Si los viajes interestelares fueran posibles (y relativamente baratos) para otras civilizaciones de nuestra vecindad galáctica, sería posible que llegaran a la Tierra seres inteligentes y sensibles desde otros sistemas planetarios para ver alguno de los eclipses que ocurren en nuestro planeta.
Esta premisa de un cuento de ciencia ficción (cuyo nombre y autor no se revelará para no echársela a perder a nadie) puede sonar descabellada, pero no lo es. Deben ser muy pocos los planetas en la Vía Láctea que tengan un satélite que esté a la distancia exacta y tenga el tamaño preciso para que, al pasar entre el planeta y la estrella, oculte perfectamente al disco de esta última.
En palabras del astrónomo Luis Felipe Rodríguez Jorge, del Instituto de Radioastronomía y Astrofísica de la UNAM, “durante la totalidad, en esos minutos en que realmente la Luna cubre bien la cara del Sol, ocurren fenómenos maravillosos:
“Se ve la corona, esta estructura mucho más grande que el Sol, que siempre está ahí, pero que no la podemos ver por el brillo del Sol”, explicó Rodríguez a ejecentral, y comentó que, además, junto al Sol oculto se pueden ver las estrellas, cuya luz, por cierto, se desvía ligeramente por la perturbación que provoca la estrella en el espacio tiempo.
Para nuestros hipotéticos visitantes interestelares se puede añadir el atractivo de que la Tierra está habitada y durante el eclipse, los animales consideran que se hace de noche, “las aves se van a sus nidos, las vacas al establo. Es un fenómeno extraordinario y la verdad es que vale mucho la pena verlo… (es) posiblemente el fenómeno más espectacular que nos ofrece la naturaleza”, dijo el especialista.
La próxima oportunidad para quienes no estuvimos en algún punto de la franja que atraviesa desde la ciudad de Mazatlán, Sinaloa, hasta la de Piedras Negras, Coahuila, de presenciar un “espectáculo” como el del 8 de abril en algún lugar de México, será hasta el año 2052.
De acuerdo con las predicciones, el eclipse alcanzó la totalidad a las 11:07:30, hora local de Mazatlán (que tiene un horario con una hora de retraso respecto a la zona central de México), y tuvo una duración de cuatro minutos con 15 segundos. Cabe destacar que la duración de la totalidad depende del punto de observación, por lo que, por ejemplo, en Monclova fue de dos minutos 18 segundos. La previsión era que el eclipse se vería de manera parcial en todo el país, en 80% en la zona central y en el norte de Sonora, y en 60% en el sureste.
Si tomamos en cuenta que el eclipse total anterior fue en 1991, nos damos cuenta de que los eclipses totales de Sol son fenómenos que ocurren con muy poca frecuencia sobre puntos más o menos cercanos de la Tierra. Esto se debe a que el plano en que la Luna gira en torno a la Tierra y el plano en que ésta gira en torno al Sol no están alineados. De estarlo, habría dos eclipses alternados en cada ciclo lunar de 29 días y medio, uno de Sol y otro de Luna.
Pero se puede pensar que si fueran tan frecuentes no nos resultarían tan fascinantes, y quizá no se habría despertado el apremio por tratar de explicarlos y predecirlos, mismo que está en los orígenes de la ciencia en diversas civilizaciones.
La sabiduría de Babilonia
Los primeros registros sistemáticos de eclipses que se tienen hasta ahora son del año 731 antes de Cristo en Mesopotamia (aunque los registros en sí empezaron antes). A partir de ahí, los babilonios alcanzaron un gran conocimiento de los movimientos relativos al Sol, la Luna y la Tierra, llegando al punto de, por ejemplo, descubrir los ciclos que después se llamarían saros, que duran 18 años 11 días y ocho horas (o 223 meses sinódicos de 29.5 días), al cabo de los cuales los tres cuerpos se vuelven a encontrar en casi las mismas posiciones relativas.
De hecho, el saro en que se ubicó el eclipse total de Sol de este 8 de abril será similar al del 20 de abril de 2042, cuya totalidad se podrá ver sobre el mar al sur de Japón. Habrá otro en 2060, sobre Egipto, y se repetirá cerca de México hasta 2078 (aunque se verá completo sólo sobre el Golfo de México).
Sin embargo, la duración de los saros no fue determinada por los babilonios por medio de eclipses, muchos de los cuales no podían ver, ni les permitió hacer predicciones, que hubieran sido imposibles de comprobar.
La leyenda de Tales vs.los cálculos de Hiparco
La sabiduría astronómica en la región de Mesopotamia, en particular de los caldeos, se alcanzó sólo con aritmética, sin geometría esférica, perduró y fue retomada por la cultura griega. Aun así, quienes afirman, sin mucha evidencia, que Tales de Mileto predijo el eclipse de Sol del año 585 aC. aseguran que lo logró sin los cálculos babilonios y que más bien hizo un cálculo probabilístico asumiendo que los eclipses se producían en grupos de tres. Si en realidad le atinó, fue por casualidad.
La geometría desarrollada en la zona griega permitió avances astronómicos sorprendentes, como lo evidencian los restos del mecanismo de Anticitera, una calculadora de movimientos celestes hecha hacia el año 200 o 150 aC, pero tampoco fue suficiente para predecir eclipses de Sol.
Ni siquiera Hiparco, el astrónomo griego del siglo II aC, quien combinó la geometría griega con la aritmética y los datos de los astrónomos caldeos, lo logró; aunque sí pudo predecir eclipses de Luna, hacer un cálculo sorprendentemente certero de la distancia promedio que hay entre la Tierra y la Luna (él calculó entre 59 y 67 radios terrestres y el valor real es de poco más de 60 radios) y describió la órbita del satélite como la elipse que efectivamente es.
Un par de siglos después, Ptolomeo, el astrónomo más influyente de la historia
–pues sus libros se utilizaron como referencia hasta el siglo XVI–, retomó muchas de las ideas de Hiparco, pero tampoco pudo predecir con certeza eclipses de Sol, quizá porque en el centro de su modelo planetario estaba la Tierra, e insistía en que los movimientos de los astros tenían que estar dentro de esferas perfectamente redondas.
Las tablas del Códice de Dresde
De este lado del Atlántico, la predicción de eclipses de Sol no iba mal; aunque ciertamente, al carecer de geometría, tampoco iban tan bien como las pinta el cuento El eclipse, de Augusto Monterroso.
Sólo cuatro códices escritos por los mayas antes de la llegada de los europeos sobrevivieron a la destrucción ocasionada por Fray Diego de Landa, primer obispo de Yucatán y quien eliminó prácticamente todos los escritos mayas. Los cuatro códices hacen referencia a la astronomía y los eclipses; pero el que lo hace de una manera más completa es el Códice de Dresde.
Entre las páginas 51 y 58, este códice contiene “tablas y almanaques relacionados a los planetas visibles y una tabla con 69 intervalos de 177 o 148 días relacionados a eclipses de Sol y de Luna que a pesar de haber sido estudiada por más de 100 años, sigue motivando ideas y propuestas sobre su posible uso y significado”, escribieron David Marín, de la Universidad de San Carlos de Guatemala, y Joshua Lemus.
Las investigaciones del códice han mostrado que los astrónomos mayas llevaron un registro detallado de los eclipses, que forma una parte importante de las tablas, y esto les permitió detectar patrones repetitivos para “predecir la posibilidad” de que se produjeran parejas de eclipses solares y lunares. Las tablas se siguen descifrando, pero aparentemente el método que emplearon quienes las hicieron les permitió incluso anticipar algunos eclipses que no fueron visibles desde la región maya.
Por cierto, en su cuarto viaje transatlántico, Cristóbal Colón llevaba un libro de astronomía, mismo que, según escribió Fernando Colón, hijo del navegante, usó para mostrar a los indígenas jamaicanos la superioridad de la cristiandad al decirles que su dios “quitaría la Luna”, en anticipación del eclipse lunar del 29 de febrero de 1504.
“Con grandes aullidos y lamentos vinieron corriendo de todas partes a las naves, cargados de provisiones, rogando al Almirante que intercediera por todos los medios ante Dios por ellos para que no descargue sobre ellos su ira”, escribió Fernando.
Algunos historiadores dicen que el libro era una copia de Efemérides astronómicas de Johann Müller, apodado Regiomontanus; otros, que era un libro del astrónomo judío Abraham Zacuto, quien fue expulsado de España por negarse a convertirse al catolicismo tras el decreto del 13 de marzo de 1492 de los reyes católicos. Es una coincidencia curiosa, el primer viaje de Colón partió de España el 3 de agosto del mismo año en que se publicó el decreto.
Epílogo de predicciones certeras
El hecho es que la primera predicción certera de un eclipse, con un error de sólo cuatro minutos la hizo Edmond Halley (el mismo cuyo nombre lleva el famoso cometa). Y es que, ni hablar, para entender el movimiento de los astros no bastan la aritmética babilonia, la geometría griega ni las tablas mayas. Es decir, la matemática no es suficiente, hace falta la física, y esa la creó Isaac Newton.
Aparentemente, el primer mérito de Halley fue convencer a Newton de que publicara sus ideas y cálculos sobre la gravitación, mismos que éste había perdido. Ante la insistencia de Halley, Newton rehizo los cálculos y se los mandó en un folleto que tituló Sobre el movimiento de los cuerpos en órbita en noviembre de 1684.
Ya encarrerados, Halley siguió presionando a Newton para que desarrollara aún más sus ideas, y éste escribió el libro del que se puede decir que dio origen a la ciencia contemporánea: Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (o Principios matemáticos de filosofía natural), que fue publicado en 1687 (en parte, con patrocinio del propio Halley).
Con las leyes de Newton y los registros históricos, Halley pudo hacer, entre otras cosas por las que se le ha dado más reconocimiento, la primera predicción certera de un eclipse, el que ocurrió el 3 de mayo de 1715.
Luego de 308 años, 11 meses y cinco días de aquel eclipse, ya no es mucha la ciencia que se puede hacer con estos fenómenos, pues, comenta Luis Felipe Rodríguez, gracias también a las leyes de Newton, ya hay satélites en órbita que pueden simularlos (poniendo una pantalla). Pero la fascinación que provocan sigue ahí y, quién sabe, quizá hasta lleguen a ser un motivo para el turismo interestelar.
54 años transcurrirán para que se observe un eclipse en una posición parecida al de esta semana. Dicho fenómeno se observará completo sobre el Golfo de México.
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