Estaba Ms. B en su cama blanca como la nieve despertando con su perfecto cabello leyendo las noticias como todas las mañanas; se daba cuenta que era cierto lo que ya le habían advertido, estas elecciones serían muy peligrosas, en la lucha por mantener el poder no importaría pasar sobre quien quisieran pasar y la lucha de los buenos políticos y los ciudadanos los estaría perturbando demasiado, pues saber que quedarse sin poder era volver a donde no querían estar.
En el océano de la democracia, cada elección es como un mar en calma, donde los ciudadanos navegan con la esperanza de un futuro mejor, pero hoy se vive una ola gigantesca, una ola de violencia que amenaza con hundir la nave de la civilidad y el diálogo. Esta ola no es una simple perturbación en la superficie; es una fuerza descomunal que emerge desde las profundidades más oscuras del océano político, arrastrando consigo el peligro y la desesperación.
Ms. B pensó... las elecciones, que deberían ser una celebración pacífica de la voluntad popular, se han convertido en una tormenta feroz. Los vientos de la intimidación y la manipulación soplan con fuerza, y las corrientes subterráneas de la corrupción y el miedo erosionan los cimientos de la confianza pública. Los candidatos y sus seguidores se encuentran en una batalla encarnizada, lanzando olas de desinformación y discursos incendiarios que sólo alimentan el creciente oleaje de la discordia.
En esta metáfora marina, los ciudadanos son los marineros, atrapados en medio de una tempestad. Cada día ven cómo las olas de la violencia se alzan más y más, golpeando sus embarcaciones de esperanza y tranquilidad. Los remos de la razón y el entendimiento parecen inútiles contra la furia desatada de una contienda electoral que se ha salido de control, corrupción, amenazas, persecución a candidatos de la oposición o incluso de su mismo grupo político, porque si no se alinean ya sabemos lo que pasa, todo esto en una sola elección por avaricia y poder, en lugar de un faro de guía, se encuentran rodeados de relámpagos de odio y truenos de amenazas.
Los medios de comunicación, que deberían ser los vigías de esta travesía, a menudo se convierten en sirenas que, con su canto engañoso, conducen a las embarcaciones hacia arrecifes de confusión. En lugar de informar y educar, muchos optan por exacerbar las tensiones, buscando audiencias a cualquier costo, sin considerar las consecuencias de sus acciones en este mar embravecido, a cambio de unos cuantos billetes y otros por amenazas.
Mientras tanto, los líderes políticos, los capitanes de estas frágiles naves, tienen la responsabilidad de calmar las aguas y dirigir la nave hacia un puerto seguro. Sin embargo, muchos de ellos, impulsados por ambiciones personales y agendas ocultas, agitan aún más las aguas, creando tsunamis de desconfianza y violencia. En lugar de utilizar sus compases morales, optan por navegar con la brújula de la polarización, dividiendo a la tripulación en facciones enfrentadas.
La violencia electoral no es sólo un fenómeno aislado; es una manifestación de profundas corrientes subterráneas de desigualdad, injusticia y desesperanza. Es una señal de que, en las profundidades del océano social, hay fuerzas tectónicas que se mueven, desencadenando terremotos de descontento que se traducen en tsunamis de violencia. Ignorar estas señales es tan peligroso como navegar sin mapas en medio de una tormenta.
Es crucial que, como sociedad, encontremos la manera de disipar esta ola de violencia. Necesitamos anclas de diálogo, velas de respeto y timones de empatía para navegar juntos hacia aguas más tranquilas, ejercer nuestro derecho a la democracia votando por un verdadero cambio y no un gobierno que nos mantiene con miedo y desesperanza. Los ciudadanos deben alzar sus voces como un coro de paz, exigiendo responsabilidad y justicia de sus líderes. Los medios deben asumir su papel de faros de verdad y no de sirenas de caos. Y los líderes deben recordar que su verdadero deber es guiar, no dividir.
Ms. B abrió la llave de la ducha preocupada escuchando cada gota de agua caer como lo hacia la democracia pensando que sólo entonces, cuando las aguas se calmen y la tormenta se disipe, podremos ver un horizonte claro, donde la democracia florezca como una isla de esperanza en medio del océano de la humanidad. Porque en el mar de la democracia, la verdadera victoria no se mide por quién llega primero, sino por cuánto avanzamos juntos, navegando en paz y justicia hacia un futuro compartido.