A pesar de lo que pudiera pensarse viendo la película Oppenheimer, la gran popularidad de Albert Einstein no comenzó con la publicación en 1905 de la famosa ecuación E = mc², que en 1939 permitió calcular el enorme poder de una bomba atómica.
Tampoco vino de sus otros tres artículos de ese año en la revista Annalen der Physik, en los que propuso la cuantización de la luz (por esto recibió el Nobel en 1921), una forma para determinar el tamaño y el movimiento de los átomos, y planteó la teoría de la relatividad especial.
La ruta a la popularidad de Einstein comenzó el 20 de marzo de 1916, cuando mandó a Annalen der Physik su versión final, después casi 11 años de fracasos, de la teoría general de la relatividad, y estalló cuando Arthur Eddington logró demostrar su validez con observaciones en Brasil y en la Isla Príncipe del eclipse del 29 de mayo de 1919.
Einstein había predicho que la luz de las estrellas se curvaría al pasar cerca del Sol, y Eddington lo demostró (más o menos). Así, lo que hasta entonces se conocía como “fuerza de gravedad” dejó de ser una atracción “misteriosa” e instantánea entre dos cuerpos, como la concebía Isaac Newton, y pasó a ser el resultado de una curvatura en el espacio-tiempo que alteraba el tiempo, la masa y el espacio.
A pesar de que casi ha pasado un siglo, la mayoría de nosotros no entendemos cómo es que la deformación espacio-temporal hace que tengamos un cierto peso.
Cómo nos pesa el tiempo
Dado que el espacio-tiempo se curva en torno al centro de gravedad de la Tierra, y hay muchas pruebas de eso, podemos pensar que mientras más lejos nos encontremos de ese centro, el tiempo es un poco menos curvo y pasa un poco más deprisa.
Poniéndote como ejemplo, lector(a): mientras para tus pies transcurre un segundo, para tu cabeza pasa ese mismo segundo y un poquititito más de tiempo; alrededor de cuatro diez mil billonésimos de segundo más o 1.000,000,000,000,000,042 segundos.
Si imaginamos que tenemos una multitud de pequeños relojes por todo el cuerpo, todos estarían ligeramente disparejos, dependiendo de sus distancias al centro de la Tierra. La tendencia de emparejarlos es lo que hace que la Tierra te “atraiga”. En ese sentido, la gravedad no es fuerza, o es lo que podríamos llamar una fuerza virtual, como la inercia o la fuerza centrífuga.