En medio de la guerra por el poder y el control territorial, el crimen organizado ha convertido a los niños en México en carne de cañón.
La madrugada del 1 de noviembre, en el centro de la Ciudad de México, dos policías observaron cuando cayeron al piso dos bolsas negras que un hombre —con apariencia de indigente— transportaba en una carretilla.
Al acercarse para auxiliar al sujeto, ocurrió el macabro hallazgo: los restos de los niños Yair y Héctor Efraín, con apenas 12 y 14 años, hijos de indígenas mazahuas y comerciantes ambulantes.
La noticia conmocionó al país entero, al exhibir que bandas dedicadas al tráfico de drogas y al narcomenudeo están asentadas en el corazón de la capital del país, una entidad gobernada por la izquierda desde 1997 y que, desde entonces, negó la presencia del crimen y escondió la verdad sobre los índices delictivos.
La violencia y brutalidad contra los dos menores de edad estallaron en el rostro de una sociedad confinada por el miedo, víctima de la delincuencia, el desempleo y el coronavirus.
Como la mafia siciliana lo hizo durante el siglo pasado, los capos del narcotráfico asentados en México, buscan el poder y el respeto a través del miedo, matan a mansalva a plena luz del día. Utilizan sistemas estrictos de recompensa y castigo, así como métodos despiadados, salvajes, contra quienes consideran traidores.
Los narcos mexicanos, igual que las familias de la Cosa Nostra, también matan niños y los reclutan para realizar actividades ilícitas. Interrumpen su infancia.
Niñas, niños y adolescentes son utilizados por el crimen organizado para el cobro de piso, la extorsión, la vigilancia, el trasiego de drogas.
Les ofrecen dinero, una red de protección y un círculo de aparente aceptación. Los menores que quedaron huérfanos, víctimas de la violencia criminal son presa fácil de depredadores sin escrúpulos. Aprovechan su orfandad, la soledad, el miedo y la miseria.
Lastimosamente, los niños y adolescentes también son objetos para la venganza, carne de cañón de rivalidades y traiciones. No se tientan el corazón para cegar la vida, terminar con los sueños y cambiar el destino de criaturas inocentes.
Más de 35 mil niños en México están capturados por el narco. Y aún hay más, la Red por los Derechos de la Infancia en México señala que diariamente, siete niños son asesinados diariamente y siete más desaparecen de sus hogares, en total impunidad.
Notas periodísticas, publicadas en los últimos 15 años, dan cuenta de la crueldad y barbarie de los miembros de la delincuencia organizada, quienes llegan al extremo de torturar, calcinar, sumergir en bidones de ácido y enterrar en fosas clandestinas los cuerpos de los infantes.
Yair y Héctor merecen justicia, no pueden sumarse a la larga lista de homicidios sin esclarecer. También es preciso que el gobierno de México abandone la estrategia reactiva y aproveche el cambio de mando en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana federal para combatir la inseguridad y la violencia criminal con una perspectiva integral que sea de largo plazo.
El presidente Andrés Manuel López Obrador está condenando a muerte a miles de niñas y niños en México. Los deja morir como un cómplice silencioso de los criminales que les han robado la inocencia, la vida y el futuro.
El progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices: Albert Einstein.