A medida que evoluciona la tecnología, los seres humanos pueden vivir cada vez más cómodos: prender la calefacción o aire acondicionado antes de llegar a casa, hasta recibir una notificación de los alimentos dentro del refrigerador que están a punto de caducar.
Así, los llamados “dispositivos inteligentes” permiten solucionar todo tipo de tareas, pero eso tiene un precio: tu privacidad. Por ello la recopilación de los datos de los usuarios es un mercado jugoso para los anunciantes.
Detrás de ese smartwatch que cuenta los pasos y monitorea el ejercicio que haces y el ritmo cardiaco, se oculta la información de salud del usuario, y en cada televisión inteligente ya se encuentran registradas las preferencias de entretenimiento de quien la usa.
El peligro no es nuevo, pues desde la aparición de los mismísimos smartphones, en la década de 2010, los expertos advertían de la recopilación de datos.
Sólo que esta recolección se ha optimizado y amplificado aún más, creando enormes bases de datos que permiten saber mucho de ti y de tu entorno, incluso hasta de lo que imaginas. Esta evolución se alimenta con las nuevas herramientas que además utilizan la localización GPS y las redes sociales, ambas fuentes de patrones de conducta y gustos.
Sin embargo, fue hasta el auge de los wearables —los dispositivos que se pueden portar como parte del atuendo, tales como las pulseras o relojes inteligentes— que el Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) llegó para quedarse.
Lo que en la década pasada era apenas una innovación, ha crecido hasta estar presente en todo tipo de electrodomésticos y sistemas de seguridad, al generar verdaderas minas de oro en lo que se refiere a la recopilación de datos.
Y es que los dispositivos inteligentes no pueden funcionar sin la recolección de datos, pues se basan en las preferencias, hábitos y ubicación de los consumidores.
›Ya sea el micrófono de un asistente doméstico que capta conversacio-nes o el uso que se le da a un horno, todo es información valiosa para las empresas, que obtienen directamente las necesidades o deseos de las personas sin que éstas estén del todo conscientes. De esta manera, la información recabada se utiliza para la publicidad dirigida, de modo que no es casualidad encontrar en Internet anuncios de un artículo específico del cual no se han hecho búsquedas.
Otro peligro, aún mayor, es el que representa la vulneración de estos datos. Caso conocido es el de los monitores para bebé y las cámaras de seguridad domésticas, los cuales pueden ser fácilmente hackeados, por lo que es posible que cualquier persona pueda ver las rutinas y aspecto de los habitantes de un hogar.
Así, en manos de terceros, la información proporcionada puede facilitar el robo a una casa, el secuestro de personas e, incluso, la suplantación de identidad para fraudes financieros, entre otros delitos.
Al respecto, muchas empresas han mejorado la seguridad en los dispositivos, pero ningún sistema es infalible.
Mientras el encriptado de datos es cada vez más complejo, también lo es su violación, dejando a los usuarios como los principales responsables del uso de estas tecnologías.
Una decisión que algunos atenúan con el cuidado de los datos que acceden a dar, y otros, evitando directamente comprar dispositivos inteligentes.