Esta semana para muchos es una de las más significativas, no se trata solamente de una oportunidad para pasar tiempo con nuestra familia, olvidarnos un poco del ruido con el que nos aturde la vida o la rapidez con la que se nos insta a sobrevivir en un mundo cada vez más violento y material; sino que además nos permite un momento de silencio, de reflexión y de enmienda.
Conmemorar la vida y obra de Jesús de Nazaret significa rememorar sus enseñanzas, entender que basó su existencia en uno de los sentimientos más importantes y sin embargo, complejos: el amor. Y es que éste implica compasión para ayudar a quien lo requiere, solidaridad para escuchar a quien se ama, empatía para sentir el dolor ajeno como propio, misericordia para no juzgar desde los prejuicios personales, perdón y paciencia como base de la armonía, y sobre todo lealtad y obediencia a Dios.
No olvidemos lo mencionado por Benedicto XVI: “donde parece reinar solo el fracaso, el dolor y la derrota, es donde se manifiesta todo el poder del Amor infinito de Dios”. Este periodo nos invita a reflexionar sobre el significado del sacrificio, la pasión, muerte y resurrección de Jesús, nos conmina a entender que las experiencias no pueden centrarse en el dolor, sino en la certeza de este aprendizaje nos hará crecer, porque reza una frase popular que: “Al final todo está bien y si no está bien, entonces no es el final”.
Es innegable que vivimos un mundo complicado, donde la violencia se ha instaurado en nuestra vida de forma casi insostenible, las agresiones a mujeres, niñas y niños continúan a la alza, el acoso laboral y escolar es una situación que afecta emocional y psicológicamente a las víctimas aumentando los problemas de salud mental, y claro que no podemos perder de vista que nuestro hogar, la Tierra, se enfrenta a situaciones cada vez más extremas por el cambio medioambiental que como humanidad le hemos provocado, entre otros muchos problemas.
Sin embargo, de lo que estoy convencido es que Cristo nos educó y nos continúa instruyendo en el amor, ejemplos hay muchos, lo vemos en la fe de las madres buscadoras, en el trabajo determinado de diversos profesionales, en la esperanza de nuestros hermanos migrantes de buscar un entorno mejor para su bienestar y desarrollo, pero sobre todo en el compromiso de las y los religiosos de las diversas iglesias, quienes han buscado instaurar una cultura de paz, luchando con la voz de la fe para que los valores y el amor al prójimo se vuelvan a hacer presentes en la vida de cada uno de nosotros y guíen nuestras acciones.
Pero además del esfuerzo mancomunado, también tenemos que repensar el amor, el cariño que le tenemos a Dios y al designio que ha trazado para cada uno de nosotros, preguntarnos: ¿por qué en muchas ocasiones nuestro amor sólo depende de las situaciones favorables?, ¿la caridad que le prodigamos puede sostenernos y ayudarnos a superar los conflictos?, ¿con cuanta intensidad debemos amarle?
No olvidemos que la fe y el amor de Jesús fueron inquebrantables, que atravesó por pruebas, tentaciones y por todos los sufrimientos, el físico, el abandono y rechazo de seguidores, la traición de ciertos discípulos, la burla de un pueblo que días antes lo alababa con ramos en su entrada a Jerusalén, y por último la condena a muerte.
Es por ello que no debemos dejar pasar estas fechas como lo que realmente significan, un encuentro con nuestra propia espiritualidad, una oportunidad para renovar nuestros lazos familiares y como un espacio para dejar renacer el amor que Jesús nos ha inculcado a través de sus enseñanzas; porque Cristo nos continúa formando en la caridad.
*Consultor en temas de seguridad, justicia, política, religión y educación.