Todo comenzó el miércoles como empiezan las guerras, por un asunto menor que explota por la acumulación de tensiones. MVS publicó un desplegado en los periódicos para deslindarse de la nueva plataforma de periodismo de investigación MexicoLeaks, porque su nombre figuraba entre los fundadores. “El uso de nuestra marca, sin autorización expresa de sus propietarios, constituye no sólo un agravio y una ofensa, sino un engaño a la sociedad, pues implica un muy lamentable abuso de confianza”, decía el desplegado incendiario y provocador. Su conductora estelar, Carmen Aristegui, mordió el anzuelo.
El origen del conflicto era una de esas faltas de comunicación que se da todos los días entre patrones y periodistas. Dos miembros de su equipo sumaron a MVS a la alianza de medios alternativos que lanzaron el martes MexicoLeaks, sin pedir autorización. Nada grave. Lo que hicieron los reporteros Daniel Lizárraga e Irving Huerta es lo que hacen decenas de veces los periodistas ante las restricciones presupuestales y la estrechez de miras para generar contenidos: buscar alianzas de trabajo sin costo para lograr información de calidad.
MexicoLeaks retoma con tecnología lo que antes se hacía artesanalmente. En los 80’s el semanario satírico Le Canard enchaîné tenía en la puerta de sus oficinas en París un buzón donde se dejaban pistas para investigación en forma anónima que sus editores procesaban y corroboraban. Por años han llegado documentos, pistas, rumores y calumnias anónimos a las redacciones. MexicoLeaks, cuyo nombre toman sus fundadores quizás por la inspiración en Julian Assange y Edward Snowden que la generación anterior tuvo en Bob Woodward, Carl Bernestein y Watergate, asume el mismo objetivo para hacer lo que el periodismo debe ser: contrapeso de los poderosos, guardianes contra sus abusos.
“Joaquín Vargas ya no la aguanta”, confió un cercano a él. Su relación con ella, ciertamente, ha sido difícil en seis años de matrimonio. En 2011 la despidió por “transgredir” el código de ética de la empresa al difundir el supuesto alcoholismo del presidente Felipe Calderón, al entrevistar al lópezobradorista Gerardo Fernández Noroña, que fue quien lo ventiló. Vargas reculó y recontrató a Aristegui sin explicar en dónde se torció el código de ética de MVS. Al año siguiente, luego que el gobierno federal le quitó la Banda de 2.5 Ghs, se peleó con Los Pinos y reveló que despidió a Aristegui por presiones del gobierno de Calderón. Quedó clara la dialéctica de aplacar al comunicador cuando conviene a sus intereses, y darle oxígeno cuando sus intereses están en riesgo. La familia Vargas, como los barones de la prensa, no defienden la libertad de prensa, sino la libertad de empresa. Tampoco es algo para sorprenderse.
Aristegui recurre a métodos a veces cuestionables, y no reconoce sus errores. Sin embargo, es congruente y consistente. Se enfrentó a Vargas desafiándolo a que rectificara, bajo el supuesto de que hablaba entre iguales, o sea, entre propietarios. Vargas le dobló la apuesta al despedir a sus colaboradores y la orilló, por su postura al aire, a una solución terminal. La tienen en el terreno empresarial que oculta toda motivación política, si es que hay. Pero no la despidieron la semana pasada y decidieron pagar el costo al anunciar el domingo por la noche que al no aceptar el ultimátum que le había dado de su permanencia en la radio a cambio de que reculara, rescindían su contrato, tomándole la palabra.
Su voz, disruptiva, incesante y temeraria, es una necesidad en momentos en los que el realineamiento oficialista es una tendencia en los medios. Aristegui no debía salir, pero ya no tuvo tiempo de evadir de la trampa. Lo podía haber hecho este lunes al dar marcha atrás a sus condicionamientos del viernes. Pero ya no le dejaron la ventana de oportunidad. MVS asumió el costo, y faltará ver si en esta ocasión, mantiene su decisión.
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