La Rusia de Putin no es un país de izquierda, como cree el trasnochado populismo mexicano. Es una nación decadente, gobernada por un autócrata que se vale del espionaje, la desinformación, la represión y los asesinatos extrajudiciales para aterrorizar a la población. Ni siquiera es comparable a China, con una economía potente. Los rusos solo producen de forma efectiva hidrocarburos y granos. Fuera de eso, no tienen ninguna industria. No han innovado nada desde la URSS.
Siguen yendo al espacio con los mismos artilugios que en los años 50. Fuera de Moscú, con su limpieza fascista que impresionó a Tucker Carlson, y San Petersburgo, meca de la mafia, el resto es como un Mordor. Rusia es un país de cartón piedra.
No tiene nada que ofrecer a México más allá de propaganda. Esto lo sabe el mundo, pero el México de López Obrador, no. Yulia Taran, vicepresidenta de Rusos Libres, que representa a la diáspora rusa en España, sugirió a los mexicanos buscar información que no provenga del Kremlin, “para que vean cómo vive la gente en la miseria, cómo los ancianos pensionistas no pueden sobrevivir y tienen que buscar comida en la basura. Los niños no tienen atención médica”.
Si no consiguen dinero, se mueren. La gente vive con miedo de ser enviada al frente de guerra, de hablar con su vecino, con su compañero de trabajo. Los mexicanos deben tener mucho cuidado con Putin y su gobierno.
¿Qué dice el exilio ruso del Presidente de México? Que está compinchado con el Kremlin. ¿En México creen que Putin es progresista?
No pueden creer eso. Se han firmado leyes draconianas contra las mujeres. En la Rusia de Putin se puede golpear a las mujeres, a los niños. Antes era un crimen, ya no. Ser gay es un delito, castigado con prisión. Nada de esto es de izquierda. Es derechismo cavernícola.
La madre patria es el valor más importante, no la persona. Es un retroceso al imperialismo, al feudalismo y a la esclavitud. Si los mexicanos no quieren encontrarse en la misma situación, deben dejar de creer en sus historias. Putin está delirando. El shock entre el exilio por la muerte del opositor ruso Alexei Navalni es comparable al de la invasión de Ucrania, me dice Taran.
“Estamos devastados. Hay mucho dolor, mucha tristeza. No lo esperábamos. Lo mismo que cuando empezó la guerra. Ha sido un golpe para toda la sociedad rusa, para los buenos, los malos, los neutros”.
Contrario al dolor generalizado por la muerte de Navalni en una remota prisión siberiana, por la que líderes democráticos responsabilizaron a Putin, el gobierno de AMLO guardó absoluto silencio. Peor aún, horas después de darse a conocer la noticia, AMLO tuvo el cinismo de publicar un aviso en X (antes Twitter) anunciando su entrevista a modo con la propagandista rusa Inna Afinogenova, despreciada por sus compatriotas en España, donde ahora radica, entre otras cosas, por haber propagado los conocidos infundios de la inteligencia rusa sobre Navalni cuando fue subdirectora del canal estatal ruso RT en Español.
Afinogenova alega que rompió con Putin tras la invasión, pero su narrativa es desmentida por los hechos. En España, donde trabaja para un pequeño canal de YouTube, carece de credibilidad. “Sigue siendo la propagandista del Kremlin. Lo único es que como prohibieron a RT en Europa y Estados Unidos, le tuvieron que buscar otra plataforma para poder difundir el mismo mensaje”, me dijo Taran.
La semana pasada, el Instituto Nacional Electoral sorpresivamente ordenó a AMLO retirar de las redes sociales el video de la charla con la rusa por violar la ley electoral.
Previamente, la entrevista, que demostró la disposición de AMLO a alinearse con personajes cercanos a Rusia y hostiles a Estados Unidos, había sido fuertemente criticada por una parte
de la opinión pública mexicana que cada vez está más en contra de la jugada geopolítica del
Kremlin de introducir una cuña entre Washington y su vecino del sur, principal socio comercial, en represalia por la ayuda militar a Ucrania.