La imagen de Kamala Harris se ha convertido en un ícono del cambio social.
Al ser la primera mujer, la primera persona afroamericana y la primera hija de inmigrantes en ocupar la Vicepresidencia de Estados Unidos, su ascenso se convierte también en un hito histórico para una nación sacudida por la violencia racial y en la que, hasta hace poco más de 50 años, los negros no podían votar.
Antes de convertirse en la mujer electa de más alto rango de la Unión Americana, Harris ya había hecho historia. El 3 de enero de 2011 prestó juramento como Fiscal General de California, un cargo que jamás había sido desempeñado por una mujer.
Y en 2017 rindió protesta como senadora del Partido Demócrata, un escaño en el ala norte del Capitolio, que nunca había sido ocupado por una mujer con ascendencia del sur de Asia.
Aunque los biógrafos de ocasión insisten en señalar su condición de mujer, lo cierto es que su hoja de vida es una sucesión de éxitos profesionales en los que el tesón, la dedicación y el activismo por los derechos civiles marcaron el desarrollo de su destacada carrera en el sistema de justicia estadounidense y de su trayectoria política.
Kamala Harris tiene episodios de luces y sombras: a lo largo de su vida pública ha acumulado rechiflas y aplausos, críticas y elogios. Sus seguidores recuerdan que promovió un programa contra la reincidencia delictiva dirigido a los delincuentes no violentos, que se iniciaban en el mundo de las drogas.
Además, puso en marcha el modelo de Justicia Abierta, una innovadora iniciativa de datos abiertos en la justicia penal; convirtió a la Fiscalía de San Francisco en la primera agencia en requerir que sus elementos policiacos usaran cámaras corporales durante los operativos; y a costa de su popularidad se mantuvo firme contra la pena de muerte, durante el juicio del asesino de un policía.
En cambio, sus detractores recuerdan que durante su paso por la Fiscalía del Distrito de San Francisco no hizo lo suficiente para defender a los afroamericanos de la violencia policial, llenó las cárceles de hombres y mujeres de color, impulsó aumentar el monto de las fianzas y buscó castigar a los padres cuyos hijos faltaban al colegio.
Harris es una mujer pragmática con un olfato político para asegurarse de que sus iniciativas tendrán el respaldo de la mayoría. Si este apoyo no está garantizado, se mantiene inmóvil.
Asumir que el arribo de Kamala Harris garantiza que la Casa Blanca impulsará políticas públicas con perspectiva de género y con sensibilidad racial, sería un error; también sería peligroso enfocarnos en la representación simbólica de su género o de sus rasgos étnicos, como si fueran objetos de adoración. No es suficiente con romper el techo de cristal.
Mientras persista el machismo, la misoginia, el racismo, la violencia, la definición de roles y estereotipos, poco o nada logrará Kamala Harris al frente de la Vicepresidencia de Estados Unidos.
Es preciso encontrar aliados, explorar caminos, crear consensos y actuar con firmeza en el momento de las definiciones. Desarrollar ese olfato político es imprescindible para mover montañas, modificar paradigmas y romper esquemas.
Si tiene éxito en esa empresa y muestra la fuerza de las mujeres en el poder, Kamala Harris tendría el capital político, el carisma y la trayectoria para ser la candidata del Partido Demócrata a la Presidencia de Estados Unidos en 2024. Mientras tanto, celebremos el símbolo y la esperanza que hoy representa Kamala Harris.