Las opciones se agotan para el primer ministro Benjamín Netanyahu, quien se enfrenta a un repudio internacional cada vez más marcado, a la vez que se ve presionado por los propios israelíes, quienes exigen su dimisión por varios motivos.
Aunque el primer ministro ultraderechista nunca ha gozado de la aceptación en todo el territorio israelí, fue en julio del año pasado que los ciudadanos salieron a las calles de forma multitudinaria en una jornada de varios días. ¿La razón? La iniciativa de reforma del sistema judicial, impulsada por Netanyahu, que le restaría autoridad y derechos al mismísimo Tribunal Supremo del país, y que además le daría al gobierno de Israel poder absoluto sobre el nombramiento de jueces y fiscales, entre otras facultades que atentan contra la democracia y la separación de poderes.
Lejos de apaciguar los ánimos, la incursión de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en Gaza en octubre del año pasado aumentó la indignación de los ciudadanos. Los cercanos a los rehenes israelíes expresaron en varias ocasiones su preocupación por darle prioridad a las acciones militares en vez del diálogo con los integrantes del grupo Hamás que mantenían como prisioneros a sus amigos y familiares. Incluso antes de la tregua entre ambos bandos –del 24 de noviembre al 1 de diciembre del 2023–, representantes del gobierno israelí se reunieron con los familiares de las víctimas, asegurándoles que harían todo lo posible para rescatar a los rehenes.
Pero la tregua llegó a su fin, y ahora, a poco más de seis meses del inicio de la ofensiva, las presiones sobre Bibi Netanyahu se han multiplicado. No sólo no ha podido rescatar a más rehenes, sino que su insistencia en “acabar con Hamás” ha ocasionado que, al exterior, Israel sea repudiado cada vez por más personas, organizaciones y líderes mundiales debido a las atrocidades del ejército en Gaza, mientras que al interior, la indignación y oposición aumentan por parte de los familiares de los prisioneros de Hamás, los ciudadanos que exigen un alto al fuego y los inconformes por la iniciativa de reforma judicial, que no se ha descartado y sigue en el tintero.
Aunque parecieran causas distintas, la inconformidad por estos tres motivos tiene un solo origen: la gestión de Netanyahu, ya que para impulsar su reforma judicial, el primer ministro formó una coalición ultraderechista que, en aras de imponer tal iniciativa, descuidó la seguridad en la frontera. Esto permitió que los islamistas de Hamás pudieran incursionar en territorio israelí para secuestrar a 240 y matar a poco más de mil personas, tal como acusaron más de 40 personalidades de seguridad nacional de Israel –entre los que se cuentan científicos y líderes empresariales– que exigieron la destitución de Netanyahu por representar una amenaza “existencial” para el país.
Para que Netanyahu sea destituido, la Knesset –el órgano que ostenta el Poder Legislativo–, debe encontrarlo “incompetente de continuar en su cargo debido a muerte, renuncia, incapacidad permanente o enjuiciamiento”. Tal posibilidad parece remota toda vez que su partido, Likud, ostenta la mayoría.
Por otro lado, la opción de que renuncie voluntariamente es más improbable, puesto que en cada una de sus apariciones públicas, refrenda sus intenciones de “acabar con Hamás”. Dicho propósito es igual de irrealizable que su destitución o renuncia, ya que se trata de un grupo de resistencia que permanecerá con este u otro nombre mientras siga existiendo la ocupación israelí en los territorios palestinos.
Por otro lado, en el momento en que deje de fungir como primer ministro, Netanyahu se enfrentará a la posibilidad de ser juzgado por los crímenes de guerra que le adjudican instancias como la relatora de la ONU para los Territorios Palestinos, Francesca Albanese.
›Otros expertos señalan que hay una tercera alternativa, que es la que parece estar siguiendo Bibi: extender el conflicto en la región de Medio Oriente, lo que orillaría a Israel a un estado de emergencia tal que le obligue a suspender temporalmente sus procesos democráticos, garantizándole así un periodo indefinido como primer ministro en vez de los cuatro años que debería durar su cargo.
Es una alternativa peligrosa que conlleva el riesgo de un mayor rechazo en el mundo, que en estos seis meses ya ha atestiguado la muerte de más de 40 mil palestinos, 15 mil de los cuales eran niños. Al respecto, Rafaell Araya Masry, presidente de la Confederación Palestina Latinoamericana y del Caribe (Coplac), resume: “No se trata de humanidad ni de rehenes, se trata de sobrevivir, tal es su único propósito. Es un cadáver político caminando, sólo que aún no se enteró de su fallecimiento.”