Sin darnos cuenta, sabemos y aprendemos matemáticas desde antes de entrar a la escuela y, según se ha demostrado, la habilidad que cada quien tenga en esta materia depende más de con qué jugamos de pequeños, cómo nos trataron nuestros padres y cuidadores, los prejuicios que se tienen al respecto en el hogar y hasta cuánto ejercicio hacemos.
Desde hace décadas, en muchos países se ha tratado de fomentar el pensamiento matemático desde los primeros grados de la escuela pues las sociedades con más profesionales dedicados a la ciencia, la tecnología y las ingenierías son más ricas, por lo que existe una enorme cantidad de estudios sobre cómo conseguir esto. Y algunas de las respuestas que se han encontrado son sorprendentes.
La carga emocional
En uno de los estudios más reveladores, un equipo de investigación visitó guarderías cuando los bebés tenían seis, 15, 24, 36 y 54 meses de edad, y calificaron aspectos del cuidado que recibían en dos áreas: la afectiva (un ambiente cálido y de apoyo emocional) y la estimulación cognitiva que se les proporcionaba.
Después, cuando el equipo observó cómo se desempeñaban esos niños en la escuela primaria y secundaria en materias de ciencias, tecnología, ingenierías y matemáticas (llamada STEM por su sigla en inglés y porque significa tallo o tronco), se encontró que ambos aspectos de la calidad del cuidado predijeron un mejor rendimiento a los dos niveles.
Según este estudio, dirigido por Andres Bustamante de la Universidad de California en Irvine y publicado en junio pasado en la revista Developmental Psychology, el predictor más fuerte del rendimiento STEM de la secundaria para niños de familias de bajos ingresos en comparación con niños de familias de ingresos más altos, no fue el aspecto cognitivo, sino el cuidado emocional en la primera infancia.
Por supuesto que en el hogar también hay oportunidades de fomentar la habilidad matemática, algunas de ellas en áreas inesperadas. Una de las que tiene más estudios a su favor es el desarrollo de habilidades espaciales; es decir, la capacidad de comprender y recordar las relaciones dimensionales entre objetos.
No está claro por qué, pero el hecho demostrado es que cuando las madres y sus hijos de alrededor de tres años construyen juntos con bloques (cubos u otras figuras geométricas), la cantidad de lenguaje espacial y el apoyo de planificación que brindan las madres a sus hijos predice la habilidad matemática de los niños en primer grado de primaria, que les da una buena base para los siguientes grados.
Genética, prejuicios o actitud
¿Existen personas que tienen un talento natural o heredado para las matemáticas? Tal vez, pero de lo que no cabe duda es que la respuesta que den padres, educadores y culturas a esta pregunta determina el desempeño matemático de sus hijos, alumnos e infancias.
Por ejemplo, en un estudio se pidió a más de 500 padres que informaran sobre cómo responden al rendimiento matemático de sus hijos y sobre sus propias creencias al respecto; después, los estudiantes fueron evaluados en rendimiento y motivación hacia las matemáticas.
Los padres que consideraban que se nace o no con habilidad matemática, eso no
puede cambiar y que los fracasos en la materia no pueden ser constructivos decían a sus hijos frases del tipo “Eres muy inteligente” o, en el otro extremo, “Las matemáticas no son lo tuyo”; es decir, frases orientadas a calificar a la persona.
En cambio, los padres que veían la habilidad matemática como modificable fueron más propensos a decir a sus hijos frases orientadas a la estrategia que debían seguir y los esfuerzos que habían realizado, como “¿Por qué crees que sucedió eso?” o “¿Te divertiste?”.
Las frases de este segundo tipo no se relacionaron con los resultados de rendimiento; sin embargo, los niños que recibieron más frases sobre sus rasgos personales (y en particular las relacionadas con el fracaso), tuvieron niveles más altos de ansiedad matemática y obtuvieron puntajes más bajos en la prueba de rendimiento.
Debido a esto, el equipo de investigación recomienda limitar este tipo de frases en el hogar y en el salón de clases. Esta forma de trabajar con los infantes se lleva a cabo en los países de Asia oriental (Singapur, Taiwán, Corea, Japón y Hong Kong) cuyos estudiantes tienen las mejores calificaciones en pruebas estandarizadas a nivel internacional.
En la estructura cerebral
Una teoría bien establecida y demostrada muestra que las personas tenemos, desde una edad muy temprana, capacidad intuitiva para comparar y estimar grandes conjuntos de objetos sin depender del lenguaje o los símbolos.
Pero cuando se habla de operaciones más complejas, como la multiplicación y la división, en general se considera que deben aprenderse en la escuela, lo cual, de acuerdo con un estudio publicado en la revista Frontiers in Human Neuroscience, podría no ser cierto.
En uno de los experimentos de este estudio, infantes y adultos realizaron problemas matemáticos no simbólicos observando cómo, en la pantalla de una computadora, caían puntos (el dividendo) sobre una flor con un número variable de pétalos (el divisor) y tenían que decidir qué cantidad era mayor: los puntos divididos entre los pétalos en el lado izquierdo de la pantalla o un solo pétalo con una nueva cantidad de puntos en el lado derecho de la pantalla.
›Los participantes se desempeñaron muy por encima del azar: los adultos tuvieron respuestas correctas casi en un 90 % de las veces, y los niños, dependiendo de si recibieron o no retroalimentación, entre el 73 % y el 77 % de las veces, incluso los que aún no tenían edad para usar símbolos de algún tipo.
“Nos sorprendió mucho que los niños que no podían resolver ningún problema formal de división verbal o escrita –por ejemplo, ¿cuánto es cuatro dividido por dos?– tuvieron bastante éxito en la versión simbólica de nuestra tarea de división aproximada con flores”, dice en un comunicado Elizabeth M Brannon, de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia y coautora del estudio.
Epílogo de otras matemáticas
De manera similar, se ha demostrado que hay muchas formas de estimular la habilidad matemática.
Por ejemplo, una revisión exhaustiva de la investigación publicada sobre el tema en los últimos 23 años demostró que los juegos de mesa basados en números, como el Monopoly o serpientes y escaleras, hacen que los niños pequeños sean mejores en matemáticas.
También lo tienen la enseñanza de la música, hacer ejercicio y la lectura en general, aun cuando se ha visto que las áreas del cerebro que procesan el lenguaje y las matemáticas son distintas.
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