Las campañas electorales, especialmente en el contexto de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2024, se están llevando a cabo en diferentes frentes. Las convenciones republicanas y demócratas de este verano han puesto en escena no sólo a sus candidatos y propuestas, sino también a distintas construcciones de identidad que reflejan las tensiones y desafíos del actual escenario político. En esta columna busco explorar cómo las representaciones de la masculinidad, tanto en el Partido Republicano como en el Partido Demócrata, han sido instrumentalizadas para movilizar el apoyo de diferentes segmentos del electorado y cómo estas construcciones narrativas podrían influir en el resultado electoral.
El atentado contra Donald Trump, figura central del Partido Republicano, marcó un punto de inflexión en la narrativa de la masculinidad dominante dentro de este partido. La aparición de Trump en la Convención Republicana, con una venda sobre su oreja herida, se convirtió en un poderoso símbolo metonímico de su figura como sobreviviente y protector de la nación. Este gesto, simple pero cargado de significado, fue recibido con aplausos y vítores por sus seguidores, quienes vieron en él una reafirmación de la masculinidad agresiva y directa que ha caracterizado su liderazgo. La imagen de Trump, herido pero desafiante, encapsuló la idea de un líder que no sólo soporta ataques personales, sino que también encarna la resistencia del propio cuerpo político que busca proteger.
Su forma de hablar directa y violenta fue aclamada por sus seguidores como una muestra más de su masculinidad sin disculpas, con un discurso in your face, una cualidad que muchos interpretan como un símbolo de fortaleza y resistencia. En español, podríamos decir que es alguien que “no se dobla ni se agacha ni ante las peores circunstancias”.
Sin embargo, la presentación de JD Vance como candidato a la vicepresidencia expuso una fisura en esta narrativa. Vance, presentado como una versión más joven de Trump, no logró conectar con el electorado de la misma manera. Su discurso, a diferencia del de Trump, careció de la chispa de éste, lo que llevó a una percepción de ambigüedad en su representación de la masculinidad. Esta percepción se vio agravada por la aparición de fotografías en las que Vance se vestía como mujer, así como por rumores de que utilizaba delineador de ojos, elementos que, en el imaginario colectivo tradicional, podrían verse como incompatibles con la figura del hombre fuerte y protector que el Partido Republicano ha intentado proyectar.
La respuesta demócrata a esta situación fue rápida y efectiva. Tim Walz, candidato a la vicepresidencia por el Partido Demócrata, capitalizó la percepción pública de Vance con un comentario simple, pero contundente: lo calificó de weird (raro o “rarito” en español). Este término, que en principio podría parecer una simple burla, en realidad funcionó como una herramienta retórica para establecer una distancia entre la masculinidad “normativa” que Walz representa y la masculinidad ambigua de Vance. En este sentido, la palabra weird no sólo se convirtió en un meme que desacredita a Vance, sino que también refuerza la idea de que existen formas “correctas” e “incorrectas” de ser hombre dentro del discurso político.
Es importante señalar que este debate sobre la masculinidad no se limita a una confrontación entre Trump/Vance y Walz, sino que también involucra a Joe Biden, quien, debido a su avanzada edad y estado de salud, se vio obligado a retirarse de la contienda, cediendo su lugar a Kamala Harris. Biden, cuya masculinidad ya se veía fracturada por su edad y por las limitaciones físicas y mentales que ésta conlleva, representa una versión de la masculinidad que ha perdido su vigor y que, en el imaginario colectivo, está más asociada con la decadencia que con la fuerza. Su salida de la contienda electoral, aunque forzada por las circunstancias, puede interpretarse también como una retirada simbólica de una forma de masculinidad que no tiene lugar en la arena política.
La salida de Biden dejó un vacío que Kamala Harris supo llenar con su carisma y su capacidad para conectar con los votantes jóvenes. Harris, quien se proyecta como la posible primera mujer en ocupar la silla presidencial, se ha convertido en el centro de la estrategia demócrata, superando incluso a Trump en las encuestas recientes. Sin embargo, conscientes de la necesidad de atraer al electorado blanco heterosexual de clase media, los demócratas han dedicado una parte significativa de su convención a resaltar una masculinidad diferente, representada por Waltz.
La figura de Waltz se ha construido cuidadosamente para atraer a este segmento del electorado. Desde la broma de Barack Obama sobre el mal gusto de las camisas de leñador de Waltz, hasta las referencias a sus dad jokes, o las historias de sus antiguos estudiantes sobre el coach Waltz, todo ha sido diseñado para proyectar la imagen de un hombre común, un padre protector y solidario, pero que no cae en los estereotipos del “chavo ruco” que intenta desesperadamente parecer joven. Walz, con su imagen de “papá cool”, contrasta con la retórica divisiva republicana.
Un ejemplo particularmente poderoso es la historia que circula sobre cómo Waltz, durante su tiempo como entrenador de preparatoria, apoyó a un joven homosexual a sentirse cómodo con su orientación sexual en un momento en que ser gay no era socialmente aceptado. De esta forma, el candidato demócrata a la vicepresidencia representa una masculinidad más inclusiva y constructiva, que se contrapone a la agresividad y confrontación “tóxica” de Trump. En este sentido, la campaña de 2024 no se está librando únicamente en el terreno de las ideas políticas, sino que también se da en el de las identidades de género y las representaciones de la masculinidad.
A diferencia de contiendas anteriores, como la de Hillary Clinton y Trump en 2016, donde el género fue una línea divisoria evidente entre los candidatos, en esta ocasión el Partido Demócrata ha optado por no contraponer feminidad y masculinidad, sino por reconfigurar la masculinidad misma. Walz, al actuar como una suerte de alfil en el tablero político, no sólo pone en jaque al rey (Trump), sino que también redefine qué significa ser un hombre en la política contemporánea. La reina Harris, por su parte, adquiere una capacidad de moverse con libertad y fuerza en el campo de batalla político, desafiando las expectativas y ganando terreno en el tablero electoral.
En suma, las convenciones de 2024 han revelado un escenario en el que la masculinidad se ha convertido en un campo de batalla en sí mismo. Las diferentes representaciones de lo que significa ser hombre, y cómo éstas se proyectan ante el electorado, serán determinantes en la elección final.
En este contexto, mientras las convenciones republicanas y demócratas continúan, queda claro que la batalla por la Casa Blanca no sólo se librará en el campo de las ideas, sino también en el de las identidades de género y las representaciones de la masculinidad en la política contemporánea.