México es un país que sufre por tener una sociedad cuyo pensamiento político ha explotado y se encuentra dividido... pero, seamos honestos, ¡no es un caso extraño! Muchos países en el mundo atraviesan circunstancias comparables. El problema no tiene que ver con las diferencias internas, sino con su gravedad, con su efecto y la manera en que éste se procesa.
La semana pasada llegamos a un punto de inflexión en el que quedó claramente dibujado un grave riesgo de fractura. Qué grave momento pudo haber atravesado México que el de la discusión de una reforma regresiva en el ámbito de los monopolios estatales, sucedido de un proceso democrático constitucional cuya finalidad fue la de ratificar o no en el cargo a quien se ufana de querer terminar con una corriente de gobierno que vino transformando a México a lo largo de los últimos cuarenta años. Tirar todo por la borda para volver a empezar. Ese ha sido el tema de la agenda que ha tensado las cuerdas sociales y enfrentado a hermanos a lo largo de los últimos años: dos visiones de país.
El resultado acabó siendo pasmoso, incómodo, invariable, inútil para cualquier fin necesario para cambiar el estatus quo, siendo este uno terriblemente negativo con relación a aquél en el que deseamos estar.
Sobre la resolución de la Suprema Corte de Justicia en el ámbito de la constitucionalidad de la Ley de la Industria Eléctrica, las noticias son confusas. En el fondo, el presidente de la República asegura haber ganado la contienda; paradójicamente, quienes promueven la inconstitucionalidad del ordenamiento afirman lo mismo. La verdad, es que los dos tienen la razón. Es falso que la Ley sea apegada a la Constitución; una votación de siete ministros contra cuatro, en la que los primeros votaron en contra de la constitucionalidad de la ley, indica que la norma es en sí misma inconstitucional. La imposibilidad de alcanzar la votación calificada de ocho voluntades concurrentes no viste al ordenamiento de apego constitucional, sino que impide su invalidación para efectos generales. En ese tecnisismo quedó la sociedad atrapada la semana pasada, sin saber realmente cuál iría a ser el efecto económico de la sentencia. Ganó la Constitución, pero en el enredo de los efectos del fallo, perdió la Suprema Corte de Justicia y, con ella, perdimos todos los mexicanos, que necesitamos más que nunca de esa institución.
Prácticamente pasó lo mismo con la votación de antier domingo.
¿Hubo participación ciudadana en el proceso de consulta ciudadana?
Sí que la hubo y fue importante; nadie puede soslayar la capacidad de movilización ciudadana de Morena al haber logrado conseguir la expresión del voto de quince millones de mexicanos. Quien diga que es poco miente y se burla de sí mismo. El problema es que, en el fondo, no podemos dejar de ver que se trató de una proporción infinitamente menor de aquel número que conforma el total del padrón electoral, al que le faltaron casi 80 millones de votos de asistencia; y que los acarreados fueron también menos de la mitad de aquellos que votaron por Morena hace tres años. El faltante no se puede tampoco desdibujar. Morena ganó y perdió a la vez.
Podemos ver que, al final de cuentas, no es la contundencia del voto de los ministros que expresaron su beneplácito a una ley evidentemente retrograda o inconstitucional, como tampoco lo es la solidez de un número mayoritariamente cierto de electores deseosos de seguir siendo gobernados por el presidente Andrés Manuel López Obrador, lo que enrarece el ambiente político nacional, es la sonoridad que el propio partido en el gobierno concede a los “éxitos” que a lo largo del camino va construyendo lo que provoca el desquiciamiento.
Pocas personas han hablado y hecho eco de los siete votos que determinan el criterio que los Tribunales Colegiados de Circuito habrán de seguir con la finalidad de conceder los amparos contra la Ley de la Industria Eléctrica, o para proteger a los permisionarios contra cualquier acto concreto de aplicación de esa misma ley, tendiente a afectar los derechos reconocidos a su favor para generar energía o para soportar la continuidad de las medidas establecidas para compensar la preponderancia de CFE en el mercado relevante de suministro de fluido eléctrico.
Pocas voces se escuchan alrededor del verdadero peso que debe concederse a casi ochenta millones de electores que decidieron libremente no asistir a las urnas el domingo para ratificar al presidente, o a los posibles cuarenta millones que integran los anteriores, que habrían ido a votar si la pregunta se hubiera formulado correctamente.
Nadie habla del diseño mismo de la trampa construida para evitar que el escenario le fuera adverso a Andrés Manuel López Obrador en este primer ejercicio de revocación de mandato, al contemplarse en la boleta una pregunta inversa. No habiéndose obtenido un 40% de votos del padrón a favor de su ratificación, acaso ¿No debería de revocársele el cargo ante una muestra implícita de repudio del 85% del mismo padrón, activo o pasivo? ¿Qué habría sucedido si la pregunta se hubiera planteado correctamente? Si el porcentaje de votos no es vinculante, entonces ¿porqué sigue en el ejercicio del cargo?
A lo largo de las últimas dos décadas nuestro país ha venido demostrando un desempeño económico mediocre. En estos dos últimos años, frente al crecimiento económico experimentado en los Estados Unidos de América al que nuestro país se encuentra atado, el desempeño de la economía nacional es paupérrimo. ¿Qué ha sucedido que nos mantiene anclados?
Lo que ha pasado es exactamente lo que quedó demostrado la semana pasada: la sonoridad de las voces opositoras de una izquierda radical empecinada en implantar un modelo de gobierno comunista, basado en modelos anacrónicos, ha logrado sembrar tal nerviosismo en quienes creen y quieren fomentar en México una actividad económica productiva, que provocan el congelamiento de cualquier deseo de emprendimiento industrial o comercial.
A diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, la división nacional que ha quedado en evidencia este fin de semana no nos separa por mitades. México sufre una división del 85/15, en la que los 15 han logrado construir una unión y un mensaje, a veces violento, que se sobrepone a los demás. Quizá es un buen momento para entenderlo y para superar el estado pasmoso en que la elección del 2018 dejó plantados a los partidos políticos y a pensadores de oposición. Llegó el momento en el que los mexicanos debemos dejar de ser complacientes con el ruido incansable de la desvergüenza y el desorden, y dar paso y cabida a la solidez duradera de la razón.
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