Una anécdota presidencial

22 de Diciembre de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Una anécdota presidencial

El día fue lo mismo, largo y pesado, que inolvidable y místico. Hacía apenas unos meses, no creía tener la más mínima oportunidad de ser electo Presidente de la República; el más grande anhelo y el más alto honor con el que había soñado desde niño.

Después de la ceremonia de investidura en la que le fue colocada la banda presidencial sobre el pecho, máximo símbolo del liberalismo heredado de la constitución de Cádiz, se transportó hacia Palacio Nacional, en un auto descapotable, donde pudo saludar al pueblo que se volcó a las calles para vitorearlo y aplaudirle, en una gran fiesta nacional, mientras elementos policiacos y del Ejército, coordinaban el tránsito de la ciudad para que él y sólo él, pudiera llegar antes que nadie, al destino que los cielos le tenían trazado. “Esto es el poder”, pensó, tratando de no emocionarse, cuando desfilaron ante él, las fuerzas militares.

Después de terminado el protocolo de ley y antes de brindar una cena de Estado a los mandatarios de otras naciones que le acompañaron en su día más especial, solicitó a la enorme comitiva que lo acompañaba, incluida su esposa e hijos, que lo dejaran solo por un minuto. Entró entonces al que sería por un periodo, su despacho, desde donde deseaba crear una nueva y brillante etapa en la historia nacional.

Con calma, contempló el escritorio y disfrutó sentarse por primera vez, en la icónica silla presidencial. Era incómoda, y no pudo evitar sonreír, mientras pensaba que ya lo había advertido Pancho Villa a Emiliano Zapata, cuando este último, no quiso tomarse una fotografía sentado en ella. Lo hizo así, sin testigos, porque el día en que su antecesor lo nombró candidato, le dijo –antes de entregarle un pañuelo con sus iniciales y un pequeño símbolo de la república bordado en una de sus esquinas– que aprendiera a disfrutar la soledad, “porque el poder, es una fuerza que debe ejercerse siempre, en retraimiento”.

Hizo sonar una campanilla dorada y en pocos segundos, el General Brigadier a quien nombró su jefe de Estado Mayor Presidencial, se introdujo al despacho. “Que pasen”, le dijo amigablemente. Y entonces, la familia y círculo más cercano, se acomodaron en el amplio espacio, mientras un reconocido fotógrafo, le tomaba un estudio para retrato, mismo que comenzaría a inundar a partir del día siguiente, la prensa escrita, los salones de clase y todas y cada una de las oficinas gubernamentales a lo largo y ancho del país.

–¿Algo más que desee?– le preguntó su valet militar antes de cerrar la puerta de su habitación para dejarlo descansar después de tan arduo día.

–Una botella del mejor whisky –bromeó– pero ya sabe que no bebo ni una gota.

***

Después de tener en la Residencia Oficial de Los Pinos su primera reunión con el gabinete ampliado como Presidente en funciones, sostuvo una reunión –en el cuarto de guerra– con el gabinete de seguridad, donde se le puso al tanto sobre las labores de inteligencia y contrainteligencia, y donde se le actualizó sobre los problemas de inseguridad que había heredado junto con el cargo. Dos temas que desconocía por ser clasificados, le preocuparon de sobremanera: la guerrilla que estaba creciendo con financiamiento del crimen organizado, y estaba planeada a estallar una gran huelga nacional, encabezada y promovida por el presidente del sindicato internacional de obreros que siempre había sido su adversario, el señor Equis. “Tienen mucho poder en la industria”, le recalcó el almirante. “Todas nuestras exportaciones se pueden ver severamente afectadas”. Alguien más por ahí, le dijo que incluso, convendría poner a centinelas armados del Ejército, en ferrocarriles, medios de telecomunicaciones y estaciones eléctricas, por si los inconformes quisieran escalar el conflicto con la intención de acorralar y paralizar a su nueva administración. Quedó de pensarlo.

Más tarde, se trasladó a Palacio Nacional para recibir las cartas credenciales de algunos embajadores. El de la nación más fuerte del mundo, le pidió que por favor le regalara unos minutos, pues ciertos eventos merecían su urgente atención. “Lamento romper el protocolo y que esta sea mi primera misión diplomática”, le dijo al oído. Será un gusto, contestó en medio de una sonrisa y fotografías oficiales.

Terminada la ceremonia, se dirigió al discreto salón verde, donde lo esperaba ya el embajador. “¿Sabe que este salón es conocido como el <Salón de los Secretos>? Se le bautizó así porque es el único que cuenta con doble puerta y que aquí es donde se reunían los generales Elías Calles y Álvaro Obregón para planear el futuro del país”. El embajador le mostró interés y le recalcó lo bonito del candil de Bacarat y sus cuarenta y cinco luces, y en respuesta, él le mostró que en las paredes estaban los retratos del Rey Carlos III de España y del liberal George Washington.

–Me temo que su adversario Equis, piensa paralizar al país.

–Estamos al tanto –le contestó el mandatario– y no nos preocupa demasiado, pero estamos tomando medidas.

–Al gobierno de mi país, le preocupa el impacto económico…

–Señor embajador –le interrumpió– no se preocupe, para eso, he sido electo yo. Ambos sonrieron.

–Estará al tanto, Presidente, que el gobierno enemigo de nuestro país, está financiando a ese personaje.

No lo estaba. Pero le sonrió con seguridad y dio por concluida la plática cuando le comentó sobre los lunetos de la bóveda del salón: “las figuras de mujeres representan a la Paz, al Progreso y a la Justicia, y esos ángeles que sostienen el medallón sobre el que reposa el escudo nacional, simbolizan a mi dos orejas”, le recalcó antes de guiñarle un ojo y salir del lugar.

Caminó hacia el helipuerto. A la poca distancia, lo alcanzó su comitiva de viaje, pues irían al estado de Puebla en gira de trabajo, donde permanecieron algunas horas y posteriormente, aterrizó en la Residencia Oficial de Los Pinos, donde cenó semitas poblanas con un viejo grupo de muy íntimos amigos y con quienes acostumbraba jugar dominó.

–Bájate por los chescos– le dijo a uno de sus amigos, adivinando que sólo podría jugar con la mula de seis. Siempre se le dieron muy bien las matemáticas y las estadísticas, indispensables para el juego.

–Luego, luego al albur– le reclamó el aludido y para intentar desconcentrarlo, entre bromas, le preguntó por el señor Equis y su plan para dominar al mundo.

–Ojalá desapareciera ese desgraciado y toda su estirpe –comentó sin dejar de mirar las fichas sobre la mesa para tratar de adivinar porqué su compañero aleatorio, se había guardado una ficha–. Pinche Rober, nunca he entendido porqué te acuestas como te acuestas– le albureó.

Fue una larga noche, llena de carcajadas, amiguismo, humo de cigarro y tragos para los bebedores. Se sintió muy bien, tenía mucho tiempo sin relajarse con los amigos. “Fue una campaña larga y difícil”, pensó en voz alta. Justo antes de acostarse, reparó en que junto al televisor, había un nuevo librero. Sacó un libro titulado “Por si acaso” y lo notó pesado. Lo abrió y se dio cuenta el porqué: tenía un botella del más caro y exclusivo whisky del mundo. “Con estos canijos no puedo ni bromear”, pensó, y luego se dio cuenta que todos los libros, tenían una botella. Con una sonrisa que tienen sólo los que han saboreado el real poder, se durmió sin siquiera imaginar que en setenta y dos horas, estarían informándole sobre un aparatoso accidente de carretera donde fallecieran el señor Equis y toda su familia. Una terrible lección aprendió en su primera semana y comprendió lo de “abrazar la soledad”, al grado de tener cuidado hasta de pensar en voz alta, pues en un país como México, acostumbrado al caudillismo, los símbolos y las palabras, importan; mucho.