El Presidente está enojado, abrumado. Su popularidad está estancada, llegó al tope y, el desgastante ejercicio del poder, hará que irremediablemente vaya en descenso. La desastrosa respuesta de su gobierno ante la pandemia ha aumentado escandalosamente el desempleo y agudizado los problemas financieros, con un crecimiento estancado, a la baja.
Las tensiones sociales se desbordan con grupos de protesta aquí y allá. No sólo han salido a las calles quienes no votaron por su proyecto político, a la inconformidad se han sumado ya los decepcionados, hastiados de promesas vanas y acciones irresponsables.
Los medios de comunicación señalan los errores, las mentiras, y en lugar de rendir cuentas, explicar y justificar las decisiones, el gobierno los llama promotores de fake news.
No hablo de Andrés Manuel López Obrador, aunque cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia. Me refiero a Donald Trump, a quien esos grupos le cierran el paso hacia la reelección y la continuidad en la Casa Blanca.
Aunque, pensándolo bien, las simetrías son impresionantes. En México también están preocupados por la baja popularidad, las protestas sociales y las críticas de los medios. En Palacio Nacional la reacción oficial ha sido idéntica.
Los padres de familia de los niños enfermos de cáncer manifiestan su indignación por el desabasto y el reciente robo de medicinas y tratamientos oncológicos y el gobierno responde con descalificaciones y lentitud en las investigaciones.
Miles de víctimas de la violencia y el narco reclaman atención, servicios y la reparación integral del daño, pero el gobierno de López Obrador responde con la eliminación de los recursos y deja morir de inanición a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV).
La comunidad científica de México realiza manifestaciones de protesta por la desaparición de los fondos de apoyo para la investigación, en materia de ciencia y tecnología, y el inquilino de Palacio Nacional responde que quienes defienden los fideicomisos, defienden la corrupción.
La prensa cuestiona el desmantelamiento de las instituciones, la obediencia ciega del Poder Legislativo a los caprichos presidenciales, la sumisión de la Suprema Corte de Justicia y del Tribunal Electoral a los intereses del partido en el poder, las millonarias compras gubernamentales sin mediar licitación y la ilegal liberación de Ovidio Guzmán. La respuesta es satanizar a los periodistas y declararlos culpables de corrupción en el tribunal de las mañaneras.
La mayoría de Morena, el partido de López Obrador, autorizó el aumento de impuestos por consumo de internet y de telefonía celular, justo cuando millones de familias utilizan las redes sociales para estudiar, para poner en marcha algún pequeño negocio que les permita sobrevivir los estragos de la pandemia. La población se queja y la respuesta gubernamental es el látigo de la indiferencia y el desprecio.
Expertos nacionales y del extranjero exigen la rectificación de la estrategia sanitaria para detener la escalada de decesos y contagios de coronavirus, y el gobierno recorta más de mil 800 millones del presupuesto del sector.
Igual que Donald Trump, López Obrador carga sobre la espalda los lastres de la muerte, la enfermedad y el desempleo. En los comicios del 3 de noviembre, el presidente de Estados Unidos se ha jugado la reelección de su gobierno.
En México, los comicios celebrados en los estados de Hidalgo y Coahuila mostraron con claridad que Morena perdió y que la popularidad de AMLO va a la baja.
La soberbia de los hombres en el poder les impide reconocer la importancia de escuchar a la ciudadanía. Los gobiernos que hoy están al borde del colapso temen encontrarse frente a frente con los electores. En las urnas está su Waterloo.