En 1975, al término de la guerra entre Estados Unidos y Vietnam, el gremio psiquiátrico estadounidense se dio cuenta de las consecuencias psíquicas que padecían los combatientes que regresaron al país. Eventualmente esto condujo a que en 1980, la Asociación Americana de Psiquiatría incluyera en la tercera versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III), el llamado Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT o PTSD, por sus siglas en inglés).
Si suena extraño que tras siglos y siglos de guerras entre seres humanos haya sido hasta ese momento que se registraron los síntomas de este trastorno, es quizás más extraño que aún pasarían 17 años hasta que alguien se diera cuenta de que los niños y niñas que padecen violencia o abuso de manera constante pueden tener un padecimiento similar.
Esta enfermedad es en principio similar al TEPT, pero debido a que se desarrolla en la infancia, cuando el cerebro y la mente aún se están formando, puede ser, si no más grave, al menos mucho más compleja. De hecho, a este trastorno se le conoce como Trastorno de Estrés Postraumático Complejo (TEPTc o c-PTSD). Y esto cuando se le conoce, porque lamentablemente su existencia ha sido muy poco difundida.
Traumas, pero también con t minúscula
De acuerdo con una revisión publicada en Papeles del Psicólogo por María José Fernández-Guerrero, investigadora de la Universidad Pontificia de Salamanca, fue Judith Herman, en 1992, quien propuso la existencia del TEPTc. Curiosamente, fue en el mismo año en que la Organización Mundial de la Salud incorporó el TEPT, sin la “c”, a la Clasificación Internacional de Enfermedades o CIE-10.
Actualmente se considera que el origen del trastorno radica en “experiencias de larga duración, continuas, acumulativas, invasivas, de tipo interpersonal”. Pueden ser cosas tan fuertes como el abuso sexual infantil, la violencia doméstica o la explotación sexual, pero también el “abandono o negligencia ejercida por los cuidadores”.
Otra forma de considerarlo es lo que Diana Kwon llama “traumas con t minúscula” que pueden ser experiencias angustiosas como maltrato verbal, abandono, acoso escolar, invalidación emocional o negligencia, que son quizá demasiado comunes durante la infancia.
Fernández-Guerrero agrega que “también puede ejercer su acción nociva aquello que no ha ocurrido cuando tenía que haberse producido, por ejemplo, una mirada, una sonrisa, ser tenido en cuenta o un abrazo de consuelo”.
En qué consiste el TEPTc
Más que en el trauma en sí, “el TEPTc casi siempre tiene en su núcleo la negligencia emocional”, señala Pete Walker en su libro Complex PTSD: From Surviving to Thriving (TEPT Complejo: De sobrevivir a prosperar).
Walker agrega que “muchos terapeutas ven el TEPTc como un trastorno del apego. Esto significa que cuando era niño, el sobreviviente creció sin un adulto seguro con quien vincularse de manera saludable” y no aprende a desarrollar relaciones íntimas.
Las consecuencias pueden ser graves. Walker señala que los sobrevivientes carecen de algunas de las siguientes aptitudes: autoaceptación, sentido claro de identidad, autocompasión, autoprotección, capacidad de obtener consuelo de las relaciones, capacidad de relajarse, capacidad de autoexpresión plena, fuerza de voluntad y motivación; tranquilidad mental, autocuidado, autoestima, además de confianza en uno mismo.
Un ejemplo puede ser el siguiente: Walker detalla que “un aspecto clave de la depresión por abandono en TEPTc es la falta de un sentido de pertenencia a la humanidad, a la vida, a cualquier persona o a algo... lo peor que le puede pasar a un niño es no ser bienvenido en su familia de origen, nunca sentirse incluido”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) incorporó en 2020 el término y, tras una actualización en 2022, establece que “el TEPT complejo se caracteriza por la gravedad y la persistencia de: 1.- Los problemas en la regulación del afecto. 2.- Las creencias respecto de sentirse uno mismo disminuido, derrotado o sin valor, así como sentimientos de vergüenza, culpa o fracaso. Y 3.- Las dificultades para mantener relaciones y sentirse cerca de los demás”.
Epílogo de sanación y confesión
Walker señala con claridad que recuperarse o sanar del TEPT complejo “es sobre todo, complejo”, y advierte que las aproximaciones unidimensionales que prometen con un sólo enfoque curarlo todo, probablemente son incapaces de alcanzar “todos los niveles de heridas que se combinan en causar el TEPTc”.
También señala que “hay casos de traición de los padres tan extremos que no es justo ni razonable esperar que el sobreviviente intente confiar nuevamente en los seres humanos”; pero añade que “los milagros a veces ocurren”.
Como terapeuta y paciente de TEPTc, Walker señala que la terapia es una posible fuente de recuperación, y añade otras como los programas de 12 pasos, ya que las adicciones a sustancias o alimentos son frecuentes entre quienes padecen TEPTc.
Además, añade que la curación relacional puede provenir “de fuentes no humanas”, pues las mascotas (en particular si se trata de mamíferos) tienen necesidades de apego y conexiones “lo suficientemente similares a los nuestros como para que puedan desarrollarse conexiones mutuamente curativas entre nosotros”. Otras fuentes de curación relacional pueden ser el contacto con la naturaleza, la música, las artes y la búsqueda espiritual.
Nota autobiográfica: Como paciente de TEPTc e integrante de un programa de 12 pasos puedo confirmar que las sugerencias de Walker en su “guía y mapa para recuperarse del trauma infantil” funcionan, y que todo empieza por reconocer en uno mismo los síntomas de este trastorno.