No sé cómo terminará el pleito entre México y Ecuador, pero sí sé cómo comenzó. Andrés Manuel López Obrador cobijó en la embajada mexicana en Quito a un delincuente convicto, luego cuestionó la legitimidad de la elección presidencial en el país sudamericano, llamó “fachos” a sus gobernantes y ofendió a sus muertos. La irrupción violenta de la embajada provocada por esta acumulación de hechos y verborrea quedará plasmada en la historia como una aberrante violación de la Convención de Viena que establece la inviolabilidad de las sedes diplomáticas y, el presidente mexicano, como el más injerencista de todos los tiempos.
“La actuación de Ecuador establece un mal precedente y es condenable. Sin embargo, es el resultado de una provocación y de insultos por parte de AMLO y su gobierno”, me dijo Emiliano Polo, especialista en México del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington. “AMLO es un presidente que necesita enemigos para funcionar y entender el mundo, eventualmente los domésticos se van acabando y hay que voltear hacia afuera. Una política tan violenta de ‘nosotros contra ellos’ no respeta fronteras”. El especialista considera que “México ha manipulado el principio de no intervención para escudar cualquier tipo de capricho político y ahora hace lo mismo adulterando el precedente de refugio y asilo que había caracterizado a la diplomacia mexicana en el siglo 20”.
Días antes del allanamiento, que derivó en el rompimiento de relaciones con Ecuador, Polo publicó un premonitorio análisis que tituló “La Destrucción de la Política Exterior de México” en el que diserta el cadáver de la diplomacia mexicana otrora ejemplo de dignidad, autonomía y referente en América Latina. La comunidad internacional reaccionó condenando la violenta incursión, como era previsible. Pero para AMLO no bastó. Demandó que Estados Unidos y Canadá endurecieran su posición que tachó de “ambigua”.
Como parte de la demanda que presentó en la Corte Internacional de Justicia, pidió la “suspensión” de la ONU de Ecuador “hasta que se disculpe”. Alicia Bárcena argumentó que la transgresión del derecho internacional debe ser “condenada y sancionada” por la Corte, “en la convicción de que el uso de la fuerza no es el mecanismo”.
México, sin embargo, juzga el “uso de la fuerza” con doble rasero. Tras la sangrienta invasión militar de Ucrania, la peor violación de todos las leyes y convenciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial por parte de un país miembro de la ONU, México rechazó sancionar a Rusia y se abstuvo en la votación que aprobó su suspensión de la Comisión de Derechos Humanos. En un viraje de incoherencia, por no decir hipocresía, AMLO ahora se esfuerza en hacer de Ecuador un paria de la comunidad internacional, mientras mantiene una relación cercana y complaciente con el gobierno del carnicero del Kremlin. Bajo AMLO, las embajadas del Estado han sido usadas y abusadas para dar asilo a cuestionables personajes sudamericanos ideológicamente afines.
El ataque en la sede en Quito fue para sacar a Jorge Glas, exvicepresidente del gobierno de Rafael Correa, a quien dio “asilo político” a pesar de estar condenado por delitos comunes. Actualmente, el núcleo duro del correísmo está asilado en México de donde lanza operaciones de desestabilización contra el gobierno central de Ecuador. Con ese apoyo y el megáfono del medio propagandista ruso RT, en el que tiene su propio programa, Correa ataca a Estados Unidos, defiende a Rusia y polariza a su país desde la comodidad de su autoimpuesto exilio en Bélgica a donde huyó tras ser condenado a 20 años de prisión por la justicia ecuatoriana.
¿Ha llevado AMLO la política exterior a un punto de no retorno?, pregunté a Polo. “La confianza, el respeto y prestigio toman años, incluso décadas en construirse, y tan sólo un par de improvisaciones e insultos en destruirse. Hoy México ya no forma parte de los grandes debates globales y regionales, ni en sus soluciones”. ¿Qué se requiere para corregir el rumbo?, insistí. “No es una posibilidad con este sexenio, para empezar, porque se trata de un gobierno que, de inicio, descarta la importancia de la política exterior. Ni siquiera existe política exterior como tal, sino una serie de reacciones e improvisaciones que han ido dañando profundamente la imagen del país en el exterior, pero eso no es una política ni una estrategia. No se puede corregir algo que se ignora o se desprecia”. Touché.