El presidente Enrique Peña Nieto definió a sus enemigos, a los del PRI, a los de los partidos políticos, a los de los sectores productivos, a los de la sociedad política y a la sociedad civil. Son los populistas y los demagogos, Andrés Manuel López Obrador y Jaime Rodríguez, El Bronco, a los que, alertó, hay que temerles y rechazarlos. ¿O su mensaje político al finalizar el discurso a propósito de su Tercer Informe de Gobierno tenía destinatarios diferentes? Claro que no. López Obrador tomó la afrenta y dijo que le tienen miedo. El Bronco dijo que ese saco no le quedaba. Qué importa la retórica. Para efectos prácticos, Peña Nieto dio el banderazo de salida a la sucesión presidencial.
Por segunda vez en dos meses, el presidente se refirió a sus Némesis. La primera vez fue el 25 de julio, cuando celebró en el PRI los resultados de las elecciones federales. Peña Nieto tenía razones para preocuparse. Tres semanas antes un número importante de priistas votaron por los candidatos de Morena, con lo que afianzaron el partido de López Obrador y lo convirtieron en un virtual integrante de la boleta de la elección presidencial en 2018. También había sido arrasada su candidata en Nuevo León por El Bronco, que la humilló dos a uno. El ánimo del presidente frente a ellos no era ni es bueno. Cuando recibió a El Bronco como gobernador electo cuatro días después, le dijo: “Dime cómo nos chingaste en Nuevo León”. La respuesta fue: “Los volveremos a chingar en 2018”.
Sobre advertencia no hay engaño. Las dos figuras que junto con Enrique Alfaro, que arrasó en Jalisco con sólo competir por la alcaldía de Guadalajara por Movimiento Ciudadano, son sus pesadillas. No para México, sino para él y la permanencia del PRI en el poder. Los temores se han multiplicado. Los gobernadores priistas de Chihuahua y Veracruz, al igual que el panista de Puebla, han impulsado iniciativas de Ley en los congresos locales contra los candidatos independientes, a cuya regresión política mexicana se incorporó el presidente Peña Nieto este 2 de septiembre, que quedará marcado en el calendario político como el día que abrió fuego contra los potenciales candidatos presidenciales.
En el mensaje político que leyó en Palacio Nacional, el presidente que debiera ser de todos, demostró que no es de todos. Su discurso es como una versión mexiquense de la alegoría de George Orwell en Rebelión en la Granja: todos son iguales pero hay unos más iguales que otros. Para Peña Nieto los términos de la batalla por 2018 no son a partir de los instrumentos de la democracia, sino bajo los criterios que definen a los populistas y los demagogos.
Hay frustración y pesimismo; desencanto y malestar social en Europa, en Asia y en América; en prácticamente todos los continentes. Los medios digitales y las redes sociales reflejan estos sentimientos de preocupación y enojo; manifiestan que las cosas no funcionan y dan voz a una exigencia generalizada de cambio ─de cambio inmediato─”, dijo.
“En todas las naciones surgen dudas y se enfrentan dilemas sobre cuál es el mejor camino a seguir”, agregó. “En este ambiente de incertidumbre, el riesgo es que en su afán de encontrar salidas rápidas, las sociedades opten por salidas falsas. Me refiero al riesgo de creer que la intolerancia, la demagogia o el populismo, son verdaderas soluciones. Esto no es nuevo. Es una amenaza recurrente que ha acechado a las naciones en el pasado. Hay ejemplos en la historia, en donde los sentimientos de inconformidad tras crisis económicas globales, facilitaron el surgimiento de doctrinas contrarias a la tolerancia y a los Derechos Humanos. En esos episodios, la insatisfacción social fue tal, que nubló la mente, desplazó a la razón y a la propia ciudadanía; permitiendo el ascenso de gobiernos que ofrecían supuestas soluciones mágicas”.
¿En qué pensaba el presidente cuando leyó el borrador del discurso que le prepararon sus asesores? Algunos analistas vieron a Hugo Chávez, quien ganó las elecciones en Venezuela en 1988, como su evocación. Pero Chávez no llegó en medio de una crisis económica global, sino como consecuencia de la indignación por la corrupción del gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez. La analogía más cercana a la idea del presidente Peña Nieto se remonta más bien a 1933, durante la llamada República de Weimar, que surgió de las ruinas del II Reich tras la Primera Guerra Mundial, y que tras 15 años de inestabilidad política, económica y social, con una increíble hiperinflación agravada por el crack de 1929, allanó el camino de Adolfo Hitler al poder.
El peligro de la humanidad, trasladado por el presidente Peña Nieto a los peligros para México. “Esos mismos gobiernos”, dijo el presidente en su mensaje, sin mencionar nombres ni identificar países, “lejos de llevar a sus sociedades hacia mejores condiciones de vida, alentaron el encono y la discordia; destruyeron sus instituciones y socavaron los derechos y libertades de su población. De manera abierta o velada, la demagogia y el populismo erosionan la confianza de la población; alientan su insatisfacción; y fomentan el odio en contra de instituciones o comunidades enteras. Donde se impone la intolerancia, la demagogia o el populismo, las naciones, lejos de alcanzar el cambio anhelado, encuentran división o retroceso”.
Bienvenidos seamos todos a 2018.
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