Durante mucho tiempo, el mundo se dividió en buena medida en dos bloques: la derecha y la izquierda. Estas ideologías estaban representadas a nivel mundial por los Estados Unidos de Norteamérica, y, por el otro lado, por la poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, mejor conocida por su acrónimo, la URSS. Aquella generación de la posguerra aprendió a vivir con una suerte de espada de Damocles sobre sus cabezas. Los arsenales nucleares eran suficientes para destruir el mundo varias veces. Así, ambas naciones lideraban sus respectivas zonas de influencia: la URSS controlaba Europa del Este, articulada militarmente a través del Pacto de Varsovia, mientras que Estados Unidos lideraba Occidente, con la OTAN como punta de lanza.
Aquella generación que vivió la convulsa década de los años 60 sembró en su subconsciente una idea muy clara: lo justo, lo equitativo, lo humano es estar a la izquierda en la geometría política. La derecha estaba representada por conservadores, imperialistas, abusivos y retrógrados. Así creció buena parte de esa generación, hoy ya mayor. Pero la realidad, que es enfadosamente terca, demostró que los totalitarismos terminan siempre por colapsar. La vida política del siglo XX se define en buena medida por la caída del bloque comunista de Europa del Este y la propia disolución de la Unión Soviética.
En términos de la vida intelectual, estar en la izquierda siempre prestigiaba; era sinónimo de pensamiento libre y de avanzada. Por el contrario, la derecha cargaba la losa de un conservadurismo trasnochado y con muy poco sentido social. Mucha agua ha pasado bajo el puente de la historia. Hoy el mundo es otro. Se vive la globalización como fenómeno económico, en un contexto dominado por el mercado. El recuento cronológico anterior sirve para ubicarnos en el tiempo y espacio actuales. ¿Qué nos ha enseñado la experiencia política de tantos años en las fórmulas de gobernar en la actualidad?
Tomemos como ejemplo nuestra casa común, América Latina. Varios países de esta región han optado por abrazar lo que hoy se denomina socialismo del siglo XXI. Naciones como Colombia, Venezuela, Nicaragua y Brasil, entre otras, han llevado a la práctica desde el poder las propuestas políticas de la izquierda. Lejos de ser de derecha (al menos en mi caso), uno no puede dejar de preguntarse si esta fórmula política realmente tiene la posibilidad de reivindicar y dignificar al ser humano como individuo. Pongamos esto en un contexto real y no imaginario. ¿Hoy en día existe realmente en Rusia un régimen de izquierda? ¿Es China comunista? ¿Los países que integraban el Pacto de Varsovia decidieron regresar a la fórmula comunista?
Criticar a la izquierda en esta región del mundo, es decir, América Latina, te ubica automáticamente en el conservadurismo más añejo y rancio. ¿Realmente este modelo político-económico es una solución para una zona del mundo que se caracteriza, entre otras cosas, por su nivel de pobreza y marginación? La Nicaragua de los Somoza era un ejemplo viviente de lo que era vivir en un régimen de derechas, antidemocrático y carente de libertades. Después de aquella experiencia, el llamado “Directorio”, donde se encontraban personajes como el escritor Sergio Ramírez, Edén Pastora (el Comandante Cero), Tomás Borge, y otros, no comprende cómo hoy Nicaragua vive una dictadura donde Daniel Ortega maneja, sin el menor pudor ni asomo de pluralidad y democracia, esta nación centroamericana desde 2007, con posibilidad de reelección cada cinco años. Ortega tiene garantizado el control político indefinidamente: su esposa es la vicepresidenta, y, cada vez que hay elecciones, o mete a la cárcel a los adversarios políticos, o los expulsa del país y les quita la nacionalidad.