Como si el primer paso para ganar un debate fuera apropiarse del escenario del Centro Constitucional de Filadelfia, con todo y su simbolismo republicano, Kamala Harris, la candidata a la presidencia de los Estados Unidos de América, avanzó con paso firme. La sonrisa educada y con seguridad y aplomo le extendió la mano a un titubeante Donald Trump cuyo rostro se congeló.
Sin embargo, no tuvo otro remedio. Le estrechó la mano y casi se la acarició. Kamala había ganado el primer episodio. La posición de salida, como en la Fórmula Uno, le pertenecía. Y recorrió la pista de los agravios y las mentiras de Trump, sin soltar el primer lugar en toda la carrera. Trump llevaba el rostro grave, los ojos gachos y los párpados de plomo. De nuevo su cantaleta contra los migrantes a quienes acusa hasta de comerse los perros y otras mascotas como gatos. Un delirio inaceptable si se quería hablar en serio.
Pero el foco mediático se mueve hacia la novedad femenina. Kamala Harris, la primera mujer con una trenza de minorías: afroamericana de ascendencia india, ha sido la primera en la vicepresidencia de Estados Unidos, y podría ser la primera mujer presidenta de ese país. Tiempo de mujeres, absolutamente.
Ella lo logró sola, se abrió camino en un sistema político tradicionalmente dominado por hombres blancos. Siendo fiscal general de California, defendió la justicia criminal, los derechos civiles y empujó reformas al sistema de salud. Su esposo, a diferencia de la anterior candidata, no la empujó ni desde el Congreso ni desde la Presidencia. Pero, ¿eso convencerá al votante en el complejo sistema de votos ciudadanos y votos electorales estadounidense? No lo sabemos.
Ese mismo pueblo se enardeció ante el discurso “América Primero”, en el que no cabían los migrantes, pero sí la construcción de muros. Esa misma ciudadanía, ¿estaría dispuesta a escuchar con oídos complacientes a Kamala, defendiendo una reforma migratoria integral que incluya una vía para documentar a los indocumentados y proteger definitivamente a los dreamers? Tampoco lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que Kamala, con sus raíces lejanas, podría presentar una postura más compasiva y práctica para la migración, un tema de alto aprovechamiento durante las campañas y el gobierno de Trump. Harris ofrece una visión progresista, que tampoco es de puertas abiertas, argumentando que el gobierno debe desempeñar un papel activo en la protección de los derechos humanos, la igualdad de oportunidades y la justicia social.
Donald Trump, en contraste, reitera –y en el debate lo probó lastimosamente–, su enfoque de gobierno limitado, promoviendo una agenda de desregulación, disminución de impuestos y reducción del intervencionismo gubernamental, en especial en áreas como la economía y el sistema de salud. Gobernar sin gobierno. Aunque todo parece indicar que el debate organizado por la cadena ABC News será el único entre ambos candidatos, bien le haría al juego democrático estadounidense un segundo capítulo de este ejercicio público. La vida americana y el futuro que está en juego merecen más intervención del público, una mejor fórmula para construir opiniones, mayor visibilidad de los candidatos, de sus fortalezas y sus debilidades. Pero Trump se muestra reacio. Por algo será.
En esta ocasión, Kamala comunicó con sus palabras de tono elocuente y en apariencia sincero, pero también con un lenguaje no verbal espléndido. Con miradas y gestos de elegante burla ante los desvaríos del expresidente, instalado en el rancio delirio chauvinista. Ella comunicó mensajes claros y contundentes –como la libertad sobre el cuerpo femenino ante la discusión del aborto–; conectó con audiencias diversas, se apreció carismática y comprometida con el invaluable auxilio de su sonrisa. Trump negó estar a favor de prohibir el aborto, lo cual es un galimatías. Él apenas la miró, intentó ironizar: “Me alegro de verte. Diviértete”, le dijo en el primer contacto.
Harris, como exfiscal y senadora, abogó por la reforma de justicia criminal, insistió en la importancia de combatir el racismo sistémico y reformar las políticas policiales. Subrayó la necesidad de legislar para evitar la brutalidad policial y promover la equidad racial.