Afganos venden riñones para alimentar a sus familias
Desde que los talibanes regresaran al poder, en agosto pasado, Afganistán está sumido en una profunda crisis económica
Desempleado y agobiado por las deudas, a Nooruddin no le quedó otra opción: para alimentar a su familia, amenazada por el hambre, vendió uno de sus riñones al igual que muchos otros afganos.
Esta práctica es común en la región de Herat, ciudad del oeste de Afganistán. Inclusive, una localidad vecina se ha ganado el triste apodo del “pueblo con un solo riñón”.
“No me quedaba otra opción. Debía hacerlo por el porvenir de mis hijos”, confió a la AFP Nooruddin, vecino del barrio más pobre de Herat, cercana a la frontera con Irán.
Desde que los talibanes regresaran al poder, en agosto pasado, Afganistán está sumido en una profunda crisis económica, empeorando una situación humanitaria desesperante de por sí, tras cuatro décadas de conflictos y recientes sequías.
Los activos afganos en el exterior están congelados y la ayuda internacional, que financiaba casi un 75% del presupuesto del país, regresa lentamente tras haber sido interrumpida.
Según la ONU, casi 23 millones de afganos (55% de la población) padecen hambre extrema durante este invierno. Casi nueve millones de éstos están amenazados por la hambruna.
Nooruddin, de 32 años, fue golpeado duramente por la crisis tras abandonar su empleo de operario en una fábrica, coincidiendo con el regreso talibán al poder. Su salario mensual se redujo a 3 mil afganis (32 dólares).
Esperaba encontrar algo mejor, pero se reveló imposible en un país donde la desocupación se disparó.
Para cubrir las necesidades de su esposa y cuatro hijos decidió vender un riñón.
Corto plazo
Una solución a corto plazo --el dinero se fue rápidamente-- y con duras consecuencias.
“Ahora me arrepiento. No puedo trabajar. Siento dolores y no puedo casi levantar peso”, señaló este joven padre frente a su humilde casa.
Es una más de las personas entrevistadas por la AFP que vendieron un riñón para mantener a su familia, algunas por apenas mil 500 dólares.
Nooruddin y familia ahora dependen del dinero obtenido por el mayor de los hijos, de 12 años. Lustra zapatos por las calles por menos de un dólar diario.
Han sido realizadas centenares de operaciones en Herat durante el último lustro, señala Mohamad Bassir Osmani, cirujano en un hospital de la ciudad (hay dos) donde se practican la mayoría de los trasplantes.
Los receptores proceden de todo el país, inclusive de India y Pakistán, afirma. Son vinculados con los donantes por intermediarios.
En casi todos los países desarrollados la venta de órganos está prohibida, y los donantes suelen ser familiares de los pacientes. En Afganistán no hay regulación al respecto.
“No hay una ley (...) que controle la venta o donación de órganos, aunque es necesario el consentimiento del donante”, explica el profesor Mohammad Wakil Matin, excirujano en Mazar-i-Sharif (norte).
Los médicos fingen desconocer la transacción financiera.
“No indagamos de dónde vienen paciente y donante, o cómo se contactaron. No es nuestra tarea”, señala Osmani. “El consentimiento se registra por escrito y en video”, añade.
Destaca que los talibanes intentan eliminar este comercio. Crearon un comité investigador sobre estos trasplantes. Al ser requeridos no respondieron.
Pero, nada puede disuadir a familias desesperadas.
Azyta vendió hace tres meses un riñón.
“Vendí un riñón por 250 mil afganis (2 mil 370 euros) y pagué 10 mil afganis al intermediario”, comenta en un pequeño cuarto húmedo de su casa.
“Lo vendí para que mis hijos no sufran”, indica.
Dos de sus tres hijos fueron tratados por desnutrición, por lo que tomó esta decisión.
“Mi esposo no trabaja, tenemos deudas”, aclara.
‘Vender un riñón o a su hija’
Los trasplantes de riñón son frecuentes en países ricos. Los donantes deben gozar de buena salud y pueden retomar rápidamente una vida normal tras la operación, bajo controles médicos regulares.
En Afganistán no es así.
“No existen registros de vendedores o donantes de riñones, ni exámenes posoperatorios periódicos”, explica el profesor Mohammad Wakil Matin. Pocos donantes se someten a un seguimiento, añade.
Shakila, que con 19 años ya tenía dos hijos, fue operada hace seis meses. “El hambre no nos dio otra opción”, señala esta joven mujer, con los ojos maquillados con rimmel y el resto de la cara cubierta con un velo.
Cedió su riñón por mil 500 dólares, sin intermediario. Con la mayor parte saldó deudas, el resto se fue en arroz, aceite y otros alimentos.
Aziza espera encontrar comprador rápidamente.
“Mis hijos mendigan en la calle (...) No tenemos nada. Pasamos frío permanentemente”, confiesa con lágrimas en los ojos esta madre con tres hijos, en una casa compartida con varias familias.
“Si no vendo un riñón, tendré que vender a mi hija de un año”, apostilla.
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