El expreso del miedo (Snowpiercer, 2013), cinta dirigida por Bong Joon-Ho y protagonizada por Chris Evans, imagina un futuro donde los últimos sobrevivientes de la humanidad se refugian en un tren en movimiento perpetuo cuyos vagones están divididos en diferentes clases sociales: los más pobres y necesitados habitan el último vagón, los más ricos y aristócratas los compartimentos más cercanos a la máquina conductora. Los residentes del último vagón sólo comen una barra energética color café al día. Tras un estallido social orientado a derrocar el sistema que controla el tren, un grupo de rebeldes descubre que las barras energéticas estaban hechas de cucarachas y un sinfín de bichos repulsivos. La idea es una variación socarrona del momento climático de Cuando el destino nos alcancé (Soylent Green, 1973), película de Richard Fleischer en la que Charlton Heston descubre que el alimento que consume el segmento más desprotegido de la población está hecho a partir de humanos. “Soylent green is people!”, grita Heston horrorizado al final del filme.
La escasez de alimento siempre nos ha llevado a imaginar escenarios apocalípticos. El miedo a la hambruna, empero, no se ha traducido en una mayor conciencia de ahorro. Todo lo contrario: en días recientes, la Comisión para la Cooperación Ambiental de Norteamérica (CCA) y la cadena restaurantera mexicana Toks presentaron la Guía Práctica para Cuantificar la Pérdida y Desperdicio de Alimentos, informe que revela que en América del Norte se desperdician poco más de 167 millones de toneladas de alimentos: 13 millones de toneladas en Canadá, 28 millones en México y 126 millones en Estados Unidos
El desperdicio representa dinero perdido para empresas, hogares y gobiernos, a la vez que agrava la inseguridad alimentaria. Cuando la comida se desperdicia, también se pierden todas las emisiones de agua, fertilizantes y tierras de cultivo asociados con esos alimentos. En el caso específico de México, el 18 por ciento de la pérdida se produce en el sector de procesamiento y fabricación de alimentos. México sufre de problemas similares a los que aquejan a otros países de América del Norte en este sector: recortes, sobreproducción, infraestructura o maquinaria inadecuadas, el diseño ineficiente de sistemas, daños durante la fase del empaque, pronósticos imprecisos, problemas de seguridad de los alimentos, deficiencias de la cadena de enfriamiento e inconsistencia en la calidad de los procesos.
La cadena restaurantera mexicana Toks fue invitada en 2018 a participar en el grupo de expertos integrado por la CCA para medir el desperdicio de alimentos en América del Norte. La CCA auspició la realización de un estudio para cuantificar la pérdida y desperdicio de alimentos en una de sus sucursales ubicada en el municipio de Zapopan, en Jalisco, México. La CCA reveló que la cadena cuenta con oportunidades para generar ahorros económicos de 130,000 pesos en esa sucursal durante el primer año, con lo que abatiría la generación de gases de efecto invernadero por el equivalente de 17.4 toneladas. El estudio calcula que tan sólo la sucursal de Zapopan podría donar 3.8 toneladas en alimentos ahorrados, lo que equivale a alrededor de 42,710 comidas. Toks cuenta con 207 establecimientos en toda la República Mexicana, por lo que las posibilidades de ahorro a escala nacional podrían ascender a 27 millones de pesos.
La CCA y Toks lanzan un llamado a los productores de alimentos, procesadores de alimentos, minoristas, operadores de restaurantes, proveedores de servicios de alimentos, asociaciones comerciales y partes interesadas en América del Norte que comiencen a medir el desperdicio de comida a través del uso de la Guía Práctica para Cuantificar la Pérdida y Desperdicio de Alimentos. Bien haríamos en atender el llamado.