Finalmente, el resultado que se había anticipado acabó por formalizarse, y Morena se convierte así en el partido con la más amplia presencia y poder en el espectro partidista nacional. Sobra aludir a la virtual desaparición del PRD, a la precaria supervivencia del PRI o a la famélica presencia del PAN. Los tres partidos de oposición tienen ante sí un reto sin precedentes para entender la forma en que deberán recomponerse, encontrar una narrativa empática con el electorado y una organización eficaz, o morir. Les guste o no a sus seguidores, estamos presenciando un escenario desolador para los partidos de oposición y, con ello, un futuro potencialmente oscuro para nuestra democracia.
No seré el primero que lo señala, pero todo haría parecer que la conquista alcanzada por Morena este fin de semana lo sitúa en la misma posición en que a lo largo de numerosas décadas estuvo el PRI. Al apreciar que muchos de los militantes de aquél conforman hoy las filas de Morena, no hay pocos que se pregunten si esta es una reedición de la hegemonía priista o si se trata, simple y sencillamente, de la conclusión de un proceso de metamorfosis.
Conceptualmente no puede caber la menor duda. Si habremos de tener un presidente superpoderoso y un partido político a su servicio, y partidos satélites incapaces de incidir en la trayectoria de la gestión pública del país, pues observaremos cómo se habrá reinstalado una situación política que ya vivimos a la mitad del siglo pasado, y con la que muchos no estuvieron de acuerdo….al grado tal, inclusive, de haber dado la vida para cambiar esa situación. Metamorfosis o retroceso, el resultado para efectos de calidad y futuro de país es igual, es atroz.
Pero no nos podemos equivocar, Morena no es el PRI. Es verdad que los dirigentes septua y octogenarios que hoy encabezan el gobierno aprendieron a ser líderes ciudadanos en las filas del PRI, que sus habilidades para acarrear gente o persuadirla para votar a su favor fueron bien aprendidas durante una época en la que el PRI garantizaba el mantenimiento del poder con mañas y artilugios, pero dicho partido gozaba y continúa gozando de una organización, de ideales y de grupos de representación política nacional en los que se consensó el devenir nacional en forma “democrática” a la manera de antaño, en una forma que hoy, simple y sencillamente, Morena desconoce.
El México contemporáneo ya vivió, ya atravesó y ya superó el doloroso período de la dictadura de partido, y nuestra democracia, por imperfecta o dudosa que pueda ser, se ha venido saboreando a lo largo del territorio nacional, y su penetración ha sido tan grande y evidente, que buscará y encontrará la forma y momento de revivir. Es la esencia de la libertad del hombre y su perenne sentido de justicia social la que permanece y encuentra el cauce para imponerse frente a cualquier gobernante que pretenda callarla.
La mayor victoria documentada el domingo pasado no se la llevó Morena; la tuvo el INE, que aglutina, precisamente, ese conjunto de principios y valores nacionales en el ámbito democrático –cualidades de México que no se van a perder.
La oposición tiene ante sí un reto mayúsculo, pero más grande aún es el que tiene Morena, porque su sustentabilidad y su trascendencia histórica está condicionada a la capacidad autocrítica para entender cómo organizarse como partido, cómo dar cauce a las distintas voces que conforman el sentimiento de la Nación y cómo llevar a México a una situación de grandeza en un momento histórico internacional complejo. Morena tiene la oportunidad de convertirse en un auténtico factor de cambio para el país, con la dolencia de carecer de ideólogos y líderes preparados para lograrlo. Los libros podrían llegar a ser implacables una vez que la voluntad inercial que le ha permitido gobernar se termine.
En la víspera de la Cumbre de las Américas, ante un arrogante desaire presidencial a la invitación recibida por el representante del país más poderoso del mundo, no es difícil advertir la inminente llegada de descalabros en el entorno global y, con ello, un adelanto de las inquietudes por el proceso de sucesión presidencial.
La falta de reflexión y cuidado en las actividades de gobierno se podrán traducir en un revuelo y un desmembramiento del partido.
Es así que Morena se podría convertir, en un sexenio, en el mayor triunfo y fracaso electoral de la historia.
La falta de agrupación de las corrientes y el entendimiento de los cauces que deben seguir para encontrar sus espacios en el quehacer político y de gobierno del país, puede desembocar, lamentablemente, en un proceso de explosión en su interior.
El agua sigue su cauce. México enfrenta una falta de liderazgos y la sequía propositiva de los pocos existentes. Es el espíritu de libertad y la incesante búsqueda de justicia para quienes menos tienen lo que acabará definiendo, al fin, el futuro del país. La elección nos dejó la enseñanza sabernos capaces de votar por el liderazgo que más nos conviene. Si los partidos no cambian, es muy probable que la elección del 2024 la gane el mejor candidato que lleguemos a conocer. México no se rige por la razón ni por instituciones, se deja guiar por sentimientos, lo acabamos de constatar.