Muchas somos las personas que, a primera hora de la mañana y con la primera taza de café, tomamos nuestro teléfono y scrolleamos en Twitter (X) para enterarnos de lo que está pasando en nuestro entorno. Dependiendo de nuestras interacciones, la aplicación nos mostrará diverso contenido que pudiera parecernos interesante.
Por ejemplo, si eres un fiel opositor al gobierno lo primero que encontrarás son tuits de cuentas que coinciden contigo; todo está mal y todo va a empeorar. Por el contrario, si eres una persona afín al gobierno, encontrarás un sinfín de ejemplos acerca de cómo el país ha propiciado prosperidad económica.
Mucho se ha escrito ya sobre este fenómeno conocido como “cámaras de eco”, es decir, burbujas informativas a través de las cuales los usuarios estamos expuestos principalmente a puntos de vista afines y tenemos menos oportunidades de encontrar opiniones divergentes o información que desafíe nuestras ideas.
Sin embargo, este tema volvió a llamar mi atención debido a la polémica derivada del uso de bots en campañas políticas. Pocas son las personas que siguen creyendo que los hashtags que se posicionan en los primeros lugares de popularidad reflejan una tendencia orgánica de la conversación pública. Bastarían unos cuántos clics para darse cuenta de que se trata de textos impulsados por cuentas anónimas para posicionar un mensaje.
Y me parece que la gran mayoría de usuarios hemos aceptado ya esa realidad. Transitamos en la aplicación a sabiendas de que esos muebles son parte de la decoración ambiental. Pero, para mi sorpresa, algunos periodistas y medios de comunicación siguen prestando atención genuina a este fenómeno. En un principio me costó aceptar que fuera una postura honesta, pero con el paso de los días me he dado cuenta de que algunos de ellos simplemente no han logrado entender qué tan amplio es el alcance de estas campañas.
A Twitter (X) hay que entenderlo en términos reales. Es una gran plataforma informativa que nos permite mantenernos al tanto de la actividad de personalidades importantes, tanto del espectro público como del privado. Pero dicho alcance no le concede ninguna legitimidad como parámetro de medición de la opinión popular.
Comprender la distinción entre el mundo digital y la realidad es fundamental para navegar en nuestra era de información saturada. Sea en ámbito político, económico o incluso deportivo, si la conversación toca los intereses de personas de poder o empresas, muy probablemente vamos a encontrar intentos de manipulación de la narrativa. De corto o largo alcance; fáciles o difíciles de detectar, pero ahí están.
Por eso es importante que entendamos que Twitter (X) no es el mundo real.
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