Una vez más, los mexicanos nos enorgullecimos de la labor ejemplar que realiza una institución que goza de autonomía constitucional, en la que se ha depositado la organización de las elecciones: el INE. La jornada electoral fue un triunfo que demuestra no sólo su experiencia y la utilidad de su función, sino el esmero y entrega con la que miles de mexicanos, convencidos del vigor de nuestra democracia, entregan su tiempo y dedicación a esta obligación que nos interesa y nos conviene a todos.
Pero, así como la democracia no se agota con la elección del partido o candidato en quien queda encomendada la función de gobierno, tampoco la organización de las elecciones constituye una atribución del INE que quede circunscrita al día en que se instalan las urnas. La responsabilidad constitucional encomendada a ese órgano de gobierno está relacionada con todo el proceso electoral.
Los aplausos y el reconocimiento que nos merece el resultado de la jornada electoral del domingo pasado, son comparables al válido reclamo que todos los mexicanos externamos por la tibia respuesta con que el organismo reaccionó ante la afrenta que el Presidente de la República posó a lo largo de este año, cada vez que utilizó sus conferencias matutinas para criticar a la candidata de la oposición y, con ello, incidir poco a poco en el resultado electoral. Es legítimo el repudio de la ciudadanía contra la falta de oficio con que el organismo actuó para conminar al Ejecutivo a cumplir la ley, justo en el momento y durante todo el tiempo en que era debido.
La doctora Claudia Sheinbaum ganó la elección presidencial con una ventaja aparente de unos veinte puntos porcentuales y, no obstante, a un inmenso número de votantes les queda duda sobre la legitimidad, la legalidad y validez de su triunfo.
El aplastante resultado nos arroja una desafortunada realidad que desde ayer ya empezaron a tomar en cuenta los mercados: México está a merced de una persona o, en el mejor de los casos, un pequeño grupo de partidos políticos alineados detrás de ella. ¿Es así como se establece y debe funcionar un gobierno democrático?
¿Cómo debemos de valorar lo que ha de llegar con el advenimiento de la nueva administración? Algunos expertos sugerirán que habrá que esperar un término medio, entre aquello que nos dicen las mejores y peores proyecciones. Otros se inclinarán a favor de las posturas más optimistas o harán predicciones en sintonía con las más pesimistas. La realidad de las cosas es que, en el estado actual de cosas, convendría ser pacientes: la candidata electa no será presidenta sino hasta el 1 de octubre próximo. Hasta que no asuma el cargo, ella misma debe ser políticamente inteligente y prudente. Salvo su círculo más cercano, nadie conoce realmente el plan que Claudia Sheinbaum trazará para dejar bien en alto el nombre y aportación histórica de la primera Presidenta de México.
Siendo previsores y anticipando el cumplimiento de los peores escenarios (sobre todo para quienes hemos visto en la acumulación de poder una amenaza contra la democracia), podríamos advertir la inminencia de la desaparición de varios contrapesos del poder: el Poder Judicial de la Federación, el INE, el INAI, los medios de comunicación y las iglesias, por considerar a los más obvios. ¿Podrían abarcar mucho más? Podrían abarcar todo, porque la composición camaral según el resultado electoral les permitiría rediseñar el país entero a su libre voluntad, y no habrá ningún contrapeso para impedirlo o para remediarlo.
Quizá algunos podríamos pasar a mejor vida y recordar la gran oportunidad con la que gozamos al haber sido partícipes de tres cambios de gobierno en alternancia democrática: la entrega de la presidencia entre Zedillo y Fox; entre Calderón y Peña Nieto; y entre este último y Andrés Manuel López Obrador. Una probadita de lo que es vivir en un país con instituciones electorales y un diseño constitucional que sería comparable al de los países democráticos más avanzados de occidente. Frente a los peores vaticinios, podría ser el caso de que se avecinen décadas enteras sin auténticos procesos de libre elección.
Si queremos recuperar esa senda de crecimiento político hacia el interior de nuestro país, debemos atender aquellas causas que impidieron el florecimiento del modelo que recién terminó. Hemos regresado al mismo punto en el que nos encontrábamos hace cincuenta años. ¿Qué hicieron mal los gobiernos liberales, que acabó restituyéndose el modelo unipartidista que tanto trabajo costó erradicar?
México falló en nunca atender nuestro problema esencial: la oprobiosa desigualdad de clases; la movilidad selectiva y restringida a favor de unos cuantos; la prevalencia de un oculto pero bien arraigado racismo, que le impide a la gran mayoría de los mexicanos mestizos acceder a las mismas oportunidades que a los otros mexicanos también mestizos, pero un poco menos mestizos que los primeros.
En la medida en que no se impulsen iniciativas y acciones que permitan remediar la ofensiva desigualdad y opresión en la que viven el 60% de los mexicanos que integran el padrón electoral, que ayer eligieron continuar en el actual proceso descompositivo de transformación nacional en el que estamos inmersos, todos acabaremos buscando comida en los botes de basura, porque no es un tema de riqueza, de productividad o de competitividad, es un tema de dignidad humana elemental.
Conservemos la calma y esperemos al 1 de octubre para escuchar a la próxima Presidenta de México. Un doctorado en física y una vida entera entregada a la docencia, a la lucha por la igualdad social y al servicio público, mucho pueden agregar a un nuevo planteamiento de gobierno, que marque un sello propio y se disocie de la deficiente gobernanza en la que sobreviven varios países de América Latina, o por la que nuestro propio país se debate todos los días entre la vida y la muerte, por los graves problemas de seguridad que lo aquejan.
Una cosa es cierta, lo único que nos salva de ese abismo que puede existir entre un nuevo gobierno o la terrible continuidad del que hoy tenemos, además de la esperanza, es la lógica deducción que puede existir en la mente de una científica, de saberse responsable histórica de la autoría de un cambio de paradigma en la función de gobernar, que haga de este país, verdaderamente, un lugar mejor para todos los mexicanos –en el razonable entendido de que México no está solo, es uno más en un concierto de naciones, en el que el mayor bienestar está indisolublemente ligado a la educación, al trabajo y a la competitividad.