1.
Nuevamente, la agitación mundial ha hecho aparecer el fantasma de la recesión en Estados Unidos, que fácilmente pudiera llegar a propagarse si es que situaciones distintas en su naturaleza llegaran a eslabonarse. En México es posible atribuir a factores externos la reducción de perspectivas de nuestra economía, como si de resistir se tratara, pero en realidad lo que pudiera estar sucediendo es que se estén combinando el hambre con las ganas de comer. Es decir, que los factores externos estén simplemente agravando debilidades internas, acentuando el efecto sobre los indicadores económicos.
2.
En opinión de los analistas, el desorden en los mercados está acentuado por la aversión al riesgo persistente entre los inversionistas, quienes temen que el altísimo costo del dinero, causado por tasas de interés muy altas por un periodo ya prolongado de tiempo, pudieran causar desempleo, desinversión y reducción del consumo como para frenar el crecimiento de la gran locomotora mundial estadounidense, por ahora situado en torno al 2%, lo que en general desaceleraría la economía global. Esta percepción fue agravada por la primera elevación de las tasas de interés en Japón, que había sido negativa hasta hace poco, lo que sumará costos al dinero y las transacciones.
3.
Y, en el caso de México, la aversión al riesgo provocada por las confusas señales de desarticulación de controles jurídicos y convencionales y la gestación de un poder hegemónico sin contrapesos, más allá de la favorable situación que el país pudiera tener en la relocalización de cadenas productivas, están generando pesos muertos. Si se pierde la confianza en los tribunales y en el cumplimiento de compromisos en los tratados internacionales para contar con órganos autónomos antimonopolios, de regulación y transparencia, se incrementan los riesgos y enrarecen las inversiones.
4.
Ciertamente, la macroeconomía mexicana es bastante buena; contamos con reservas internacionales por 223 mil millones de dólares, la deuda externa no parece ser demasiado elevada como porcentaje del PIB (se sitúa en torno a 48%) si bien en términos absolutos creció cuatro billones de pesos en este sexenio y los ingresos públicos, aún por definirse el proyecto de presupuesto para 2025, parecen ser suficientes para el arranque del gobierno entrante, si bien las preocupaciones por la estabilidad fiscal o el nivel del gasto público siguen presentes. Piénsese tan sólo que, con las actuales tasas de interés, el financiamiento de la deuda requiere 1.2 billones de pesos, monto que se incrementa conforme nuestra moneda se devalúa, cantidad equivalente al total de transferencias y participaciones federales a los estados y municipios, y muy superior a los montos requeridos para los programas sociales comprometidos por el gobierno y que deberán sostenerse. En esa tendencia, llegará un punto en que la liga no podrá estirarse más y deberá recurrirse a más ingresos, vía la deuda o el incremento de impuestos, o bien, al recorte del gasto, que es lo más probable que suceda. Para 2025, la SHCP anticipa una reducción del déficit público de 6 a 3.5% así como recorte del gasto de inversión, al concluirse las obras icónicas como Dos Bocas, el Tren Maya y el Transístmico, cuya operación seguirá costando.
5.
¿Qué puede pasar? Que el ajuste frene la expansión de la economía, de por sí acotada en torno al 2% y que, de darse una recesión en Estados Unidos, el Acuerdo Comercial trilateral (TMEC por sus siglas en inglés) no pudiera compensarnos, lo que generará mayor desconfianza, inflación y diferimiento de inversiones, como sucede en los casos de Tesla, industria agroalimentaria y energías limpias. La aversión al riesgo México, ese concepto poco comprendido, es lo que está pesando sobre el otrora superpeso, llevándose las esperadas inversiones por relocalización hacia la India, Vietnam y, de llegar Donald Trump a la presidencia, hacia Estados Unidos.