Claudia Sheinbaum se prepara para iniciar su mandato como la primera presidenta de México, pero las herencias que recibe de Andrés Manuel López Obrador podrían convertirse en su primer gran obstáculo. Entre ellas, la más crítica es la reciente aprobación de la reforma judicial, que cambiará radicalmente al Poder Judicial de la Federación, y que promete desatar tensiones políticas, incertidumbre económica y un clima de confrontación entre los actores clave del país. La pregunta que muchos se hacen es si Sheinbaum podrá superar este escenario o si será la primera víctima de éste complicado legado.
La reforma judicial no solo es un reto técnico, sino un detonante de una posible crisis política. Su implementación exigirá a la administración pública federal ajustes profundos que pondrán en aprietos al nuevo gobierno. A esto se suma el descontento dentro del Poder Judicial, que ve en los cambios una amenaza a su independencia. Este choque de poderes podría provocar una parálisis institucional en los primeros meses del nuevo gobierno, afectando directamente la capacidad de Sheinbaum para avanzar con su agenda política.
El panorama económico también se vislumbra complicado. Los inversionistas han comenzado a mostrar signos de preocupación ante la posibilidad de que las instituciones judiciales pierdan autonomía, lo que generaría inseguridad jurídica. Esto, a su vez, podría frenar el crecimiento económico y aumentar la desconfianza en un contexto global ya de por sí volátil. De no ser bien aterrizada, la reforma judicial podría convertirse en el epicentro de la incertidumbre económica.
Otro factor que complica la situación es la relación de México con Estados Unidos y Canadá, en el marco del Tratado de Libre Comercio (TMEC). Los socios comerciales han expresado sus inquietudes sobre el rumbo económico y legal del país, lo que podría derivar en disputas comerciales que afectarían a sectores clave como el energético y el agrícola. Si Claudia Sheinbaum no logra manejar con firmeza estas tensiones, el TMEC podría convertirse en una fuente de inestabilidad adicional. A ello habría que agregar la incertidumbre generada por las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
En lo político, Sheinbaum también enfrenta una situación delicada. Aunque ha sido vista como la sucesora natural de López Obrador y fiel seguidora de su proyecto, el “obradorismo” podría convertirse en un arma de doble filo. Si bien representa una base política sólida, la sombra de su predecesor amenaza con eclipsar su capacidad de liderazgo independiente.
Algunos analistas ya anticipan que, de no desmarcarse pronto del legado de su antecesor, Sheinbaum podría ser la primera víctima política de este “obradorismo” que le heredó una serie de crisis latentes. La reforma judicial es solo uno de los elementos de una herencia que incluye también una clase política dividida y un país polarizado. La oposición, aunque debilitada, buscará cualquier oportunidad para cuestionar su legitimidad y su capacidad de gobernar con eficacia.
El destino de Claudia Sheinbaum está entrelazado con el legado de López Obrador, pero no está escrito en piedra. Ella tiene la posibilidad de trazar su propio camino y mostrar que es capaz de liderar con su sello personal. Sin embargo, si no actúa a tiempo, podría ser víctima de esa complicada herencia que, en lugar de empoderarla, la podría arrastrar hacia una gestión llena de tropiezos y confrontaciones, que provocarán un clima de peligrosa inestabilidad.