“¡Buenos días!”, lanza el Presidente como primer golpe amistoso. Son poco más de las siete de la mañana y con la debilidad que anuncia una derrota, los primeros contrincantes que aguardan la conferencia, contestan al saludo entre dientes. “¡Ánimo, que apenas es lunes”, reta sonriendo el hombre de Palacio Nacional, al saber que tiene ventaja, como en tantas batallas que antes ha ganado.
Esa es la señal. El grito de los soldados que adelanta que, detrás de la puerta, aparecerá Andrés Manuel López Obrador. La arena lo espera, y desde el primer paso toma el control. Allí, detrás del micrófono, enfundado en un traje de color gris o negro, cada mañana despliega su táctica de combate. Un enemigo a la vez.
Un personaje o un grupo contra el que ha preparado todo su discurso, lleno de su propio contexto, salpicado de algunas cifras o de datos sueltos que escandalizan, pero que no explican. Luego el ataque. Frases que descalifican, que cuestionan y confrontan, sin ofrecer pruebas, pero que siembran la duda. Al final abre una puerta, “lo digo con todo respeto y cariño” y sonríe.
Todas las mañanas, el presidente López Obrador escoge un adversario, algunos con nombre y apellido, y en otros casos, justo cuando hay alguna negociación en el Congreso, el mensaje que suena casi a provocación, sólo el destinatario puede interpretarlo. En 96 días de gobierno lleva 66 conferencias de prensa matutinas y se ha peleado con más de 18 actores políticos —que incluye a legisladores, dos gobernadores y hasta tres expresidentes—; cuatro agentes económicos, como Banxico y tres calificadoras; además de instituciones y dos organismos autónomos, un medio de comunicación y partidos políticos, dando un total de 33 oponentes.
Su discurso es antiélites y así logra dividir a la audiencia en dos partes. La parte buena, que es el pueblo, que tiene todas las virtudes; y los malos que, como dice el especialista Luis Antonio Espino, engloba a todos aquellos con quienes son o han sido sus adversarios.
Frases sueltas
“Yo me preocupo y me ocupo”, aunque responde con seguridad, el público espera la crítica. “Lo que considero acerca de esta calificación es que se está castigando al país por la política neoliberal que se aplicó en los últimos 36 años”, finalmente ataca.
Tranquilo, comienza la batalla. Datos históricos, asegura respeto, mientras poco a poco clava su estaca en la calificadora, en sus antecesores o quien resulte responsable. “Las calificadoras, durante todo el tiempo que imperó la corrupción, permanecieron calladas”, se asegura que la espada haya llegado hasta el fondo.
Unos segundos en silencio, seguidos de una risa nerviosa. “Calificaban con 10, con excelencia. ¿Cómo es que decíamos antes, en las calificaciones en la universidad, que era MB, B, S y NA. Entonces, todo era MB en esos tiempos”, en su cara aún nerviosa, una carcajada se dibuja. Con una sonrisa busca resanar la herida que acaba de causar.
Ahí está el arma que utiliza el mandatario desde hace 18 años y con la que ha logrado derrotar a pequeños y grandes adversarios: simplemente la palabra y el tono. Aunque lento, su discurso es directo y atrapa, tanto que comenzó el 1 de diciembre con casi 60 puntos de aceptación, ahora todos reconocen una aprobación por las nubes, con cerca de 85 por ciento.
El secreto, su mensaje, que es su espada, apunta directo al corazón. El tabasqueño apela a las emociones y logra que la población se apropie de su mensaje e incluya en sus discusiones diarias sus frases.
“Fifí”, “me canso ganso”, “¡no, primo hermano!”, “se acabó la corrupción arriba y abajo”, son las armas que utiliza y que sabe le hacen ganar escuderos, protectores y pregoneros de su mensaje. Se ha vuelto común escuchar en pláticas de la vida diaria a personas que lo imitan, como si de un rezo se tratara.
Luego vienen las preguntas. Se recarga en el atril de madera que es pequeño, pero que su poder está en el símbolo, en la gran águila dorada sobre el nopal con la serpiente en el pico.
Si la pregunta no le gusta, se nota en su gesto, en el vaivén de su boca. En esos casos, generalmente no responde inmediato, hasta después, pasados unos segundos ajusta sus palabras y muchas veces su sentido.
Hace unos días, por ejemplo, del discurso de la reconciliación se colocó suavemente y sin desparpajo en la firmeza de investigar a sus antecesores.
“No, sí. Vamos a investigar, porque no seremos cómplices. Encubrir, encubrir es la palabra. Porque el otro día platicaba con un abogado y me dijo que la palabra correcta era encubrir, y eso no lo haremos”, explica. Trata, con risa nerviosa, de convencer sobre su cambio de postura.
La embestida
Las bestias se acercan a él, lanzan un rugido y lo embisten. Con su técnica de propaganda política convence, crea consensos y logra que el espectador vea su triunfo desde lo alto del Coliseo, detalla el especialista en análisis del discurso.
Sin cifras ni datos complejos, sólo la fuerza que le da el pueblo, simplifica problemas y no necesita explicar las complejidades de los problemas del país. Le creen. La mayoría de los mexicanos le da, a manos llenas, la confianza y respaldo que necesita.
Le celebran el retiro de pensiones a expresidentes, el combate al robo de combustibles, apoyar a la tercera edad. Hasta acciones que no han sucedido, como bajar el precio de la gasolina, son aplaudidas por quienes apoyan al hombre de Macuspana. No así quienes miden los posibles riesgos del año en curso que ven las batallas, el conflicto social, la falta de prioridades en la agenda legislativa, como un riesgo en la gobernanza que encabeza el morenista.
En la arena, el guerrero de la Cuarta Transformación, como se hace llamar, se ha encontrado con combatientes que, queriendo hacer un contrapeso a su gobierno, crearon grupos y atacaron en manada. No lograron vencer.
Con la poca energía que les habita, luego de la lucha, los contrincantes, heridos por el mandatario gritan, pelean, se excusan y buscan una última defensa, pero su armamento es muy débil ante el que utiliza López Obrador. Los hace ceder, callar y hasta querer una reconciliación sin tener represalias.
Una batalla más, una nueva victoria y más discípulos se unen a la travesía. Aunque la información es desbordante, en tiempos de la posverdad, la población toma sólo aquella que le genera confianza, la que muestra que el bando al que pertenece “va bien”, sin cuestionar, con plena confianza en su guía.
Pero no todos siguen a ciegas el camino. Su séquito, la mayoría de edad avanzada, desde las primeras batallas han mostrado su desgaste, pese a ser en muchos casos sólo espectadores. El cansancio los domina, y desde el primer mes han suplicado por cinco minutos más de sueño. El guerrero, acostumbrado a ver la luz del sol desde su oficina, cita a partir de las primeras horas del día a su equipo para idear la mejor táctica de ataque, la afinan y tras una hora, lo acompañan al ruedo.
Cada mañana una nueva batalla, un nuevo contendiente tirado en la arena y un nuevo triunfo para el mandatario. Demostrando que es su palabra más fuerte que los golpes de sus adversarios.
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