El presidente Enrique Peña Nieto tiene un estilo muy particular de gobernar. No es el del Estado de México; es el de Los Pinos. Hay momentos donde después de una gira hacia el fin de semana, en lugar de regresar a la Ciudad de México en el avión presidencial, toma un jet ejecutivo con rumbo desconocido. Hay turistas que lo han visto –y se han tomado fotografías con él- los viernes en playas del Pacífico mexicano, y cuando no viaja, pasa los fines de semana en Ixtapan de la Sal, donde juega golf. Ahí, precisamente, en ese entorno, es donde ha tomado algunas de las decisiones políticas que lo han marcado.
En el golf se decidieron las candidaturas para gobernador en Nuevo León y en Chihuahua, donde el PRI perdió. Al golf es invitado permanente desde que terminó su gobierno en Nuevo León, Rodrigo Medina, como señal de protección frente a las imputaciones de corrupción que le endilgar su sucesor. Los horarios del Presidente no son los normales de trabajar de día y descansar de noche, porque le gusta comenzar tarde y tener acuerdos a media noche. En esos inusuales horarios, quien lo ve al final suele cambiarle lo que horas antes pensaba o había decidido.
Hay veces que parece ser llevado por ideas espontáneas, o por sugerencias que no fueron procesadas como lo haría normalmente un Presidente. Un ejemplo es un acuerdo nocturno al que llegó José Antonio Meade como secretario de Relaciones Exteriores a Los Pinos, de donde salió horas después como secretario de Desarrollo Social. Otro, cuando el Secretario de Agricultura le comentó que quería presentar su declaración tres de tres, a lo que el Presidente le respondió que no podía obligar a sus colaboradores a ir más allá de lo que marca la ley, pero que podía hacer lo que quisiera. La presentación de la declaración tres de tres de José Calzada, subrayó la opacidad en el equipo de Peña Nieto, quien no ve el mediano plazo y muchas veces, como éstas, se queda en el inmediato.
Peña Nieto ha tenido un comportamiento opuesto al que tuvo como gobernador, donde recibía a todos y escuchaba a todos. Como en el viejo estilo de otro presidente mexiquense, Adolfo López Mateos, aún a quienes había enfrentado y contenido, a quien le decía que no, su estilo era tan fino y cuidado, que nunca había agravios personales. En Los Pinos, Peña Nieto ha estado muy lejos de todos saldo de un pequeño grupo que lo tiene cercado, que le administra por goteo los contactos con el mundo exterior a su burbuja.
Pero para bailar tango, necesariamente se necesitan dos. Una vez un grupo de empresarios mexicanos designaron como vocero a Jorge Larrea para plantearle una serie de inquietudes, pero como respuesta, palabras más, palabras menos, recibió un reclamó. ¿Por qué me lo dices a mí?, recuerdan que dijo Peña Nieto algunos de esos empresarios. Eso lo ven como Aurelio Nuño, agregó, en ese entonces jefe de la Oficina de la Presidencia.
El aislamiento ha tenido consecuencias para él y su gobierno. La falta de contacto con la realidad llevó a creerle ciegamente a sus asesores que en las elecciones federales del año pasado los mexicanos habían refrendado con su voto las reformas que había hecho, cuando a nivel estatal, las derrotas de su partido pre configuraban el resultado del 5 de junio. El PRI había dejado de gobernar a 10 millones de mexicanos el año pasado, pero el Presidente, ajeno al detalle, lo asumió como un triunfo. Altos dirigentes del PRI que habían sido más cercanos, buscaron hablar con él para decirle la otra cara de la historia, pero Peña Nieto ni siquiera les permitió iniciar el alegato. Esa música no era la que querían sus oídos.
El hoy negro –para los priistas- 5 de junio arrancó la jornada electoral con altas expectativas en Los Pinos. Sus cercanos, reunidos con Peña Nieto al mediodía, le alimentaban el optimismo. Cuando dejaba salir el instinto que lo distinguió en el estado de México, le untaban bálsamo. No te preocupes, le decía uno de ellos, todo va a salir bien. Tras los resultados, un alto funcionario se mostró atónito. “No sé qué es lo que pasó”, dijo. “¿Por qué votaron así contra nosotros?”. Entre el staff presidencial, hubo quien afirmó en busca de respuestas: “No sabíamos que las cosas estaban tan mal”.
No hay todavía un diagnóstico final sobre las razones de ese revés, cuyo análisis de voto refleja que hubo más un voto de castigo contra el Presidente y el PRI, que un voto de apoyo para cualquier otro partido. Peña Nieto ha dado señales de haber comprendido que la corrupción y la impunidad, que se le achacan a su administración, son los principales factores de las derrotas. Pero declararlo no es admitir en forma crítica que son temas que tienen que ser resueltos. Peña Nieto tiene que hacer mucho en el tiempo que le queda a su administración para tratar de neutralizar, si no revertir, la opinión de corrupto con la que millones de mexicanos –a decir de las encuestas-, lo han etiquetado. Será difícil para él, en términos personales, pero objetivamente hablando, no tiene otra opción que dejar de ser mejor amigo de sus amigos, porque sus amigos no son mejores amigos que él.
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