Miguel Ángel Mancera llegó a la jefatura de gobierno del Distrito Federal con casi el 64% de los votos, un respaldo que nunca antes había tenido otro gobernante en la ciudad de México. Una parte importante provino de la izquierda y del PRD en particular, que en pago, tuvo la mayoría de los cargos en la administración. Pero otra, altamente significativa, provino de los independientes o no perredistas, que vieron en él la mejor opción. Pero eso fue en 2012, y las dudas que asaltan sobre su figura es si tendrá suficiente combustible para ser candidato presidencial en tres años. Mancera ha dicho que sí quiere ser candidato, y en los últimos días ha expresado no saber si va por la izquierda como hace tres años, o independiente. Es muy claro: el PRD, en las condiciones actuales, no le ayuda. Se puede añadir que quizás, en este momento, hasta le perjudica.
Mancera rindió este jueves su tercer informe de gobierno, fecha coincidente con el Congreso Nacional del PRD que buscaba quitar los candados para que el candidato de Nueva Izquierda, la corriente conocida como Los Chuchos, pueda ser impuesto. Los Chuchos no quieren dejar el camino abierto para que otra corriente tome el control del partido que ha estado en sus manos por más de una década. Hubo un momento en que los caciques de la corriente se comportaron como jefes vergonzosos y líderes culposos, pero pronto entraron en razón. La franquicia del PRD es dinero, poder y acceso.
En los últimos tres años les fue muy bien con el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, que supo escoger perfectamente con qué izquierda –también con qué derecha- quería hacer las reformas para “mover a México”. Poder, protagonismo acceso y dinero, las cuatro arterias que dan vida a su corazón, las canjearon Los Chuchos por la aprobación de las reformas y la mitigación de la oposición. Por delante tienen otros tres años más, ¿por qué regalar el botín?
Cuando Carlos Navarrete se fue a su casa y sin consultar con nadie tiró la presidencia del PRD al caño, Los Chuchos buscaron opciones. Seleccionaron a Agustín Basave, que no pertenecía a ninguna de las corrientes. Siempre se busca títeres y esquiroles para que se subordinen a los intereses superiores y hagan el trabajo sucio. Lo encontraron en Basave, un jugador en la segunda división de la política desde que se tiene memoria pública de él, quien encontró en esta coyuntura la oportunidad para su ambición. Los Chuchos lo necesitan. Lo que ya no desean son disidencias, o intromisiones que afecten sus intereses.
Junto con la eliminación de los candados, que allanarían la llegada de Basave a la presidencia del partido, quieren herramientas de represión contra quien no actúe a favor de ellos. De ahí lo que se llama la Ley Barbosa, escrita para evitar que en el futuro, surja un perredista como Miguel Barbosa, que fue Chucho y es coordinador del PRD en el Senado, que ejerza su capacidad crítica y los cuestione. Esa propuesta es para que los coordinadores parlamentarios no los decidan sus legisladores, sino la dirigencia del partido. Está claro. La democracia que pregonan Los Chuchos, es como la del déspota ilustrado: acepta la democracia hasta que se enoja.
La depresión de Navarrete cuando se fue a su casa sin decirle a sus camaradas en la dirigencia, fue resultado directo, pero no único, del pobre resultado en las elecciones intermedias. El discurso de victoria que trataron de esgrimir, se cayó en pedazos. Es cierto que el PRD ganó más de 100 mil votos con respecto a los que tuvo en las elecciones intermedias de 2009, pero perdió posiciones políticas. La principal, en su bastión, la ciudad de México, donde Morena, del exlíder del partido y dos veces su candidato presidencial, les arrebató el primer lugar como fuerza política. La derrota en la ciudad de México fue proverbial. Perdieron la mayoría en la Asamblea Legislativa y dejaron de gobernar a más de la mitad de la capital. El perjudicado directo fue Mancera, el único en la geometría de la izquierda perredista, con posibilidades reales de construir una candidatura presidencial competitiva.
Los Chuchos, como ha sido el PRD a lo largo de su joven historia, no hicieron un ejercicio autocrítico sobre lo que sucedió. Tampoco saltaron al futuro para salvar al partido. Han ejercido su poder burocrático para mantener el poder. Qué tan débil sea este, no parece importarles. Son congruentes con su pragmatismo mercantil, pero nada más. El electorado, los ciudadanos, no pertenecen a su ADN. Este es el dilema de Mancera. Los Chuchos fueron sus aliados tácticos frente a otras fuerzas que querían someterlo hace tres años. Hoy, las condiciones han cambiado y la correlación de fuerza se ha movido. Nueva Izquierda no le aporta actualmente a Mancera en su deseo por competir en las elecciones presidenciales. Jugar como independiente suena bien, pero no es suficiente. Para una elección presidencial se requiere estructura, aparato, bases, no sólo utopías o buenas intenciones. A mitad del camino, Mancera debe asimilar que si Los Chuchos y su PRD no son los compañeros de viaje que necesita, la izquierda democrática, con programa, acción y proyecto de Nación, es la única base sólida desde una plataforma como la ciudad de México. En este tiempo de redefinición y recomposición de alianzas, sí existen puertas que lleven a 2018. Sólo debe abrirlas.
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