Kwame Anthony Appiah, filósofo y teórico cultural, sostiene que hay distintos elementos que dan forma a nuestra identidad. Para él, la nacionalidad, la raza y etnia, la religión, el género, la orientación sexual, la cultura y nuestras experiencias personales dan forma a un todo que se muestra y desarrolla diariamente frente a nuestro entorno.
Hoy quiero centrarme sobre uno de estos elementos en particular: la cultura, misma que puede ser entendida, en términos muy generales y poco estrictos, como las costumbres, valores, prácticas y símbolos compartidos dentro de un grupo.
Toda la vida he visto futbol. Los primeros recuerdos de mi infancia son en un estadio, acompañado de mi familia, apoyando al equipo de mi ciudad. La importancia del futbol ha trascendido a través de los mundiales y cualquier otra competición en la que ha participado nuestra selección. Sin lugar a duda, el futbol es parte de mi identidad.
Ya muchos autores han abordado ampliamente este fenómeno. Por citar algunos, Juan Villoro ha expuesto la importancia del futbol en la construcción de la identidad colectiva mexicana, así como su función de espejo social al reflejar nuestras esperanzas, frustraciones y características culturales. Coincido con él en que, durante los partidos importantes, especialmente los de la Selección Nacional, los mexicanos experimentamos un sentido de unidad y pertenencia.
Por su parte, Eduardo Sacheri nos hace participes de cómo el futbol, desde los juegos con vecinos y amigos, hasta los partidos de nuestro equipo y la selección nacional, van moldeando el funcionamiento general del mundo: las justicias e injusticias, el azar, el amor, los héroes y villanos.
Desde algunos años en nuestro país nos encontramos ante una crisis de identidad futbolística. Nuestra selección ha dejado de ser motivo de orgullo y unión para convertirse exclusivamente en una válvula de escape emocional. Cada vez hay menos niñas y niños en las calles portando playeras cuyos dorsales tengan estampado el apellido del héroe en turno.
Desde hace varios años, la selección mexicana se ha convertido en el rostro de la decepción nacional. Corrupción, malos manejos y la anteposición de intereses económicos frente a los intereses colectivos. Hoy, más allá de los análisis tácticos y deportivos, la selección mexicana es un reflejo de todo aquello que nos incomoda como país; de todo aquello que quisiéramos cambiar y que, en algún momento, parecía que podíamos transformar al menos en el terreno de juego.
Y aunque todo parece indicar que el barco está a la deriva y que nada va a cambiar, a pesar de las constantes derrotas y tragedias futbolísticas, algo nos mantiene expectantes de la siguiente convocatoria, del próximo partido y del siguiente mundial. Algo que no atiende a ninguna lógica porque es meramente emocional: la idea de que mañana todo puede ser distinto y que la selección puede dejar de ser la decepción nacional.
Habrá que esperar.