Un factor primordial sobre el que se basa la filosofía propuesta por Alisa Zinoviévna (Ayn Rand) en “La rebelión del atlas” (el objetivismo), es la razón, vista como justificación primera de la acción del hombre; motor de su voluntad que lo conduce a obrar, a emprender y a luchar contra toda adversidad en la búsqueda de su propia felicidad.
En la primera parte de la obra, al expresar los postulados de su filosofía alrededor de la racionalidad, y ponerlos a prueba a través de relatos que invitan al lector a encontrar la respuesta más razonable frente a escenarios contradictorios, mostrados a través de la compleja alternativa que enfrenta un empresario, al deber tomar la decisión que más le conviene a la empresa de cara a una problemática moral, Rand alude a un planteamiento social hipotético, basado en el absurdo: la “ley de igualación de oportunidades”.
En la realidad norteamericana que muestra la novela, de una época intervencionista de principios del siglo pasado, dicha iniciativa planteaba la conveniencia de que se prohibiera a un capitalista ostentar la propiedad de una pluralidad de empresas, con la finalidad de permitir que otros tuvieran la misma oportunidad de emprender un negocio. La idea, que aparentaría sonar socialmente justa, resultaría ser un fiasco en la realidad, pues acabaría con la producción y el ánimo emprendedor de aquellos que sí están decididos a correr los riesgos al echar a andar un negocio.
En una primera parte de la trama, Gwen Ives, la secretaria, le anuncia a Rearden, su jefe, –el atrevido inventor de una aleación de hierro que con enormes dificultades ha logrado colocar su primer pedido en el mercado–, que la ley de igualación de oportunidades acababa de ser aprobada en Washington. Desconsolado éste, se muestra en la novela a través de los siguientes párrafos:
“Permaneció sentado, contemplando los diseños del puente para la línea “John Galt”, al tiempo que oía palabras que eran en parte voz y en parte suspiro. Lo habían decidido sin él…. No lo llamaron, ni le preguntaron nada, ni lo dejaron hablar…. No se habían sentido obligados a informarle, a hacerle saber que acababan de arruinar parte de su vida y que, a partir de entonces, tendría que marchar como un lisiado…. De todos cuanto estaban relacionados con aquello, quienesquiera que fueran y por cualquier razón o necesidad, él era el único al que no habían tenido en consideración.
El cartel colocado al final de la larga ruta proclamaba: “Minerales Rearden”. Estaba suspendido sobre negras gradas de metal…. Y sobre años y noches…. La sangre que había dado gustosamente, en pago de un día distante y de un cartel sobre el camino…. Que había pagado con su esfuerzo, su fortaleza, su mente y su esperanza…. Todo quedaba ahora destruido por el capricho de unos hombres que se sentaron y votaron. ¿Quién podía saber con qué intenciones? ¿Quién podía saber qué voluntad los había situado en el poder? ¿Qué motivos los impulsaron? ¿Cuál era su conocimiento? ¿Cuál de ellos hubiera podido extraer un pedazo de mineral a la tierra sin ayuda ajena? Todo quedaba destruido por el capricho de unos hombres a los que no había visto nunca y que, por su parte, jamás vieron tampoco aquellos montones de metal destruido por su decisión, pero ¿con qué derecho?”
Las ideas de Rand resuenan en el ambiente. La semana pasada se tomó la decisión de incrementar el salario mínimo de los trabajadores, exactamente al mismo tiempo en que el semáforo epidemiológico elevado de rango a un color rojo obliga a las empresas a cerrar sus instalaciones y parar su producción. Las tiendas se ven obligadas a dejar de ofrecer sus inventarios en plena temporada navideña y sin ningún apoyo de la hacienda pública.
¿Qué racionalidad motivó la decisión de cambiar el salario mínimo en las circunstancias que atraviesa el país? ¿Quién puede saber qué intenciones persigue este gobierno? ¿Quién sabe qué voluntad ha colocado en el poder a quienes han tomado esta decisión? ¿Qué motivos los impulsaron y cuál es su conocimiento de la realidad, de la economía y el efecto que produce su resolución? ¿Cuál de ellos ha podido generar en su vida un empleo? ¿Cuántas unidades productivas se ponen en riesgo y cuál llegará a ser el efecto catastrófico de su resolución? ¿Con qué derecho?
Parecería como si hubiera una desconexión total entre la realidad y quienes gobiernan a México. No existe ninguna racionalidad que pudiera justificar el planteamiento de una obligación patronal tan desproporcionada como la que se ha ocurrido. Cuál es la lógica que puede justificar la adopción de una medida tan inoportuna, a sabiendas de que podría terminar con el esfuerzo, con la fortaleza, la mente y la esperanza de tantos miles de luchadores que han arriesgado su patrimonio por el anhelo de vivir más felizmente.
¿Ha sido esa capacidad del gobierno, la misma que se tomó en cuenta para pagar penas convencionales antes de ver terminado el proyecto del Aeropuerto de Texcoco? ¿O es acaso la misma que se empleó para impulsar la construcción de una refinería, en una era en la que el planeta entero se preocupa por los problemas que produce el calentamiento climático?
El mismo tipo de preguntas que plantea Rand, debemos hacernos ante los efectos que ocasionaría la conclusión de la reforma que facilitaría la afectación a la independencia del Banco de México, o ante la resolución que posibilita la administración militarizada de los grandes proyectos de infraestructura que impulsa este gobierno.
Vivimos en una época en que la racionalidad no deja de estar presente…. pero podría perseguir propósitos que no son evidentes.