La política exterior no es optativa.
En el mundo del presidente Andrés Manuel López Obrador no existe el mundo. Un presidente que usa a la diplomacia como departamento de plomería doméstica, es un presidente fallido.
Emanuel Macron encarna la presidencia francesa de la Unión Europea generando interacciones con el exterior. No podía ser de otra manera. Los memes sobre la mesa kilométrica que le preparó el presidente Putin al recibirlo en el Kremlin son lo de menos. Hay un problema en la región que es necesario resolver. La diplomacia es de quien la trabaja.
En México, la política exterior se ha convertido en un circo. Un día, el secretario Marcelo Ebrard asiste a un evento en el que acusa a la OEA de orquestar un golpe de Estado en contra de Evo Morales, y al otro día el presidente López Obrador lanza fuego en contra de su país favorito para golpear, España. Como preámbulo, el presidente decide dinamitar la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas que entró en vigor el 24 de abril de 1964.
A manera de presentación de un concurso tipo reality show, el presidente decide designar a un conjunto de embajadores improvisados y, en el caso de Pedro Salmerón, rodeado de acusaciones de acoso sexual, sin haber solicitado sus respectivos beneplácitos a los países destino.
Tres años atrás, el presidente López Obrador prometió respetar el Servicio Exterior Mexicano (SEM), lo hizo por escrito. Ahora, ni siquiera menciona el SEM.
Las polémicas en política exterior se han acumulado en 2022, pero desde hace tiempo la improvisación predomina. Un ejemplo es el milagroso error que benefició a Alberto Barranco para convertirse en embajador ante El Vaticano. Era Bernardo Barranco, maestro en Sociología del Catolicismo, el designado originalmente para representar al gobierno del presidente López Obrador en Ciudad del Vaticano. Sin embargo, un burócrata, al revisar la agenda telefónica, se encontró con Alberto Barranco. “El señor presidente desea verle en su oficina para proponerle la embajada en Ciudad del Vaticano”. Y así fue.
¿Qué políticas públicas se tejen desde la cancillería? “Policy, policy, policy”, me dijo Daniel Millán hace dos años, entonces asesor de Marcelo Ebrard, hoy jefe de su oficina, cuando publiqué una columna sobre el perfil chavista de Maximiliano Reyes y su nula experiencia en el campo diplomático. Hoy, la interrogante no es si hay o no chavistas en la cancillería, la pregunta importante es: ¿cuál es la política exterior del presidente López Obrador?
La subsecretaría chavista de Relaciones Exteriores se desgasta en una campaña estéril en contra de la OEA de Luis Almagro. Para ello, utilizan a Evo Morales como amuleto de la buena suerte.
Violador de la Constitución, Evo Morales es proyectado por la cancillería mexicana como una víctima del imperio; un santo súbito demócrata sólo por ser indígena. El buen salvaje rousseauniano. No nos equivoquemos, Evo Morales es traidor de la democracia.
Fue Evo Morales quien prefirió ver correr sangre en su país antes de abandonar el poder. En efecto, no obedeció el mandato de la mayoría de los bolivianos que votaron en contra de su presencia en las boletas electorales de las últimas elecciones presidenciales en un plebiscito constitucional en 2016. Fue Morales quien escuchó al líder del principal sindicato de su país diciéndole que ya no lo apoyaría en su deriva autoritaria.
Estados Unidos no quería un final para Morales al estilo Gadafi. El Departamento de Estado no se disgustó cuando el boliviano viajó a México. En efecto, un avión de las fuerzas militares estadounidenses aterrizó en el aeropuerto de Cochabamba con el objetivo de neutralizar cualquier intento de agresión en contra de Morales. De haber querido asesinarlo, lo hubieran hecho. No querían que se repitiera la historia de Gadafi. No se repitió.
España, la batalla de la pausa
El gobierno del presidente español Pedro Sánchez observa con atención los ataques sistemáticos del presidente López Obrador; analiza sus motivaciones. ¿Por qué la furia sin anestesia (diplomacia)? ¿Por qué no usar los canales diplomáticos para resolver las inquietudes del presidente mexicano? ¿Qué tipo de placer le produce las mañaneras? Una, dos o tres horas todos los días esbozando barricadas para desarrollar un performance con emociones tipo guerra de guerrillas. Y ahí, golpear a España. Lo mismo al rey Felipe VI que a los diputados; viajar cientos de años al pasado para grafitear a los saqueadores. Un mural horroroso.
La visión del presidente mexicano es incompleta. No genera empatía con su par, Pedro Sánchez. Político del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), viajó a la Ciudad de México en enero de 2019, recién inaugurado el gobierno del presidente López Obrador. En el papel existe sintonía ideológica. Sólo en el papel.
El presidente mexicano no da muestras de interés por el laberíntico paseo político español. En 2017 el gobierno independentista de Carles Puigdemont descarriló a Cataluña de la Constitución al aprobar, a través de su partido, dos leyes con miras a la independencia. El 1 de octubre de ese año, la catarsis: referéndum.
En 2022 la suma algebraica le otorga la mayoría parlamentaria a Pedro Sánchez, pero vulnerable. La semana pasada, un error de un diputado del opositor Partido Popular (PP) permitió la aprobación de la reforma laboral promovida por Sánchez. Un sólo voto, la diferencia. La escena proyecta al presidente López Obrador como un guion de Pedro Almodóvar.
En su despacho de la Moncloa, el presidente Pedro Sánchez recibe al ministro de Exteriores quien le lleva un documento sobre las palabras que AMLO le dedicó el miércoles: pausa. Pausar la relación con los saqueadores y corruptos. ¿Qué imagen será la primera en la mente de Pedro Sánchez? ¿Qué motivo detona la batalla de la pausa? ¿Es una escena de Almodóvar o de Buñuel? En el siglo XXI, un presidente sin política exterior es un presidente fallido. Quinientos años atrás no existía la diplomacia. Lo dijo el internacionalista: Quirino es la pausa.