Era noviembre de 1937 y el telegrama de la Cancillería mexicana se había tramitado como apremiante: “(El) escritor venezolano Miguel Otero Silva necesita de urgente protección, sírvase proceder conforme disposiciones convención Habana reformada Montevideo sobre Derecho Asilo”.
La liga de Escritores y Artistas Revolucionarios solicitó la protección para el poeta, “un valor dentro de la cultura de Latinoamérica”. El gobierno mexicano se movilizó para recibirlo desde Venezuela, donde Miguel Otero, quien comulgaba con la ideología comunista, fue obligado al exilio, porque sus versos, que mezclaban el humor con la política (“Sinfonías Tontas”, bajo el seudónimo de Mickey), no habían gustado al nuevo presidente, el general Eleazar López Contreras.
No fue el único caso. Antes, el 2 de abril de 1937, 21 activistas de todos los cortes, pidieron llegar a nuestro territorio ante la falta de condiciones democráticas que los convertía en perseguidos y veían en México, según sus propias cartas, como la “patria de todos los luchadores perseguidos en América por la reacción y el imperialismo”.
Sus nombres: Miguel Acosta Saignes, M. Acosta Silva, José Briseño, Gonzalo Barrios, Horacio Montiek, Manuel A. Corao, Salvador de la Plaza, Carlos H. Descoli, Jesús González, Germán Herrera Umerez, José Tomás Jiménez Arraiz, Ramón Abad León, Gustavo Machado, Guillermo Juica, Fernando Márquez Clairós, Augusto Malave Villalvba, Manuel Rayón, Ismael Pereira Álvarez, Antonio Moya, Carlos Rovatti y Luis Hernández Solís, quienes ingresaron a México el 2 de noviembre de 1937, con la prohibición de dedicarse a actividades políticas.
México era un país seguro casi para todos. Las cartas y documentos que acumulan el Archivo Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores y en el Fondo Expresidentes del Archivo General de la Nación, y que revisó ejecentral, muestran los detalles de la llegada de chilenos, argentinos, guatemaltecos y salvadoreños huyendo de las dictaduras, o antes las peticiones de los españoles perseguidos por el general Francisco Franco, de los judíos amenazados por Adolfo Hitler o los comunistas acorralados por José Stalin.
Con la firma del primer ordenamiento en materia de asilo, en 1853, México inauguró una larga tradición para proteger a los perseguidos políticos que dependió esencialmente de la voluntad del Presidente en turno, hasta la consolidación de los instrumentos jurídicos, entre ellos la Ley sobre Refugiados y Protección Complementaria y varios de los acuerdos internacionales.
¿SABÍAS QUÉ? En los años 30, los grupos ligados a la Iglesia se opusieron a la llegada a los republicanos españoles, a quienes consideraban “radicales, comunistas y ateos”.
De acuerdo con los investigadores Manuel Ángel Castillo y Fabienne Venet, se trató de una concesión con amplios márgenes de discrecionalidad, basada principalmente en decisiones de política interna, más que en una política de Estado que permitió, por un lado, la acogida de españoles que abandonaron su país a consecuencia de la Guerra Civil durante el gobierno de Lázaro Cárdenas y el rechazo bajo actitudes discriminatorias de ciudadanos de otras nacionalidades durante la Segunda Guerra Mundial.
Los temores por Trotsky
Los biógrafos de León Trotsky lo describen como un hombre solitario, culto, de un carácter fuerte y dominante, y hasta presuntuoso, porque su alto nivel intelectual podían intimidar o molestar a quienes le rodeaban. Su nombre aparece con el distintivo de los más importantes y determinantes líderes de la revolución comunista en Rusia, y lo fue por muchas razones, una de las más importantes, la creación del Ejército Rojo que permitió la construcción y consolidación del régimen soviético.
Pero sus cualidades y compromiso con el comunismo no fueron suficientes. Apenas siete años después de la Revolución bolchevique, en 1924, fue hecho a un lado del epicentro del poder soviético. Primero le quitaron todos sus nombramientos oficiales, luego fue enviado al exilio en Kazajstán, y en 1929 fue expulsado de su patria. Trotsky se exilió primero en Turquía y después en Francia y Noruega. Así, Stalin se encargó de borrarlo de la historia rusa, asesinar a sus excolaboradores, amigos y parte de su familia.
El líder soviético se convirtió en un problema para varios países que se negaron recibirlo tras la conclusión del permiso otorgado por el gobierno noruego. Antonio Hidalgo, quien fuera director de las Islas Marías, le escribió al presidente Lázaro Cárdenas para pedir asilo político para León Trotsky “víctima de persecuciones antirrevolucionarias”.
›El trámite se hizo con urgencia “en razón del grave peligro en que, a juicio de los comisionados, se halla la vida del señor Trotzki (sic) porque tendría que retornar a su país a causa de la negativa que ha recibido de la generalidad de los gobiernos europeos para vivir en naciones de ese continente…”, se lee en un telegrama fechado el 3 de diciembre de 1936, en San Pedro de las Colonias, Coahuila.
Cárdenas instruyó al entonces secretario de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay, para que se concediera el asilo político al líder de la Revolución de Octubre.
El Presidente mexicano razonó así su decisión: “La política de México, lo mismo en lo que se refiere a sus relaciones internacionales como en lo que atañe al tratamiento que otorga a los ciudadanos o súbditos de los demás países, no sólo se ciñe a las normas establecidas por el consenso universal, sino que representa a lo largo de nuestra historia, un esfuerzo permanente para lograr la evolución del Derecho en un recto sentido de justicia para las naciones y de liberalidad para los hombres, cualquiera que sea la procedencia o el origen de éstos.
“Leal a esta conducta, México se siente ahora en el deber de reivindicar con su actitud una de las conquistas de mayor contenido humano que había logrado ya el Derecho de Gentes: la prerrogativa del asilo para los exiliados por causas políticas”.
Ante la oposición por parte de diferentes grupos a la llegada de Trotsky, el presidente Cárdenas aclaró: “… nada justifica que un país fuerte y perfectamente definido por instituciones propias, por objetivos sociales y económicos auténticamente nacionales y en franco proceso de realización, y por una política internacional congruente con sus limpias tradiciones, abrigue temores por la presencia de un hombre, cualquiera que sea su valimiento personal o su doctrina política”.
“A mayor abundamiento, manifiesto a usted que no se descubren concretamente los riesgos que pueda correr la tranquilidad pública por la estancia en México del señor Trotzki, pues si éste acata nuestras leyes y no toma ingerencia (sic) alguna en el juego de la vida social y política del pueblo mexicano, como correspondería, a la condición de todo emigrado político, el hecho de que se entregue a sus labores intelectuales no puede alterar en lo mínimo la situación de un país como el nuestro, donde, al amparo del libre tráfico de la producción literaria, las mismas obras de Trotzki —como las de cualquier otro autor— siempre han estado al alcance del pueblo, sin taxativas ni censuras”.
Cinco días después, la Secretaría de Gobernación giró instrucciones para tomar medidas de protección y seguridad para el político ruso quien ingresó al país el 9 de enero de 1937 y permaneció en el país hasta 1940, cuando fue asesinado en su casa de Coyoacán por Ramón Mercader, un agente enviado por Stalin.