La relatividad del triunfo electoral

25 de Noviembre de 2024

Antonio Cuéllar

La relatividad del triunfo electoral

antonio cuellar

Para todos aquellos amantes del fútbol americano, el supertazón del mes de febrero pasado constituye un juego fuera de serie. La manera en que los Patriotas de Nueva Inglaterra remontaron el partido contra los Halcones de Atlanta será un referente de antología que difícilmente se volverá a repetir. Por importante que hubiera sido la participación de su mariscal, Tom Brady, ¿alguien en su sano juicio podría haber pensado que este se retiraría para levantar el trofeo antes del último silbatazo?

La forma en que en el proceso del domingo pasado todos los partidos se abalanzaron para proclamarse ganadores de la elección, demuestra el grave desdén que nuestra clase política siente por las instituciones electorales y por la legalidad. Fue una muestra de una forma de ser muy mexicana en la que debe de imperar el agandalle por encima de la decencia y el respeto por las formas de convivencia que nos convienen a todos.

El fenómeno no es un tema superficial, porque si los partidos políticos no reconocen y conceden el lugar que debe de tener el árbitro electoral, habremos caído indefectiblemente en el círculo de la incredulidad del proceso electoral y en la cíclica necesidad de volver a concebir y echar a andar nuevas instituciones. ¿Hasta cuándo podría suceder eso antes de que la inconformidad social y la violencia que la acompaña nos alcance? El intrincado horizonte que ya empieza a vislumbrarse hacia el 2018 ameritaba una mayor sobriedad de nuestra clase política.

Por eso creo que la ponderación en torno de la instalación de las casillas y la serenidad con la que el proceso se pudo llevar a cabo en la gran mayoría de los lugares en los que tuvo lugar, arroja un saldo relativo: el arrebato de todos los partidos debilitó la confiabilidad y el respeto que se debe guardar hacia los árbitros electorales. De nada sirve que el INE y los estatales electorales hagan su trabajo, si los partidos vienen a tirarlo todo por suelo.

En otro orden de ideas, valdría también la pena hacer la recapitulación del resultado electoral, obviamente, no en torno de los números que arroja el conteo oficial de las actas en las cuatro entidades federativas en que tuvo lugar, sino de acuerdo a lo que cada uno de los cuatro partidos políticos dominantes obtuvo o debió empeñar.

El primero de los dirigentes partidistas a quien tuve la oportunidad de escuchar en vivo fue a Ricardo Anaya, aludiendo al trascendente triunfo electoral que obtuvo el PAN en tres de las cuatro entidades federativas en las que se realizaron los comicios. Esa victoria se desdibujó después, con el complicado cierre que tuvo Coahuila y, sobre todo, los señalamientos hechos en su contra por Margarita Zavala.

Creo que ella tiene la razón. A pesar de haber obtenido un triunfo contundente en Nayarit y un importante número de alcaldías en Veracruz, no puede pasarse por alto el estrepitoso fracaso que arroja haber sido relegados a la cuarta posición en el Estado de México, el territorio electoralmente más importante de la República Mexicana. Josefina Vázquez Mota lo demostró en la elección presidencial del 2012, al haberlos enviado a la tercera posición, y lo remató en este proceso de 2017. ¿Acaso no era un escenario previsible? El triunfo de Nayarit se relativiza frente a la grave derrota mexiquense.

El segundo espontáneo al que escuché en el radio fue a Andrés Manuel López Obrador, quien peleará hasta las últimas consecuencias, dentro de la legalidad y sin convocatoria violenta (si pudiera solamente separarse el vocablo de aquella que indudablemente produce cualquier marcha y plantón en contra de la ciudadanía que es ajena al conflicto), el triunfo de Morena.

No cabe duda de que haber obtenido tan numerosa votación durante la jornada, para haber acabado en el segundo lugar no obstante los tropiezos de la campaña y desvaríos de su candidata, habla de un poderío electoral sumamente importante, al que habrá de verse con atención el año entrante. Sin lugar a dudas, en términos estadísticos, fue el mayor ganador en el Estado de México.

La posición de la izquierda radical que encabeza Morena es relativa, sin embargo, al apreciarse que esos números se vuelven virtualmente inexistentes en el resto de los estados en los que hubieron elecciones. El esfuerzo fue mayúsculo y la inversión mayor, y no puede medirse con certeza si la estrategia del desgaste que están por comenzar, con el llamado al conteo de cada acta y cada casilla, siempre bajo la sombra de la desconfianza contra las instituciones y esa oscura visión del México dividido sobre el que construye su retórica electoral, pueda alcanzarles para llegar hasta la Silla en Palacio Nacional.

Alfredo del Mazo obtuvo el triunfo nominal, y sin lugar a dudas, salvo que el Tribunal Electoral acabe por decidir otra cosa (y elementos podrían no faltar, cuestión que podría llevarnos a debatir alrededor de tan costoso como ineficaz sistema de impugnación electoral), será el próximo gobernador del Estado de México.

El triunfo del PRI es sumamente importante, porque le permitirá conservar el control sobre el bastión que catapultó a Enrique Peña Nieto hacia los Pinos, y sobre todo, porque permite sacudir, de alguna manera, la pesadez que produjo la vinculación generalizada de la votación con esa idea del referéndum sobre la administración ejercida por el grupo Atlacomulco. Formalmente hablando, existe todo un soporte para confirmar que las reformas emprendidas por esta administración no han sido reprobadas. El Estado de México y la participación priista en Coahuila, e incluso Nayarit, podría confirmarlo.

Pero el triunfo tiene un enorme costo y eso lo hace relativo; porque no pasó desapercibida la intervención del aparato estatal a favor de su candidato. El desgaste fue enorme en términos políticos, porque la presencia mediática del candidato y su partido colmó al electorado y al país entero hasta la saciedad. La confianza en torno de su neutralidad se minó irreversiblemente, y ese es un factor que incidirá fatalmente en el 2018. La movilización emprendida en el Estado de México difícilmente podrá repetirse el año entrante, a menos de que esta administración logre cambiar la percepción generalizada alrededor de la inseguridad, la corrupción, la impunidad y la deficiente legalidad. La orden de aprehensión girada contra Roberto Borge podría ser el comienzo de una nueva etapa de limpieza de la casa con miras a un proceso que será determinante para el país y el modelo económico conforme al cual se ha venido desarrollando.

El PRD obtuvo una tercera posición en el Estado de México, la joya de la corona. Hay muchos que recriminan el atrevimiento de Juan Zepeda, al afirmar que Morena y el PRI habían hecho el ridículo en la elección y que el verdadero ganador era su partido. Desde luego que en términos numéricos, ya hay muchos que dicen que ese ridículo lo hizo él, por haber permanecido en tercer lugar con alrededor del 20% de los votos computados.

Esa visión no la comparto, incluso esa afirmación “ridícula” puede verse en términos relativos. El PRD estaba al borde de la desaparición, y Alejandra Barrales ha logrado conservarlo y darle una identidad que algunos ligaban irreversiblemente con la figura de AMLO. Después del domingo, el PRD ha revivido y tiene la fuerza suficiente para volver a caminar solo. Si logró conservar esa posición en el Estado de México, es seguro que podría volver a competir fieramente en la Ciudad de México. Me gusta, porque con esta nueva cara puede convertirse en el partido de la auténtica izquierda que al país tanta falta le hace.

Habiendo caído la tempestad, viene la calma. Descansemos un día, porque no cabe duda de que nos encontramos en esa fase de la tormenta en la que apaciguan las aguas, como presagio de mayores vientos….y mayores riesgos.