El enojo presidencial en relación con las declaraciones del embajador Ken Salazar sobre el riesgo democrático de la Reforma Judicial marca el fin de lo que se suponía era una relación democrática y amistosa. Hoy sufren la amistad y la diplomacia.
México y Estados Unidos han atravesado innumerables momentos de tensión a lo largo de su historia, pero el reciente anuncio de Andrés Manuel López Obrador sobre una “pausa” con el embajador estadounidense marca un nuevo capítulo en el vínculo bilateral.
Este anuncio refleja no sólo la intrincada naturaleza de las relaciones internacionales, sino también las dinámicas políticas internas que configuran la agenda de ambos países.
El “paréntesis” señalado por López Obrador no es sólo un gesto diplomático, sino un movimiento estratégico que resalta las tensiones subyacentes y los desafíos en la relación entre ambos vecinos.
Este pronunciamiento surge tras las declaraciones de Ken Salazar, embajador de Estados Unidos en México, quien expresó su desacuerdo con la propuesta de reforma al Poder Judicial, específicamente la idea de elegir jueces y magistrados por voto popular.
Este comentario fue percibido por el presidente como una interferencia en los asuntos internos de nuestro país, lo que llevó a una respuesta que subraya su compromiso con la soberanía nacional, un tema que ha sido central en su discurso y política exterior.
La interdependencia entre ambos países es económica, social y política. Comparten más de tres mil kilómetros de frontera y un intercambio comercial que supera 600 mil millones de dólares anuales, así como múltiples áreas de cooperación, desde la seguridad hasta la migración.
De este modo, cualquier alteración en la dinámica colaborativa tiene el potencial de generar consecuencias significativas, no sólo para las relaciones diplomáticas.
La decisión de López Obrador de interrumpir lazos institucionales con el embajador Salazar y, en un menor grado, con la embajada canadiense, refleja un desafío a las normas de la diplomacia tradicional y la colocación de un mensaje claro: el país no tolerará injerencias en su política interna.
Aunque este receso podría reforzar la imagen de López Obrador como un defensor de la soberanía nacional, también plantea riesgos considerables. La relación con Estados Unidos es fundamental para temas clave, como el del Tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), la migración y la seguridad, lo que generaría incertidumbre en ambos lados de la frontera.
La reacción de la administración de Joe Biden a esta “pausa” será crucial para determinar el futuro de la relación bilateral. Hasta ahora, Washington ha adoptado un enfoque cauteloso. Sin embargo, la insistencia sobre la independencia judicial y el Estado de derecho podría llevar a un endurecimiento de la postura estadounidense, complicando aún más las relaciones.
La inclusión de la embajada canadiense en este “desencuentro amistoso” también es significativa, aunque su impacto podría ser menos directo que en el caso de Estados Unidos.
El gobierno de Justin Trudeau ha sido un socio importante para nuestra nación en la renegociación del T-MEC, y en otras iniciativas regionales. Por eso, cualquier fricción en la dinámica comercial y política en la región, es un escenario indeseable para México, sobre todo en la antesala del cambio de gobierno.
La “pausa” con el señor Salazar es un recordatorio de las complejidades inherentes a la diplomacia moderna, donde las fronteras entre lo nacional y lo internacional, así como la amistad y la diplomacia son cada vez más borrosas. La defensa de la soberanía es un principio legítimo y valioso, por eso la capacidad de manejar las diferencias con tacto y diplomacia será crucial para el futuro de las relaciones entre México y Estados Unidos.
En el corto plazo, esta herencia diplomática será recibida en ambos países por nuevos gobiernos y su verdadero reto será convertir los desafíos diplomáticos actuales en oportunidades para fortalecer la América del Norte.