The Conversation
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Al día siguiente de los ataques coordinados que dejaron sin vida a más de 250 personas el 21 de abril, el gobierno de Sri Lanka cortó el acceso de los habitantes a las redes sociales y a los sistemas de mensajes por internet, incluyendo Facebook, WhatsApp, YouTube, Snapchat y Viber. La postura oficial del gobierno fue: “Hay reportes noticiosos falsos que se distribuyen por las redes sociales”.
›Algunos observadores aplaudieron esta acción, argumentando que los peligros de la desinformación en las redes sociales justifican el apagón de las redes de comunicación en tiempos de crisis. Cinco años de investigación sobre el impacto de los apagones y otras formas de control en diferentes sociedades del mundo me han llevado a una conclusión totalmente opuesta.
Una comunidad diversa de académicos, empresarios y grupos de la sociedad civil comparte mi postura. Los apagones dejaron a los habitantes de Sri Lanka sin reportes de noticias imparciales y dejaron sin conexión a las familias que intentaban saber quién había sobrevivido y quién estaba entre los muertos y heridos. Sorprendentemente, estudios recientes sugieren que los apagones pudieron haber incrementado el potencial de las protestas y la violencia tras el ataque.
Una constelación de control
El apagón de las redes sociales en Sri Lanka no fue un incidente aislado. La primera vez que Sri Lanka aplicó una medida similar fue en 2018 durante los incidentes de violencia. Se trataba de uno de los 188 apagones de la red o de interrupciones a gran escala de los medios de comunicación digitales que tuvieron lugar ese año en todo el mundo, según la organización en pro de los derechos digitales Access Now.
En general, desde la Primavera Árabe en 2010, los gobiernos han llevado a cabo al menos 400 apagones en más de 40 países. Estos incluyen los apagones efímeros en la India, en donde surgieron como respuesta localizada al descontento en la región del norte en Cachemira que después se extendió hacia otros estados.
Desde la Primavera Árabe, en 2010, los gobiernos han llevado a cabo 400 apagones de redes sociales en más de 40 países. Estos incluyen desconexiones efímeras en la India, en donde surgieron como respuesta al descontento, en el norte en Cachemira.
La cifra incluye los llamados “cercos digitales”, que pueden durar desde algunas semanas hasta algunos meses en cada ocasión. Por ejemplo, los apagones largos que impone el gobierno han dañado las economías digitales florecientes de lugares como Camerún anglófono y desconectaron a las empresas, las familias y las comunidades en Chad por más de un año.
En estudio tras estudio, las organizaciones de la sociedad civil documentaron los problemas de los derechos humanos que provocaron los apagones de internet y el daño económico que produjeron.
Sólo recientemente los investigadores comenzaron a preguntarse: ¿La intervención masiva a la comunicación digital cumple su objetivo? El gobierno de Sri Lanka es uno de los que afirman públicamente que su objetivo al cortar los lazos de comunicación se hace para prevenir la distribución de desinformación y reducir la violencia a causa de esas falsedades, pero nadie ha proporcionado después de un apagón evidencias de que funcionó para proteger la seguridad de la gente.
Explorando la (des)conexión
Obviamente, la coexistencia de los medios sociales y la turbulencia social no necesariamente implica que una cosa detone la otra. Muchos estudiosos han tratado de buscar una relación entre el acceso a los medios sociales y la violencia, pero se trata de una tarea extremadamente difícil.
Por una parte, los sitios y los servicios de las redes sociales siempre cambian la forma en que funcionan sus sistemas por lo que es difícil estudiarlos con el paso del tiempo. La conectividad también avanza a velocidad de rayo: en 2018, por ejemplo, la penetración de internet en la India rural se incrementó 30% en un año, con lo cual se logró conectar a cientos de millones de personas por primera vez. En la actualidad, cerca de tres ciudadanos indios se integran a internet cada segundo.
›Los apagones, sin embargo, se mantienen fijos en tiempo y espacio y sus efectos cubren grandes franjas de la población. Esto permite que los efectos se estudien con mayor confianza. De manera paradójica, uno de los mejores métodos para evaluar los efectos de la tecnología en la sociedad podría ser lo que sucede cuando las comunicaciones se cortan de repente.
La investigación de los primeros apagones demuestra que la desaparición de Egipto del internet global, en 2011, tuvo consecuencias desastrosas. Cuando se retiraron los manifestantes de la Plaza Tahrir se crearon numerosos grupos de resistencia. La coordinación de las manifestaciones se mudó de los eventos de las páginas de Facebook a los esfuerzos individuales de cada barrio. A las fuerzas de seguridad les fue imposible controlar esto. Diez años después, cayó el régimen de Mubarak.
Durante la guerra civil de Siria, el gobierno utilizó los apagones como arma de guerra, y después incrementó la violencia en contra de los civiles. En África, los gobiernos autoritarios que son los dueños de la infraestructura de comunicación y los líderes que gobiernan virtualmente a perpetuidad son más propensos a sacar el enchufe, aunque no hay evidencia que sugiera que los apagones sirvan para desincentivar a los manifestantes en las calles o la violencia.
De hecho, la explicación oficial del apagón, cuando el gobierno lo reconoce, no coincide con los probables verdaderos motivos, que incluyen silenciar las cifras de la oposición y asegurar el monopolio informativo del estado durante elecciones muy competidas. En medio de una crisis, esto hace que el gobierno sea el único encargado oficial de la información. Esto resulta especialmente problemático cuando el gobierno se convierte en un conducto de noticias falsas y potencialmente dañinas, como sucedió cuando los medios de Sri Lanka circularon reportes policiacos que falsamente acusaban a un estudiante de la Universidad de Brown de ser un terrorista después del reciente ataque.
¿Qué pasa cuando no hay conexión?
Las manifestaciones no son fuerzas monolíticas y los participantes pueden adaptarse a las circunstancias cambiantes, incluyendo la falta repentina de información e incluso el bloqueo de la comunicación y coordinación. La proliferación global de los apagones y la rápida mejora en los datos sobre las protestas y los conflictos permite a los investigadores analizar no sólo si las protestas continúan durante los apagones, sino también si se mueven y cambian.
En India, los gobiernos de los estados se han enfrentado a miles de manifestaciones pacíficas y también a episodios de violencia. Este país ha llegado a ser el ejecutor más prolífico del mundo de los apagones deliberados de internet durante los últimos años.
Para descubrir el papel del acceso a internet en estos eventos, utilicé datos precisos recopilados diariamente sobre miles de protestas que tuvieron lugar en 36 estados y Territorios de la Unión de India en 2016. También consideré los datos sobre la ubicación, fecha y duración de los apagones tomando en cuenta la información cruzada de fuentes noticiosas y los grupos de la sociedad civil.
La evidencia demuestra que el precio que pagan los ciudadanos por desconectarlos de las redes sociales es muy alto, en términos económicos y de derechos humanos y no les ofrece ninguna protección o seguridad.
Los resultados fueron asombrosos. Durante un apagón, cada día adicional de protesta generaba más violencia de la que normalmente se tiene cuando se desarrolla una protesta con acceso continuo a internet. Por otra parte, los efectos de un apagón durante una manifestación pacífica, que generalmente se coordina con mucho cuidado a través de los canales digitales, son ambiguos e inconsistentes. En ningún escenario se puede relacionar de manera consistente un apagón con una reducción en los niveles de protesta en el transcurso de varios días. En vez de acabar con las protestas, al parecer se favorece un cambio táctico a estrategias menos ordenadas, más caóticas y más violentas.
La oscuridad se encuentra a una llamada de distancia
Los recientes sucesos parecen confirmar esta dinámica. Los gobiernos de Abdelaziz Bouteflika en Argelia y Omar al-Bashir en Sudán recurrieron a apagones antes de caer. Las medidas drásticas no sirvieron para contener las protestas en ninguno de los dos países. De hecho, el apagón del acceso a internet pudo haber acelerado su caída.
Aunque los apagones no sean efectivos, sí pueden ser una tentación para los gobiernos que tienen que demostrar que están actuando. Las leyes vagas y con frecuencia anticuadas les permiten implementar medidas drásticas fácil y rápidamente como los apagones con una orden escrita o con una simple llamada telefónica. Pero cada vez que un gobierno recurre a esta táctica, provoca que otros quieran seguir el ejemplo en el mismo país o en otro. La evidencia demuestra que el precio que pagan los ciudadanos es muy alto en lo que se refiere a la economía y a los derechos humanos y no les ofrece ninguna protección adicional o seguridad.
Este texto se publicó originalmente en The Conversation y lo tradujo Graciela González.