Cuando el Universo aún era joven, entre 12 y 13 mil millones de años, dos galaxias antiguas, llamadas Shakti y Shiva en referencia a la pareja creadora de la mitología hindú, colisionaron y se fusionaron, dando origen a la actual Vía Láctea, donde se encuentra nuestro sistema solar.
Un fenómeno de la magnitud de una colisión de galaxias produce una enormidad de cambios. Desde que apenas se acercan, la gravedad distorsiona sus formas, las estrellas encuentran nuevas órbitas y algunas salen despedidas al espacio intergaláctico, mientras que otras se fusionan con las estrellas de la otra galaxia; además, a partir del hidrógeno generado se forman nuevas estrellas.
Podría pensarse, entonces, que miles de millones de años después, identificar el origen de las aportaciones de cada una de las galaxias fusionadas sería imposible, pero según la investigación que Khyati Malhan y Hans-Walter Rix del Instituto Max Planck publicaron el 21 de marzo en The Astrophysical Journal, no es así.
Divinidades y galaxias,complementos distintos
En la cosmogonía hindú, Shakti y Shiva son principios complementarios y opuestos. Existen diversas interpretaciones, pero en general coinciden en que Brahma es el principio de todo; Shiva es su parte masculina e inmutable, aunque a veces también se le considera el dios de la destrucción, y Shakti es la parte femenina, la energía que provoca cambios y da la vida y el movimiento.
Según esta concepción, el universo entero es la danza de Shakti y Shiva. Sin embargo, las galaxias que dieron origen a la Vía Láctea eran esencialmente iguales. Aun así, Malhan y Rix lograron distinguir remanentes de una y de otra, gracias a su movimiento y composición.
La mayor parte de los objetos astronómicos, desde las galaxias hasta los planetas, se forman en los llamados “discos de acreción”, en los que grandes cantidades de masa giran en torno a un centro de gravedad. En distintos puntos del disco se van condensando los objetos, sean planetas en torno a una estrella o estrellas en torno al centro de la galaxia.
El movimiento de una sola estrella no significa gran cosa, pero Malhan y Rix distinguieron grupos de estrellas cercanas con patrones de movimiento similares y así detectaron dos poblaciones estelares en la Vía Láctea que aún tienen rastros del movimiento que tenían en su galaxia de origen. Las estrellas de Shakti se mueven más que las de Shiva.
Además, las estrellas de formación más reciente contienen más elementos pesados (los astrónomos los llaman “metales” en general), lo que dio un criterio más para distinguir a las estrellas de Shakti y Shiva, que ya existían hace 13 mil millones de años, de las que se han formado después, ya en la Vía Láctea.
Otra diosa lo hizo posible
El trabajo de Malhan y Rix fue posible por el conjunto de datos que obtuvieron del satélite de astrometría Gaia, de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés), el cual lleva el nombre de otra diosa. Gaia es el nombre en griego antiguo de la diosa que en latín se llamaba Gea o la Tierra (también utilizaron datos del teles-
copio terrestre Sloan Digital Sky Survey).
Gaia, el satélite, fue lanzado en diciembre de 2013 con la intención de hacer un mapa tridimensional en que se incluyeran mil millones de estrellas de nuestra galaxia, y que ya ha generado un conjunto de datos que incluye posiciones, movimientos y distancias de casi mil 500 millones de estrellas y ha revolucionado el conocimiento que la Vía Láctea, aunque sólo sea menos de una mitad lo que se ha observado.
En los poco más de 10 años en que Gaia ha estado mandando datos, ha hecho posible, por ejemplo, definir la forma de la galaxia y de sus brazos, y dar una estimación del “peso” de la galaxia, con todo y la materia oscura que tendría, en caso de que se demuestre que este tipo de materia existe en realidad.
También detectó la llamada corriente de la Salchicha de Gaia o, más elegantemente, de Gaia Encélado (por el gigante de la mitología que causaba los temblores), que es el remanente de la fusión de nuestra galaxia con una galaxia enana (que tiene los nombres de la corriente o simplemente Encélado), hace entre ocho y 11 mil millones de años.
Epílogo de la colisión del futuro
Para la Vía Láctea, los choques galácticos no son sólo cosa del pasado. Por un lado, porque en 1994 se descubrió que cerca de nuestra galaxia se encuentra otra galaxia enana, que fue llamada Sagitario (desafortunadamente, porque ése es también el nombre del agujero negro que está en el centro de la galaxia), y la gravitación de nuestra galaxia está deshaciendo al otro conglomerado.
Sagitario no es sólo una de las más de 50 galaxias enanas que se han descubierto que orbitan en torno a la Vía Láctea, sino que, gracias a Gaia, ahora sabemos que ha pasado ya tres veces “a través” de los brazos exteriores de nuestra galaxia: la primera hace cinco mil 700 millones de años, la segunda hace mil 900 millones y la tercera hace mil millones de años, todo eso sin que para la enorme Vía Láctea la interacción haya sido realmente relevante.
La colisión que en verdad será importante es la que ocurrirá con la galaxia Andrómeda (o M13), que es nuestra vecina más cercana y grande, ya que tiene más o menos la misma masa y forma que la Vía Láctea. Se calcula que la colisión empezará a ocurrir dentro de dos mil millones de años y seguirá por miles de millones de años más.
Según una simulación hecha por la NASA con supercomputadora, nuestro sol, con todo y sus planetas, sería muy posiblemente una de las estrellas que saldría despedida hacia el espacio intergaláctico, porque nos encontramos en la parte externa de uno de los brazos de la galaxia.
Esto tal vez sería afortunado, porque quién querría pertenecer a una galaxia llamada Lactómedra, que es la propuesta de nombre que han hecho algunos astrónomos.