanza y la criminalidad, por el cual Maduro se ha podido mantener en el poder.
El país es un corredor estratégico para la cocaína colombiana hacia Estados Unidos y Europa, lugar de almacenamiento y hoy también productor, a lo que se suman otras actividades delictivas como el contrabando de combustible, tráfico de personas, control de la minería y la extracción de oro y piedras preciosas, etc. Destaca en esta gran trama criminal la mega-banda venezolana El Tren de Aragua y los vínculos venezolanos con las disidencias de las guerrillas colombianas, FARC-EP y ELN que operan en territorio venezolano. A lo que se sumaría el Cártel de Sinaloa.
Por las razones anteriores no ha sido fácil reconstruir un país devastado por la dictadura y sus élites ni realizar elecciones justas y creíbles. El sometimiento de las instituciones públicas, la opacidad de la administración pública y la cooptación de la justicia, han exacerbado el poder de la dictadura.
Estamos frente la ineptitud de un presidente y una mala administración pública. Hoy se trata de reestablecer y consolidar el orden democrático y deshacer el escenario de terror de muchos venezolanos que han emigrado en busca de la supervivencia y la salvaguarda de sus derechos básicos; de quebrar el absurdo de la demagogia y la polarización social, característica del populismo, la arrogancia, el mesianismo, narcisismo y la mitomanía de los hombres enfermos de poder, son muchos años del chavismo en Venezuela. Para los que creemos en las libertades, hoy es necesario dar cabida y solidarizarnos con la democracia.