A las 6 de la mañana comenzó la operación. Mohamed Atta, el líder de las cuatro células terroristas llegó al Aeropuerto Internacional Logan en Boston, Estados Unidos, desde donde abordaría el vuelo 11 de American Airlines, el primero en ser secuestrado dos horas después. A las 08:46 horas el Boeing 767 con 81 pasajeros y 11 tripulantes se estrelló en la Torre Norte del World Trade Center de Nueva York. Minutos más tarde Estados Unidos se declararía bajo ataque.
El presidente George Bush fue puesto a salvo, lo mismo que su gabinete estratégico. El resto de los países aliados también adoptaron medidas extremas de seguridad.
El mundo en cuatro horas, se detuvo. Y cuando reaccionó, ya no fue el mismo. La declaración de Guerra contra el Terrorismo alteraría la vida cotidiana de los ciudadanos de todo el planeta.
Cambia la vida
Los responsables de los ataques terroristas del 11 de septiembre no eran pilotos profesionales; de hecho, antes de ese día no habían pisado jamás la cabina de un avión comercial, o al menos de uno real, porque la mayor parte de su entrenamiento lo hicieron en simuladores de realidad virtual.
Cuando esto se descubrió, el debate se centró en el hiperrealista simulador de vuelos de Microsoft, un videojuego muy popular a inicios del milenio, que incluía vistas de las Torres Gemelas, así como un modo de “accidente” que mostraba lo que sucedía cuando uno de estos aviones se estrellaba contra algún edificio.
Algo que podría parecer tan inofensivo abrió el debate en las agencias de inteligencia y transformó radicalmente la visión de seguridad de los gobiernos en el mundo: Todo riesgo, por pequeño que pareciera sería eliminado.
Después de que el Congreso estadounidense autorizara “uso de la fuerza militar contra los terroristas”, sus principales aliados iniciaron los ataques e invasión sobre Afganistán, y desplegaron a sus mejores espías por todo Medio Oriente.
Pero eso no fue lo único. Se modificó la estructura de inteligencia en el gobierno americano, y se promulgó la Ley Patriota, que autorizó la vigilancia electrónica sobre sospechosos de terrorismo sin orden judicial, investigar sus negocios y relaciones personales hasta el sexto grado de contacto; y era de aplicación trasfronteriza.
Las restricciones para viajar o ingresar a diferentes países, y el mayor control en las
identificaciones de turistas, fue lo más visible, pero no lo peor. Aunque parecía que sólo se investigaría a los sospechosos, en realidad la vigilancia masiva se perfeccionó y extendió con la colaboración de las agencias de inteligencia de los países aliados.
La dimensión del espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y de la CIA, se conocería en 2013, cuando Edward Snowden filtró miles de documentos clasificados que mostraban cómo Washington autorizó vigilar todos los medios digitales en 193 países del mundo. Se analizaban mensualmente 5 mil millones de registros de ubicación de teléfonos móviles y 42 mil millones de registros de internet.
La vida digital y las conversaciones de los ciudadanos en el mundo, desde entonces, quedaron expuestas. La tragedia del 9/11 terminó con la privacidad.