Legados de la votación de España

11 de Marzo de 2025

Antonio Cuéllar

Legados de la votación de España

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Las elecciones españolas del domingo pasado dejaron algunos resultados que merecen la pena tomar en cuenta. Estando nosotros en víspera de un proceso electoral que se empieza a antojar intrincado, sería bueno reflexionar sobre las analogías y diferencias que nuestra sociedad podría llegar a tener respecto de la ibérica, que es, de las europeas, aquella con la que más cercanía tenemos.

España tiene una sociedad profundamente dividida, prácticamente en dos mitades: aquellos que defienden la visión monarquista, con una economía liberal y unificadora de las comunidades que la conforman; y los otros, republicanos, deseosos de tener un gobierno interventor que mire por la disminución de las graves desigualdades que provoca un sistema confiado a las fuerzas del mercado, más tolerante a la autonomía regional.

El fin de semana los españoles participaron en un proceso electoral que dejó al descubierto un antagonismo que pocas veces se ve tan nítido: la votación fue un posicionamiento político nacional entre la derecha y la izquierda. Como si hubieramos retrocedido una treintena de años hasta la época de la caída del muro de Berlín.

El resultado de la elección nos deja pasmados, porque virtualmente quedaron igual. Las expectativas que se tenían a favor de los partidos de centro y derecha, se vieron reconfortadas por un crecimiento en la presencia parlamentaria del centro, pero disminuidos en su número global por la caida de la ultra derecha. Lo mismo sucedió a la izquierda, que a pesar de haber caído algunos escaños, logró conservar un número importante de asientos en el parlamento con el apoyo que le brindarán los partidos regionales.

El PSOE de Pedro Sánchez podría continuar dirigiendo las riendas del país, a pesar de no ser el partido con votación mayoritaria en el parlamento.

El problema real es que, por lo pronto, ninguna de las dos visiones contendientes lograron hacerse de la mayoría parlamentaria necesaria para formar un gobierno, un fenómeno que vaticina un arduo proceso de negociación partidaria de la que depende la formación de la coalición necesaria para gobernar, que deja incertidumbre y anuncia una posible nueva votación para el fin del año.

En México hemos atravesado un período de casi un lustro de sectarismo institucional. Una época marcada por una retórica oficial encaminada a provocar encono y distanciamiento entre nacionales; entre quienes se asumen progresistas, defensores de la intervención gubernativa con el propósito de equlibrar el reparto de la riqueza por la vía de los programas sociales, y los otros, con una visión distinta de país, siempre asociada a las ideas de expansión de nuestra economía hacia el rumbo de nuestra integración a los mercados internacionales. Así, llevamos cinco años con un discurso que defiende y califica a quienes se asumen como “cuatro t”, y quienes se conciben como “conservadores”.

Empezarán las precampañas y después, con todo vigor, las campañas entre candidatos, en las que habrá un posicionamiento claro sobre los distintos caminos que emprenderá el próximo gobierno; el que sea que llegue a elegir la gente. Sin embargo, por la composición de nuestro espectro político partidista, podemos apreciar con facilidad que, como en España, estamos virtualmente divididos en dos: Morena y sus aliados; y la oposición de “Va por México”.

Es perfectamente previsible que en el juego político de la composición de la identidad partidaria, de los dos movimientos, salgan a relucir los extremos: en cualquiera de los dos lados del espectro. Los radicales de la izquierda y los radicales de la derecha. Tan sólo ahora que Xochitl Gálvez ha despuntado entre los contendientes de la oposición, ha habido detractores de la misma derecha, que la acusan de abortista.

El distanciamiento que han tomado los electores hispanos con relación a los partidos extremos constituye una gran lección electoral, que bien leída debe provocar una reacción positiva por parte de aquellos a quienes corresponde la gran responsabilidad de construir los idearios de los dos bloques partidarios contendientes.

El mundo no puede seguir inmerso en una dialéctica de postguerra, como si nada hubiera cambiado. Las grandes dificultades que enfrenta la humanidad, desde la perspectiva climática, demográfica, de crecimiento y de empleo, de seguridad y de salud, debe conducir a nuestros gobernantes a dirigir la marcha nacional con pragmatismo y objetividad; con rigor científico y con transparencia democrática.

Sabedores de que la pobreza de la inmensa mayoría de los mexicanos constituye un factor que realmente no ha cambiado, ni siquiera con la desviación de recursos para el mejoramiento de sus condiciones a través de programas sociales –entre otras razones, por los graves problemas inflacionarios que atraviesa el mundo–, quien o quienes lleguen a gobernar a partir del año entrante, deberán velar por la forma totalmente racional de partir el pastel, para atender con rigor tecnocrático al cumplimiento de objetivos y programas atinentes a un buen gobierno; en sincronía con la sensibilidad política necesaria para comprender la importancia del grave peso social que arroja una administración demasiado entretenida en alcanzar determinadas metas y números en planas de papel que, sin embargo, no comen.España nos da una lección que nos debe poner a trabajar. Es un buen momento para reflexionar alrededor de las mejores ideas para perseguir el centro. Ojalá que el centro de México ponga especial énfasis en encontrar políticas acertivas en materia de seguridad, salud y educación.