El desastroso operativo con el que las fuerzas federales pretendían detener a Ovidio Guzmán, hijo del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán, terminó en una vergonzosa liberación como resultado de una negociación gobierno-crimen. Ese es el estigma con el que siempre cargará el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Subordinado a los designios de los cárteles del narcotráfico, el primer mandatario se dice “tranquilo” por haber salvado vidas inocentes y que está dispuesto a enfrentar las denuncias que sus adversarios podrían presentar en su contra.
Lo cierto hoy es que la delincuencia organizada está envalentonada y ya conocen el camino para arrodillar a la autoridad. En el futuro, es previsible que las bandas criminales conviertan a la población civil en rehenes para utilizarla como moneda de cambio y volver a rendir a las autoridades en un círculo vicioso interminable.
El escenario es preocupante. Lo que ocurrió la semana pasada fue un despliegue impresionante de fuerza, organización y armas de grueso calibre por parte del Cártel de Sinaloa, para resistir los actos de autoridad y doblegar al gobierno federal.
El operativo de las Fuerzas Armadas fue fallido e improvisado. Las labores de inteligencia fueron inexistentes, no anticiparon la capacidad de reacción de los criminales y fueron fácilmente superados en número. Incluso, versiones periodísticas aseguran que los narcotraficantes colocaron pipas llenas de gasolina en las unidades habitaciones de los militares y amenazaron con incendiarlas, poniendo en riesgo la vida de las esposas e hijos de los uniformados.
Nadie en el gabinete de seguridad reconoce capacidad ni autoridad en Alfonso Durazo, secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, pero se mantendrá en el cargo porque así lo decidió López Obrador. Las Fuerzas Armadas están solas, no hay estrategia de seguridad, trabajo de inteligencia ni un liderazgo decidido, que les brinde fuerza, organización y respaldo para enfrentar el peligro que representa encarar al crimen.
Así lo demuestra el video intitulado “Cumplimos”, que los militares debieron publicar en cuentas de Facebook, Instagram, YouTube para decirle al pueblo de México que son valientes, que sólo con 350 elementos se enfrentaron a más de 800 civiles armados y aún así causaron bajas. Que los criminales tuvieron la bajeza de meterse con las mujeres, hijos y familias de los uniformados, sin respetar su dignidad. Es un video que retrata la soledad y hastío de los integrantes del Ejército y la Guardia Nacional.
Desde la 3 de la tarde y hasta las 8 de la noche hubo un vacío de información. Las redes sociales daban cuenta de la zozobra y el terror que vivían los habitantes de Culiacán y no hubo un solo funcionario federal, estatal ni municipal que diera un mensaje de alivio a la población, que al menos ofreciera algunas recomendaciones para la emergencia o que expusiera la ubicación de los sitios de conflicto.
Varias horas después empezaron las declaraciones contradictorias y confusas; pasamos de una “patrulla que llegó a una casa donde fueron agredidos” a la versión de que las Fuerzas Armadas “iban a ejecutar una orden de aprehensión, pero lo hicieron de forma precipitada”. En el camino, salió a la luz una fotografía de Ovidio Guzmán, con los ojos vendados, nadie aclaró si la imagen fue captada ese jueves negro en Culiacán.
La 4T volvió a demostrar su incapacidad para enfrentar las crisis, aclarar situaciones y detener rumores. El problema es que ahora, el gobierno mexicano fue doblegado por el crimen organizado.