De manera popular, y errónea en cierto sentido, se le conoce como “la hormona de la felicidad”; sin embargo, la serotonina es mucho más que eso; es algo más complicado, que apenas se está empezando a entender.
La mayoría de los antidepresivos son sustancias que cambian los niveles de serotonina en el cerebro, y además de ser eficaces en el tratamiento de la depresión, también se usan para la ansiedad o el trastorno obsesivo-compulsivo, sin que hasta ahora se sepa claramente por qué actúan de esta forma.
Una investigación reciente, realizada con una nueva forma para controlar los niveles de serotonina, abrió nuevas perspectivas que permiten redimensionar los efectos que tiene esta sustancia tanto en el estado de ánimo y la salud mental, como en aspectos cognitivos importantes.
Serotonina, antidepresivos y algunas drogas
La mayor parte de la serotonina del cuerpo, alrededor del 90%, no se encuentra en el cerebro, sino en los intestinos, desde donde actúa sobre todo como hormona y manda mensajes a otras zonas del organismo que no forman parte del sistema nervioso; además, participa en la regulación de la temperatura corporal, la conducta sexual y el hambre.
Aun así, la serotonina (o 5-hidroxitriptamina) debe su fama a su funcionamiento como neurotransmisor; es decir, a que transporta mensajes entre las neuronas y, como tal, forma parte de procesos relacionados con el estado de ánimo y la salud mental, pero también el aprendizaje y la memoria.
Los neurotransmisores son sustancias químicas que una neurona emite en la zona de contacto con otra neurona. Al detectar al neurotransmisor, la segunda neurona lo toma como información para “decidir” si genera un impulso nervioso. Después, la neurona emisora recaptura al neurotransmisor, con lo que se prepara para la siguiente transmisión.
Como se comentó en estas páginas hace un par de años, la mayoría de los antidepresivos está basada en sustancias que evitan la recaptación de la serotonina, por lo que ésta puede volver a activar a la neurona receptora. Muchos de estos antidepresivos son eficaces e, incluso, como no son adictivos, se venden sin receta.
La recaptación de serotonina como forma de aumentar los niveles de esta sustancia también es parte del funcionamiento de ciertas drogas recreativas, como la 3,4-metilenedioximetanfetamina (conocida como MDMA o éxtasis) y la dietilamida de ácido lisérgico (o LSD por el nombre en alemán).
Sin embargo, los nuevos experimentos se hicieron con una forma diferente de controlar los niveles de serotonina, una que no implica, como sucede con muchos de los inhibidores de la recaptación, cambio en los niveles de dopamina, otro neurotransmisor, en otras áreas del cerebro.
Mayor eficacia y una nueva familia
El equipo de investigación, encabezado por Michael Colwell y Catherine Harmer, de la Universidad de Oxford, comenta que en 2020 se autorizó una sustancia llamada fenfluramina para el tratamiento de la epilepsia de Dravet, que en dosis bajas “aumenta directa y rápidamente” la serotonina sináptica más que los antidepresivos comunes.
Así, la investigación se pudo hacer administrando fenfluramina a sujetos humanos para evaluar los efectos de la serotonina tanto en el estado de ánimo como en la cognición y la relación entre ambos.
Los resultados de la investigación, publicados en la revista Nature, indican que el aumento de serotonina sináptica no aumentó la felicidad, la alegría ni la positividad, o como prefiera llamársele.
En cambio, en contextos “aversivos” (que resultan desagradables para la persona y que producen un efecto negativo) “el aumento de la serotonina sináptica parece reducir la sensibilidad a las pérdidas”, señala el equipo en su reporte, y también ayuda al control de los impulsos.
Por otra parte, en contextos neutrales el aumento en serotonina sináptica parece promover las “decisiones caute-
losas, así como mejorar la recuperación de la memoria para la información verbal”. Harmer, Colwell y sus colaboradores reportan, además, que “se observaron mejoras concurrentes en las tareas de aprendizaje” en el grupo de sujetos que tomó la fenfluramina.
Aún es pronto para decirlo, pero la fenfluramina podría ser el inicio de una nueva
familia de antidepresivos que sustituya a los inhibidores de la recaptación de la serotonina que están en el mercado hace casi tres décadas.
Epílogo de un problema antiguo
A la depresión se le conocía como melancolía, palabra que proviene de las raíces griegas “melaina” y “kholé”, que literalmente significa “bilis negra” y que, junto con la bilis amarilla, la sangre y la flema, era uno de los cuatro humores cuyo balance se consideraba la base de una buena salud física y mental.
En la época medieval, la “bilis negra”, en referencia al estado de ánimo, implicaba mal carácter, mal humor, tristeza, angustia o ira, lo que “conlleva un valor emocional negativo más duro que la definición actual”, señala Alec Fraser en un ensayo sobre la etimología de la palabra.
Para 1917, Sigmund Freud, en su libro Duelo y melancolía, caracterizó este estado anímico como “una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí (mismo)”.
La palabra melancolía ya no se usa en contextos clínicos, más que para calificar una forma particularmente fuerte de depresión, la depresión melancólica. En cambio, se ha notado que la prevalencia de esta condición va en aumento –se sospecha que por los desajustes con la era moderna–, y en 2015, la Organización Mundial de la Salud la calificó como la principal causa de discapacidad.
Con la llegada de la pandemia del Covid, la prevalencia de la depresión aumentó aún más y algunos estudios sugieren que las generaciones más jóvenes (Millennials y Gen Z) son más susceptibles a presentar el padecimiento, por lo que convendría tener antidepresivos más eficaces.
el dato.La falta de luz en los inviernos nórdicos puede transformar la serotonina en melatonina, posiblemente contribuyendo a la depresión estacional.