Tener 30 años, contar con un trabajo estable y ser profesionista, incluso con estudios de posgrado, ya no te garantiza que puedas acceder a una vivienda.
Synthia Hernández, Abril Sampers y Valeria Morales lo saben. Todas estudiaron una licenciatura, llevan años en el mercado laboral y ganan lo suficiente para costear sus gastos; sin embargo, ven como una posibilidad lejana el adquirir una propiedad.
No por gusto, sino por las condiciones económicas de este mercado, que sigue al alza (de acuerdo con el Índice de Precios de la Vivienda en México), aunque los salarios no crezcan de la misma forma, e incluso decrezcan.
Máximo Jaramillo, sociólogo y economista, documentó esta tendencia hace dos años y concluyó que, al menos desde 2005, los precios de la vivienda subieron 42% en términos reales, mientras que las remuneraciones cayeron 21 por ciento. Esto significa que la brecha entre ambos valores ha ido acrecentándose año con año.
Synthia es química en alimentos, trabaja como docente en la alcaldía Iztacalco y tarda más de una hora en trasladarse de su casa a su empleo; no obstante, le ha sido complicado conseguir una vivienda propia.
“La mayoría de mis conocidos siguen viviendo con sus papás y otros rentan, pero no algo propio, sino que comparten la renta con roomies. Son contados los que tienen casa propia”, dice.
De hecho, en México el valor promedio de una vivienda es de un millón 702 mil pesos y para costearla con intereses habría que pagar mensualidades que superan los 14 mil pesos a lo largo de al menos 15 años, según estimó Enrique Margain, director ejecutivo de préstamos a particulares de HSBC México.
Esta previsión parece excesiva no solo para Synthia, sino también para Abril, quien rentó departamentos en diferentes zonas de la ciudad y recientemente regresó a vivir con su madre.
La comunicóloga reside en Santa Martha Acatitla, pero vivió con roomies en la colonia Álamos, en Copilco y en Narvarte. En la pandemia, se mudó a Michoacán para arrancar un emprendimiento y cuando el proyecto acabó, se dio cuenta de que ya no podía costear los nuevos precios de la vivienda en CDMX.
“Las rentas me parecen más elevadas que hace algunos años. Yo llegué a pagar 3 mil o 4 mil pesos por un departamento (más la cuota de la otra persona, es decir, 6 mil u 8 mil pesos totales), pero ahora, por ese precio ya no hay opciones. Los espacios son demasiado pequeños o alcanzan hasta 14 mil pesos”, comparte.
Específicamente en la Ciudad de México, la mitad de la vivienda en venta supera los 3.5 millones de pesos y solo el 50% de las opciones se encuentra por debajo de esta cifra, lo que reduce drásticamente la oferta para las clases medias, que en promedio ganan 22 mil pesos mensuales, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
¿Qué produce este fenómeno?
María Silvia Emanuelli, directora de la Coalición Internacional del Hábitat en América Latina, explica a La-Lista que la vivienda ha dejado de verse como un derecho y se piensa más como una mercancía, con la que se especula sin reglas o parámetros fijos.
La experta acota que “hoy, la vivienda es el lugar en donde se concentran una serie de activos financieros, que se mueven en las bolsas de valores” y, por lo tanto, los grandes capitales están empeñados en que los precios no bajen.
“Estamos viviendo esta crisis que afecta a la población que acaba de entrar al mundo laboral o que tiene pocos años en él, con salarios no tan competitivos aún y que muchas veces no logra cotizar en el Infonavit”, apunta.
¿Fracaso personal?
“Me da pena que piensen que soy un perdedor”, “es como un fracaso para mí”, “no me gustaría ser reconocida por esto en redes sociales”. Estas fueron algunas respuestas de adultos jóvenes contactados por La-Lista que viven en casa de sus padres y que decidieron no contar su historia por temor a ser percibidos como personas “con poco éxito”.
Valeria Morales, química farmacobióloga con una maestría en Ciencias de la Salud, se halla en esta situación.
La joven reconoce este sentimiento de vergüenza que otras personas de su edad podrían estar experimentando y explica que es difícil racionalizarlo como un problema del sistema.