1968: una revolución pisoteada (II)
A la distancia de cinco décadas y registrado en la memoria de un sobreviviente de la matanza de Tlatelolco, ejecentral presenta el testimonio de Joel Ortega Juárez, líder estudiantil en 1968, que ofrece una retrospectiva de su participación dentro del movimiento estudiantil
Toda represión trae consigo una debilidad del movimiento y, por lo tanto, también una discusión cada vez más agria para encontrar al culpable de la postración del movimiento. Aparecieron terribles fenómenos de división, de calumnia, de desprestigio a los dirigentes y específicamente a los que habían sobrevivido y se mantenían luchando fuera de la cárcel.
Fueron días muy tristes, muy amargos. Los pocos miembros de la Juventud Comunista que estábamos fuera de la cárcel y continuábamos en el movimiento, éramos acusados de traición, de vender el movimiento por unas cuantas curules.
Había un clima de terror, sufríamos los ataques del gobierno, pero también las acusaciones de los grupos que manipulaban, desde la cárcel los antiguos dirigentes del CNH, de los llamados “vacas sagradas”, eran ellos quienes acusaban a los pescados, miembros del Partido Comunista Mexicano (PCM), de ser traidores.
Algunos presos usaron a sus familiares, incluso a sus madres, para que recorrieran las casas de los militantes de la Juventud Comunista y les presionaban para romper con la organización y con los dirigentes burócratas de la Juventud Comunista y del Partido Comunista. Algunos queridos compañeros de muchos años, como Eduardo Valle El Búho, fueron objeto de la manipulación y renunciaron a la Juventud Comunista. Fue un golpe muy fuerte para mí, muy doloroso, muy triste, experimentar esa guerra interna de acusaciones, de calumnias e incluso de agresiones físicas.
Algunas veces visitando a los compañeros presos en Lecumberri tuvimos que soportar con tranquilidad los insultos de los compañeros contra nosotros, a pesar de estar ahí dándoles toda nuestra solidaridad, nuestro apoyo y arriesgando nuestra libertad al ir a verlos a la cárcel.
Nada les importaba, se consideraban dueños de la verdad y, por lo tanto, dispuestos a hacer lo que fuera para mantener su control en el movimiento a costa de calumniar, difamar e insultar.
Había base para cuestionar, criticar e impugnar al PCM, sobre tsdo porque los partidos comunistas europeos, entre ellos el francés y otros, se pusieron en contra del movimiento y usaron a los trabajadores para golpear a los activistas estudiantiles en París y en el resto de ciudades obreras de Francia.
También usaban una declaración absurda, estúpida de la dirección del Partido Comunista Mexicano al principio del movimiento, cuando le respondió al presidente Díaz Ordaz, quien ofrecía “su mano tendida”, diciendo que estaba el Partido Comunista dispuesto a tomarle la palabra y su mano para encontrar una salida al movimiento. Esa declaración del presídium del Comité Central del PCM nos causó un enorme desprestigio en el movimiento estudiantil, la presión de la de los activistas de la Juventud Comunista de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) hizo retroceder al Comité Central y pudimos echar abajo esa política de “mano tendida”.
Había una gran tensión, entre las militantes activistas en el seno del movimiento estudiantil y la burocracia dirigente de la juventud comunista que se encontraba aislada, arrinconada en los locales del Partido Comunista.
Hubo un 2 de octubre
Unos días antes del 2 de octubre, nos reunimos con el núcleo dirigente del PCM. Estaba Arnoldo Martínez Verdugo y el encuentro fue en la casa de Eduardo Montes, en una unidad habitacional situada sobre avenida Cuitláhuac. La cita se hizo con muchas medidas de seguridad. Los dirigentes nos dijeron que había información de que las tendencias más “duras” del gobierno estaban presionando para dar “una solución militar represiva de grandes dimensiones”. La propuesta de la Dirección era realizar una huelga de hambre encabezada por los presos políticos, mayoritariamente militantes del PCM, que se anunciaría en Tlatelolco el 2 de octubre.
Nunca entendí o no quise asumir la gravedad del asunto. La mañana del 2 de octubre se supo que habría una reunión entre los negociadores del gobierno, recién designados: Jorge de la Vega y Andrés Caso, con representantes del CNH. Tanto esa reunión, como el hecho de que el Ejército había salido de la UNAM el día 30 me hicieron pensar que habían sido derrotados “los halcones” dentro del gobierno. Las “palomas” se habían impuesto.
Salimos rumbo a Tlatelolco con cierto optimismo. Íbamos en el Fiat de mi hermano Carlos, profesor normalista y estudiante de Arquitectura en la UNAM, también iba mi otro hermano, César, profesor normalista y también estudiante en el IPN. Salimos de la casa de mis padres en la colonia Popotla. Tomamos rumbo a Tlatelolco por avenida Los Gallos y luego viramos hacia Manuel González. Al llegar a esa avenida nos topamos con decenas de camiones del Ejército en una fila enorme que se extendía de Insurgentes hasta la prolongación de Paseo de la Reforma, es decir, toda la parte posterior a la Unidad Habitacional Tlatelolco. Nos asustamos.
Al llegar a la Plaza de las Tres Culturas me dirigí hacia los bajos del edificio Chihuahua, donde se iba a instalar el micrófono para los oradores del CNH. Les comenté a los compañeros que estábamos prácticamente rodeados por el Ejército y que debería suspenderse la manifestación al Casco para evitar la represión.
Los compañeros del CNH me dijeron que ya habían decidido solamente hacer el mitin y no salir en manifestación al Casco de Santo Tomás. Me pareció muy prudente. Nos inquietó mucho la presencia de hombres rapados como militares y ubicados en las entradas a los elevadores del edificio Chihuahua. Eso indicaba que podrían intentar detener a los compañeros del CNH.
Algunos compañeros de la Juventud Comunista de la Escuela Nacional de Economía, estábamos exactamente abajo del Chihuahua a unos metros de los elevadores. Entre otros recuerdo a Miguel Ángel Salvoch, Enrique del Val, Bonfilio Cervantes Tavera, Alfonso Vadillo y Nachito, éstos dos se retiraron un poco antes, porque iban en una brigada a Xochimilco. Arriba estaba El Búho, dado que iba a ser uno de los oradores.
Cuando ya estaba terminando el mitin, vimos venir por el puente de San Juan de Letrán a los soldados. Avanzaban con los fusiles en sus brazos, caminando por un sendero estrecho situado entre la Vocacional 7 y los edificios habitacionales, entre ellos el 2 de Abril y los vestigios prehispánicos. Al verlos venir, quien tenía el micrófono llamó a la calma y candorosamente “a evitar la provocación”. Mucha gente entró en pánico y muchos corrían precisamente en dirección a los soldados.
Miguel Ángel Salvoch hacía cadenas con sus vigorosos brazos, como pude me solté, y sin pensarlo mucho me dirigí hacia la parte oriente, rumbo a avenida Reforma, corriendo por los pasillos entre los edificios. Íbamos varios, entre ellos mis dos hermanos y un primo que iba por primera vez a una movilización.
Logramos llegar a la avenida Reforma, justamente cuando avanzaba un convoy de jeeps militares cerrando el cerco, también estaba transitando un camión de pasajeros
Por instantes teníamos que tomar una decisión. Regresarnos a la unidad y tratar de refugiarnos en algún edificio, arriesgándonos a ser detenidos cuando “peinaran” la Unidad Tlatelolco, subirnos al camión si es que hacía la parada el chofer o cruzar la avenida Reforma bajo la lluvia de balas del helicóptero. Esto fue lo que hicimos: corrimos y en la carrera vi caer a varios sin saber si estaban heridos o muertos. No había tiempo de detenerse a ver qué pasaba. Milagrosamente pudimos atravesar Reforma. En las vecindades contiguas a la avenida recién abierta sus habitantes nos dieron refugio. Permanecimos unos 30 o 45 minutos. Se escuchaban los disparos por doquier. Los soldados andaban patrullando las calles en busca de estudiantes. La gente nos protegía en sus pequeñas viviendas y nos ofrecían café y bolillos para el susto. Cuando se percataron que no había soldados, nos dijeron ‘salgan y corran lo más rápido que puedan’. Por las calles cercanas a Peralvillo, logramos tomar un taxi y salimos de la zona.
Mis compañeros Miguel Ángel Salvoch, Enrique del Val y Bonfilio vivieron un verdadero infierno. Salvoch fue herido por una bala que le pasó en sedal por el cuero cabelludo y sangraba con todo el rostro teñido de rojo. Lograron Del Val y Bonfilio subirlo a una ambulancia militar, pero cuando llegó al Hospital Militar, los oficiales gritaron “qué hace este cabrón aquí, regrésenlo a Tlatelolco”. Con la angustia de Del Val y Bonfilio, volvieron a conseguir subirlo ahora en una ambulancia de la Cruz Roja. Al llegar al hospital, los agentes de Gobernación querían detenerlo. Afortunadamente, la herida era superficial y con un torniquete detuvieron la hemorragia. Miguel Ángel Salvoch salió libre a los pocos días.
Hay cientos de historias de lo ocurrido a los brigadistas en esa noche funesta. Me remito a dar mi testimonio.
Retrospectiva de un movimiento
Debo decir que la dimensión de la matanza en Tlatelolco fue considerada como delito de lesa humanidad y calificada la política del Estado mexicano como genocidio, según la legislación internacional de derechos humanos.
›El propio Luis Echeverría —quien era secretario de Gobernación en esos años del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz— fue acusado, procesado y sentenciado como reo del delito de genocidio y pasó casi tres años bajo arresto domiciliario, un hecho de gran importancia logrado, gracias a la Fiscalía contra los delitos del Estado creada por Vicente Fox, de la que formé parte en el Comité Ciudadano y fui encargado de participar como testigo de las indagaciones.
La presión de los militares y de muchos sectores del poder consiguieron que los jueces le dieran un amparo a Echeverría, por lo que se le levantó la prisión domiciliaria.
Vicente Fox disolvió la Fiscalía para obtener los votos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la Cámara de Diputados para darle la presidencia a Felipe Calderón. Fue una gran traición. Sigue pendiente la justicia. Esa es una tarea del momento y una excelente manera de conmemorar los 50 años del gran movimiento libertario mundial del 68.
Como en todas las luchas y movimientos, existen intereses opuestos entre los activistas y los dirigentes de los aparatos. La tensión entre la base comunista y los dirigentes del Partido Comunista se hizo más fuerte después de la matanza del 2 de octubre.
Muchos compañeros, empezaron a plantear que no quedaba más vía que tomar las armas y enfrentarse al Estado porque había una situación casi dictatorial y no se podía realizar actividad política de manera pacífica
Era difícil refutar este razonamiento. Había en la cárcel muchos compañeros de distintas escuelas de la UNAM y el Politécnico que eran militantes de la Juventud Comunista y estaban sometidos a la prisión.
Los días inmediatos posteriores a la matanza del 2 de octubre fueron de terror. Los compañeros y familiares de los que quedaron detenidos en Tlatelolco, íbamos de hospital en hospital, de prisión en prisión e incluso al servicio médico forense para ver si encontrábamos a los compañeros que habían caído presos en Tlatelolco.
Se entiende la furia, la ira contra el gobierno, contra el Ejército, contra la policía, contra todo el poder autoritario del Estado de la Revolución Mexicana, porque era insólito haber matado a decenas de estudiantes desarmados que realizaban un mitin pacífico y que habían tenido como respuesta la movilización de tanques, camiones militares y helicópteros disparando armas de alto poder contra los manifestantes, que eran en su mayoría estudiantes de todas las escuelas del Politécnico, de las Normales, de Chapingo y de la UNAM e incluso, de algunas universidades privadas como la Universidad Iberoamericana.
La influencia de Cuba, la radicalización en todo el continente y la represión hacían muy poderosa la corriente partidaria de la lucha armada.
La energía del movimiento su capacidad de resistencia y la actuación permanente de un pequeño grupo de activistas hizo posible que a menos de tres años volviera a renacer el movimiento estudiantil el 10 de junio de 1971.
Los líderes, a cinco décadas
Ya fuera en la política, el servicio público o la academia, estos son algunos representantes y sobrevivientes del movimiento estudiantil de 1968 en México. Seis de los aquí mencionados ya murieron.
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