Si en el arranque del tercer año de su Presidencia Enrique Peña Nieto es el mismo Enrique Peña Nieto que cerró el segundo con la conmemoración del natalicio de José María y Morelos, los sentimientos de una nación agraviada por su gestión en el cuarto trimestre de 2014, no tendrán bálsamo para sanar sus heridas. La señal es que será más de lo mismo, si se toma como referencia el que pusiera a Aurelio Nuño, jefe de la Oficina de la Presidencia, como orador en ese evento donde nunca había hablado un miembro del staff de Los Pinos. Frente a las críticas a su colaborador, trato de ministro sin portafolio, aunque rompa con los rituales y protocolos a los que es tan afecto Peña Nieto.
El alto relieve que le dio a Nuño, fue el mensaje de que no es refractario a las críticas, y que sigue teniendo aversión a los cambios, salvo para fines electorales. En el estado de México, relevó a su secretaria de Medio Ambiente, Mirelle Rocatti, por su flagrante incompetencia. Sacrificó al secretario de Seguridad Pública, Wilfrido Robledo, para cortar la gangrena por la acción policial en Atenco, donde se oponían a la construcción de un nuevo aeropuerto para la ciudad de México. Finalmente, tardó mucho tiempo en aceptar la renuncia del procurador Alberto Basbaz, por el desastre en la investigación del Caso Paulette.
En Los Pinos ha sido igual. El mejor ejemplo es Gerardo Ruiz Esparza, secretario de Comunicaciones y Transportes, que lleva semanas de traspiés por la revocación de la licitación del tren rápido México-Querétaro, tras las críticas que la obra se le había dado a un consorcio armado por Juan Armando Hinojosa, uno de los empresarios más cercanos al presidente. Ruiz Esparza defendió vehemente en el Senado la transparencia de la licitación del tren rápido, pero horas después declaró en cadena nacional que el presidente había decidido revocar la licitación para darle claridad y transparencia al proceso. Es decir, hizo dos declaraciones opuestas 180 grados.
Por ética institucional debió haber renunciado ese mismo día, pero esos parámetros son casuísticas en el gobierno actual, como también lo son las garantías jurídicas. Ruiz Esparza dijo que la decisión de Peña Nieto fue la “más conveniente”, sugiriendo que fue una iniciativa personal. De esa forma, si no hubo ley de por medio, lo que se dio fue un acto autoritario. Sutilezas, finalmente, que no son mexiquenses. En medio de tanta galimatías, el secretario declaró días después que la decisión presidencial no iba a favor de los intereses de México. Es decir, su jefe Peña Nieto, había actuado en contra de los intereses nacionales. Aún así, Ruiz Esparza no fue cesado.
Tampoco hubo consecuencias por las revelaciones de que el mismo Hinojosa había servido de agente inmobiliario y financiero hipotecario a la esposa de Peña Nieto, para la compra de la mansión privada de la pareja presidencial, y del secretario de Hacienda, para que adquiriera una casa de campo, pese a que en ambos casos, mintieron en sus declaraciones patrimoniales. Peña Nieto, por omitir la propiedad, contraviniendo lo que marca la Ley de Responsabilidades de Funcionarios Públicos que obliga incorporar los bienes y deudas de la cónyuge; y el secretario Luis Videgaray, por reportar que era una casa pagada al contado, y no con un crédito privado, como era el caso.
Impunidad es el sabor de boca que dejan estos conflictos de interés que hasta hoy en día, no son vistos como un problema ético en el equipo de Peña Nieto. Está claro que la realidad que ven en Los Pinos no es la de las calles, por lo que no deben entender las peticiones de la gradería, para utilizar la despectiva descripción que hizo Nuño de la opinión pública en una declaración al periódico El País de Madrid, sobre los cambios en el gabinete. Pero además, ¿por qué tendría que cambiar si no existen los incentivos para hacerlo? ¿Quién obliga al presidente a modificar el rumbo o a su equipo? No es muy proclive a escuchar opiniones distintas a las suyas, y existe un control muy poco democrático de las instituciones del Estado, que lo blindan ante una rendición de cuentas.
Las revelaciones sobre su casa –sin importar quién la paga, la residencia privada de su esposa también es suya- y la del secretario de Hacienda, donde está involucrado un empresario beneficiado por Peña Nieto, tendrían que haber detonado una investigación en el Congreso. La actuación de Ruiz Esparza también debió haber sido motivo de una averiguación en la Función Pública. La ausencia de contrapesos y controles le permite al presidente que no haya costos. Por ello mismo, la pregunta se repite: ¿por qué cambiar?
No habrá cambio de rumbo, como declaró Nuño; se mantendrá la agenda de las reformas. Si en el país se piensa que las prioridades deben ser otras, el problema es para el país, es la lógica, no para el gobierno. Las gradas no cuentan salvo para que aplaudan. Tampoco tendría que haber ajustes en el gabinete por deficiencias o incompetencias, sino como parte de las estrategias electorales. Si Peña Nieto ha sido siempre así, ¿por qué tendría que renacer en alguien diferente? No hay evidencia alguna que en 2015 Peña Nieto se reinvente, salvo, porque siempre hay un resquicio en la política, que en estos días decidiera –sería una sorpresa mayúscula- abandonar la endogamia presidencial.
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